publicado el 12 de mayo de 2009
No se antoja tarea fácil reinventar, reconstruir o redefinir una marca, una saga y en cierto modo una religión como 'Star Trek'. Desde que en 1966 Gene Roddenberry pusiera en marcha su primer episodio televisivo, la saga ha ofrecido once largometrajes y etapas tan estables como la centrada en ‘ La nueva generación’ con Jean-Luc Picard (Patrick Steward). Esa tarea tan ardua ha recaído en manos del poper de la televisión J. J. Abrams ('Alias', 'Losts') y productor de un buen par de filmes como 'Monstruoso' ('Coverfield', 2008) de Matt Reves o la estimulante 'Misión: Imposible III' ('Mission Impossible III', 2006) dirigida por él mismo. El resultado de esta nueva entrega cinematográfica es espléndido, superlativo, y como poco nos regala un libreto pleno de guiños para iniciados. Quizá el único pero que podemos poner a esta refrescante producción es el poco riesgo en la imaginería y la ausencia de un diseño de producción propio y más específico, a la altura de clásicos como 'Blade Runner' (Id., 1982) o, ¿por qué no?, 'La guerra de las Galaxias' ('Star Wars'. 1977) de George Lucas.
Lluís Rueda | Ustedes perdonarán la osadía, pero me atrevo a decir que el filme más refrescante y desacomplejado de Ciencia Ficción que he podido ver en los últimos tiempos es Serenity (Id. 2005), la cinta de Josh Wedom (Buffy Cazavampiros) que redondeaba la magistral serie Firefly (2002). Les hago esta confesión para, ante todo, jugar con las cartas sobre la mesa. Star Trek XI es un filme en el que todo está dosificado con la eficacia de un buen piloto televisivo que revela lo justo como para trazar en el futuro una estrategia rica en posibilidades, pero además de refundar una mítica y un marco actualizado, Abrams persigue un equilibrio con el pasado. El filme, trufado de guiños trekkies, procura un esfuerzo por situar la saga en el terreno de la comedia agridulce y busca un terreno intermedio entre el metalingüismo ‘pop’ de ‘Losts’ y el gradguinyol barroco inherente a la 'Space Opera'. La estrategia de llevar al terreno de lo familiar la jerga pseudocientífica que impera en el 'Enterprise', buscando fugas al más puro estilo sit-com, es de lo más pertinente para dar hechuras de blockbuster a un material, en ocasiones, poco permeable a la trivialización sana. La apuesta por integrar los gadgets tecnológicos en el devenir argumental resulta otro acierto, véase la espléndida función dramática del ‘teletransportador’ en la secuencia de rescate en Vulcano. J.J Abrams ha realizado una afortunada apuesta por la acción, no hay la menor duda, pero cabe recordar que este ya era elemento presente en los últimos filmes protagonizados por la ‘Nueva Generación’, como la espléndida Star Trek Nemesis (2002) de Stuart Baird.
De esta nueva película de 'Star Trek' bueno es reconocer el acierto la elección de los jóvenes actores que encarnan a los Bones Macoy (Karl Urban), Mr. Spock (Zachary Quinto) y muy especialmente, James T. Kirk (Chris Paine). Paine conforma una excelente Capitán Kirk que potencia el perfil tabernario y un tanto irreverente (de personaje fordiano) que ya irradiaba el mítico William Shatner; hay quien ha querido ver en este personaje a una suerte de Han Solo, pero, a mi criterio, todas esas conductas de indisciplinado, ya estaban presentes en el personaje original. Si nos debemos a los elementos más fidedignos con respecto a Star Trek: The Original Series (1966-69) es un ejercicio muy interesante fijar nuestra atención en un Mr. Spock, que no se sale ni un centímetro de la esencia torturada y meditabunda que caracterizara la interpretación de Leonard Nimoy, con alguna salvedad poderosa que hace referencia a su parcela sentimental que no revelaremos… Los personajes de Star Trek XI están excelentemente dimensionados en sus rasgos más primarios y reducidos al común denominador de los roles básicos que el público demanda para un filme de aventuras, pero esa concesión para conseguir un producto más manejable –con opciones comerciales- no ha impedido que el realizador condensara toda la metafísica –esa pseudofilosofía preexistente en Losts- en la el núcleo mismo de una odisea que tiene su razón de ser en el posibilismo científico.
J. J. Abrams raya la perfección en su concepto del ritmo y el espectáculo visual: soberbias batallas espaciales, conflictos sheakesperianos en el puente de mando, y una historia de amistad compleja y refrescante que tanto nos lleva en volandas a la más chispeante Buddy Movie como a la más sarcástica escena de cuadrilátero -con toneladas de arrogancia y paroxismo geek en cada round-secuencia-.
