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publicado el 28 de abril de 2009

Espejos rotos

Pau Roig | Segunda película de Sean Ellis tras el pequeño filme de culto Cashback (Id., 2006), The broken es una propuesta relativamente insólita en el panorama del cine de género europeo contemporáneo. Inspirándose en buena medida en el cine de Alfred Hitchcock y bajo la estructura propia de un thriller, el director británico propone un ejercicio de terror minimalista con nada disimulados ecos de La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the body snatchers, Don Siegel, 1956), que tiene su mayor baza y al mismo tiempo su más gran defecto en un trabajo de puesta en escena esteticista y elaborado hasta el más mínimo detalle.

Digámoslo de entrada: The broken no es una producción especialmente original a nivel de guión, ni propone ninguna idea que vaya a revolucionar el género, pero constituye, más allá de su frialdad formal, un grato ejemplo de reelaboración personal –y nos atreveríamos a decir que intransferible– de recursos y elementos habituales, de alguna manera intrínsecos, dentro del horror cinematográfico. Pese a que existen más diferencias que semejanzas entre los dos títulos firmados hasta ahora por Sean Ellis, The broken de alguna manera prosigue, y supera, la experimentación visual y sonora presente en su ópera prima, una irregular pero divertida e imaginativa fábula surrealista-romántica que transcurría en su mayor parte en un supermercado. Elementos como una particular densidad sonora que recuerda al trabajo con el sonido de las películas de David Lynch, una puesta en escena preciosista que trabaja con especial detalle los elementos presentes en el encuadre y una fotografía de tonos fríos y grises, entre otros, son decisivos a la hora de configurar una atmósfera que, sin dejar de ser realista, resulta también irreal o, en este caso, a tono con la historia narrada, fantasmagórica. Una atmósfera, un tono que prima de manera deliberada por encima de cualquier otra consideración dramática o narrativa, pero que otorga a la mínima trama su sentido definitivo, inscribiéndola en la órbita de un terror que bien podríamos llamar emocional (que no psicológico). Todo el filme está construido en base a pequeños detalles, gestos que parecen no tener importancia, sugerencias misteriosas, elementos sin relevancia aparente pero que a medida que avanza el metraje van revelando el desmoronamiento del mundo seguro, frío y previsible que todos conocemos, o que creíamos conocer: la realidad empieza a mutar, a transformarse en algo distinto, oscuro, peligroso.

El argumento, simple y hasta trillado, gira alrededor de la paulatina e inquietante suplantación, o no, de los miembros de una familia media británica por parte de personas físicamente idénticas pero extrañas, “diferentes”, pero presenta dos niveles diferentes pero a la vez complementarios de interpretación. El primero, una relectura / actualización del citado filme de Siegel –aunque a nivel formal estaría mucho más cerca de su estupendo remake, dirigido por Philip Kaufman en 1978–. Tras padecer un aparatoso accidente de coche, Gina McVey (Lena Headey) empieza a ser testigo de una serie de hechos misteriosos e inquietantes: primero sigue a una misteriosa mujer idéntica físicamente a ella por la calle, constatando con horror que desaparece sin dejar ni rastro al entrar en su propio piso, y después empieza a desconfiar de su prometido, Stefan (Melvin Popaud); exteriormente es el mismo, pero hay algo en su mirada, en su “nueva” forma de comportarse, que es diferente, inquietante. El segundo nivel, más sugerente, remite a una explicación puramente sobrenatural: The broken podría contemplarse, así, como una adaptación postmoderna del mito del doble y de la escisión / suplantación de la personalidad. Las sospechas de la protagonista, de esta manera, lenta pero inexorablemente se irán extendiendo al resto de los miembros de su familia; Gina, su padre, sus hermanos y sus respectivas parejas estaban cenando juntos cuando el gran espejo del comedor de su casa familiar se rompió en mil pedazos.

Sean Ellis oculta información y juega con las elipsis y los saltos temporales en ocasiones de manera arbitraria y tramposa, aunque (casi siempre) con un notable sentido del suspense, manteniendo el interés de los espectadores hasta un final demasiado abierto, y por ello demasiado fácil, aunque servido con el mejor envoltorio posible. The broken es tan poderosa visual y sonoramente, tan atractiva en el aspecto técnico, que es casi imposible no echar de menos una mayor prospección psicológica en algunos de los personajes (por ejemplo el demasiado desdibujado padre de familia, interpretado por el siempre solvente Richard Jenkins) y una descripción más detallada de algunas situaciones planteadas. Construido a la manera de un puzzle invertido, el filme juega de manera deliberada la carta de la sofisticación e incluso de la extrañeza, apelando mucho más a la emoción y a las sensaciones que al cerebro, al mismo tiempo que renuncia expresamente a la mostración directa de los terroríficos acontecimientos que de manera inexorable dejan entrever la sombra de un mal indeterminado. Es una opción tan válida y tan difícil como cualquier otra; es cierto que en determinados momentos el filme puede verse lastrado por su (auto)condición de divertimento más o menos pretencioso, pero la magnética interpretación de Headey –cuya carrera se ha visto lanzada tras protagonizar la serie de televisión Terminator. Las crónicas de Sarah Connor(Terminator: The Sarah Connor chronicles, 2008-2009)– y la innegable pericia técnica de la que hace gala Ellis merecen una oportunidad: hay The broken sentidas reelaboraciones, no meros pastiches / homenajes, tanto del filme fundacional de Siegel como de la mítica escena de la ducha de Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960), así como algunas de las más turbadoras escenas que nos ha deparado el cine de terror de principios del siglo XXI, más efectivas cuanto más renuncian a los efectos especiales y a los sustos por desgracia tan habituales hoy en día.


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