Dicho esto, y dejando algunas otras bondades que ahondaría en el tejido del filme, en su poderosa historia trufada de instantes prodigiosos cabe ser quisquillosos con algunos elementos como la pobre imaginería que rodea el interior de la nave rumoliana enemiga, así como el poco empaque del villano interpretado por el capaz Eric Banna. A un lado de la balanza hallamos estas lagunas que se circunscriben al trabajo artístico (demasiado adscrito a la serie B, y otras como la intrascendencia de ciertos secundarios, todo y ser comprensible si nos atenemos a un planteamiento en que el filme persigue el tratamiento de un piloto televisivo –que en los tiempos de bonanza creativa que corren es más un elogio que un reproche-. El trabajo de los guionistas Roberto Orci & Alex Kurtzman (La Isla, Transformers, MI: III) es posiblemente lo mejor del filme. Star Trek XI atesora fugas espléndidas como el tratamiento distanciado e hilarante del personaje de Scotty (todo un acierto la elección de Simon Pegg): el acento 'highlander' en una nave, la monumental Enterprise’, donde hasta Abrams da cabida a una suerte de pequeño Chewei que redondea la idea de autoparodia. El tono alejado de la pompa de la gran película de Robert Wise Star Trek: La película (Star Trek: TheMotion Picture, 1979), se da en forma de elemento desmitificador, necesario para hacerse con la complejidad de las nuevas generaciones, algunas de ellas impermeables hacia la magia de la película y ante la paradoja temporal que plantea –para un fan de 'Star Wars' ese ejercicio posibilista a lo Carl Sagan es todo un suplicio: le es difícil ver más allá de una espada láser de colores, para un trekkie es una gracioso truco de magia que embriaga. Que no se me enfaden los seguidores de George Lucas, J. J. Abrams es el paradigma que rebate mi broma maliciosa (de fan de Star Trek: The New Generation (1987-1994)).
Pero una vez confesos a la causa de Abrams nos toca ser críticos y poner en solfa aquellos elementos que impiden que este filme sea una obra maestra (sí, exigente, como buen trekkie). Entraremos en detalle mediante una serie de interrogantes que lejos de buscar la provocación sugieren algún matiz autocrítico para aquellos que hemos aprobado sin rechistar este buen espectáculo Sci-Fi: veamos, ¿por qué todo el episodio en el helado planeta Hoth –el destierro de Kirk- es un pasaje copiado sin escrúpulos de la fenomenal El Imperio contraataca (Star Wars: Episode V- The Impire Strikes Back, 1980? ¿Por qué este filme tan taimado y exacto en sus líneas maestras es indeciso estéticamente y solo adquiere personalidad cuando la acción se circunscribe al interior del puente de mando del Enterprise? ¿Por qué tras su pálpito visceral y valiente se halla un inoportuno remiendo de referentes televisivos y cinematográficos? Ahí están 'V', 'Babilon 5' y hasta Starship Troopers (Paul Verhoeven, 1997) . Los más afines a Abrams, sin duda, pueden justificar estas salidas de tono dada su propensión al consabido metalenguaje que gusta aplicar a sus historias, pero permítanme cuestionar la idoneidad de algunas decisiones en el marco de una saga de estética bien definida. Sin ser una mácula definitiva o un error de peso, esta propensión a utilizar la marca 'Star Trek' como una piedra angular en la que encajar lo más florido de la cultura Sci-Fi se me antoja excesivo. Quizá alguien debería haber insistido a J. J. Abrams en trabajar con mayor determinación y riesgo aspectos como el Diseño de Producción o incluso el score del filme. Si hemos asumido que se trata de reinstaurar una saga que comienza, que da sus primeros pasos, estas indecisiones resultan contradictorias; diría más, doy por sentado que la comunidad trekkie hubiese reaccionado con inteligencia y distanciamiento (virtudes que la caracterizan) ante esa posible reformulación integral. Hay quien olvida que 'Star Trek' ha conocido un sinfín de mutaciones y a nadie asiduo al uniforme estelar se le han caído las orejas por ello. A algunos protomodernos seguidores de Abrams (la tribu Losts) les ha dado por atizar a la comunidad trekkie con alevosía y total injusticia tratándoles de talibanes: puestos a ser tendenciosos, quizá a los que deberían desterrar al planeta Hoth es los guionistas de Losts, auténticos corsarios catódicos que llevan un vergel de cuatro mástiles sin timón, ancla y constantes vías de agua –algunos lo llaman el arte del suspense, ya ven-. Mi urticaria ante las series televisivas que alargan una buena idea hasta la saciedad es obvia, por ello prefiero obras tan gaseosas y disfrutables como la citada 'Firefly', un producto más en la linea de esta mueva entrega de 'Star Trek' que nos ocupa.
Los amantes de la Sci-Fi, todos sin excepción, deberíamos estar de enhorabuena por el alcance de este espléndido filme que se aferra a la esencia de un género que amamos por su sofistificación y por aquello que no se nos muestra, la belleza cifrada de un universo tan peligroso y arduo como el Oeste americano. La conquista es la curiosidad y 'Star Trek' , como 'Dr. Who' o 'Firefly' forman parte de un culto que empezó con Asimov, Clark, Brown y tantos otros escritores visionarios; una vez más se nos abre una ventana rectangular al infinito soñado por los hombres. Yo, como Spock, pido permiso para subir a bordo.