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publicado el 3 de junio de 2009

Efluvios del más allá

Victor Halperin pasó a la historia del cine de terror gracias a La legión de los hombres sin alma (White zombie, 1932) –no así con su mediocre extensión / derivación Revolt of the zombies (1936)– pero el desconocimiento, en buena medida también la miopía y los prejuicios de la crítica especializada, han impedido situar en el lugar de honor que le corresponde a Sobrenatural. Nunca editada en vídeo y todavía inédita en dvd en nuestro país, la película es una de las más complejas y estilizadas reflexiones de la historia del género sobre la reencarnación y la existencia del más allá, realzada por una de las más electrizantes interpretaciones de Carol Borland y por un trabajo de puesta en escena que sólo puede calificarse de prodigioso.

Pau Roig | El éxito de La legión de los hombres sin alma, una barata producción independiente que supo rentabilizar el fugaz momento de estrellato de Bela Lugosi tras su participación en Drácula (Dracula, Tod Browning, 1931), permitió a los hermanos Victor y Edward Halperin realizar su siguiente proyecto al amparo de una gran compañía –Paramount–, con una holgura de medios impensable para un filme de género (es decir, menor), y con el estelar protagonismo de una de las actrices de más proyección del Hollywood de esos años, la malograda Carole Borland (1908–1942). El resultado se saldó con un fracaso estrepitoso, quizá porque se alejaba de manera radical y a casi todos los niveles tanto del éxito anterior de los hermanos Halperin como del cine de terror imperante a principios de los años treinta, una época especialmente convulsa y, por lo visto hasta ahora, estudiada de manera parcial e interesada: prácticamente las únicas producciones de horror recordadas / mitificadas de esos años corresponden al ciclo terrorífico de la Universal mientras títulos de otras compañías, a veces más interesantes y arriesgados (y mucho más influyentes de cara a la posterior evolución del género tal y como lo conocemos), permanecen en un injusto segundo o tercer plano. Enumerar todos los “pequeños” filmes del género de la década sería una tarea imposible que excedería el espacio de estas páginas, pero podemos citar tres de los más maltratados por el olvido: El asesino diabólico (Murders in the Zoo, Edward Sutherland, 1933), Las manos de Orlac (Mad love, Karl Freund, 1935) y Los muertos andan (The walking dead, Michael Curtiz, 1936). Sobrenatural ocupa un lugar de honor entre ellos: en algunas de las videoguías más completas y rigurosas sobre el género ni siquiera aparece, mientras que en la mejor antología sobre el horror cinematográfico es vilipendiada con un tesón digno de mejor causa (ver "The Aurum Film Encyclopedia of Horror: Aurum Press", 1993, página 57).

Halperin, como el genial fotógrafo alemán, empezó su carrera en el cine mudo (su primera película se remonta a 1924) y en 'Sobrenatural' recoge de manera inteligente buena parte de sus hallazgos visuales

La película de Halperin comparte más bien pocos elementos con los demás títulos citados: el nivel de ingenuo delirio de su trama, en menor medida su falta de prejuicios, podría compararse hasta cierto punto al de la película de Sutherland, mientras que a nivel formal las comparaciones con la obra maestra de Freund son más obvias. Halperin, como el genial fotógrafo alemán, empezó su carrera en el cine mudo (su primera película se remonta a 1924) y en Sobrenatural recoge de manera inteligente buena parte de sus hallazgos visuales, como demuestra el genial arranque del filme. Después de tres citas consecutivas (textos de Confucio, de Mahoma y de los Evangelios que subrayan que la historia que vamos a contemplar se sitúa más allá de la religión, o por encima de ella), una elaborada sucesión de sobreimpresiones, transparencias y fundidos encadenados nos introduce rápidamente en el relato: en poco más de dos minutos, sabemos que la despiadada Ruth Rogen (Vivienne Osborne), delatada por un antiguo compañero, ha sido detenida y condenada a muerte por el asesinato de tres hombres. A partir de aquí, y sin un solo momento de respiro, la trama se divide en dos historias paralelas que convergerán al final: por un lado, los misteriosos experimentos que el Dr. Houston (H. B. Warner), uno de los médicos más reputados de la ciudad, realiza sobre la transmutación de las almas y la reencarnación (precisamente sobre el cadáver de Rogen y con el consentimiento previo de ella y de las autoridades pertinentes); por el otro, las actividades delictivas de un antiguo compañero de la ajusticiada, el (falso) espiritualista Paul Bavian (Alan Dinehart), que intenta estafar a la influyente familia Courtney aprovechando la muerte reciente de un familiar. Houston está convencido que hay vida después de la muerte y quiere evitar a toda costa que el espíritu de la ajusticiada pueda sobrevivir a su cuerpo y llegar a “contaminar” a personas inocentes; el científico entiende el Mal, así en mayúsculas, como una suerte de infección espiritual, algo etéreo pero a la vez real capaz de poseer a las personas más naturalmente predispuestas a él. Bavian, en cambio, no cree en nada más que el dinero y está dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguir sus objetivos, desde vender a la que una vez fue su novia a la policía hasta hacer creer a Roma Courtney (Borland) y al resto de su familia que su hermano recientemente fallecido quiere comunicarse con ellos desde el más allá para delatar al culpable de su muerte. Las dos historias, y éste es uno de los elementos más interesantes del guión de Harvey F. Thew y Brian Marlow, funcionan de manera complementaria al mostrar dos caras de la misma moneda: la película relaciona e incluso contrapone una trama de intriga que critica de manera furibunda las malas artes y las trampas de delincuentes sin escrúpulos que se hacen pasar por espiritualistas y mentalistas, y una historia abiertamente sobrenatural que transmite una fe ciega en la existencia del más allá.

Si el argumento de la película, con todas sus implicaciones y dobles lecturas, resulta ya sorprendente, el look visual estilizado, lujoso incluso, característico de las producciones de la Paramount de esos años otorga al conjunto un plus de extrañeza. Muy lejos de la Europa imaginaria, mágica, encantada –y en realidad, inofensiva– de las producciones del ciclo terrorífico de la Universal, Sobrenatural se desarrolla con inquietante naturalidad en la Nueva York de los años treinta, en unos escenarios modernos y diáfanos que podrían pasar por los de cualquier “comedia sofisticada” de la época (las películas de Ernest Lubitsch o Preston Sturges, por poner dos ejemplos diferentes entre sí). Pero no nos llevemos a engaño: no hay en todo el filme una sola nota de humor, ningún momento de relajación, la frivolidad y el distanciamiento brillan por su ausencia a lo largo de los poco más de sesenta minutos de duración. Lo que empieza como un desgarrador thriller criminal que anticipa recursos y elementos que harán furor poco después en el cine negro (femme fatale incluida) deriva rápida y brutalmente hacia una cortante historia de posesión / transmutación que altera de manera profunda la realidad establecida: tras irrumpir de improviso en el laboratorio de Houston, Roma Courtney acabará siendo poseída por el espíritu de Ruth Rogen y tratará por todos los medios a su alcance vengarse de Bavian. Ambos coincidirán en una sesión de espiritismo que el médium realiza en la mansión de la acomodada familia y que en realidad es una farsa: usando los más atrevidos trucos, Bavian hará creer a los Courtney que ha contactado con el difunto. Pero él no cree en la existencia del más allá, nunca ha creído en ella, y por ello no se dará cuenta de que Ruth se ha apoderado de la mente y del cuerpo de Roma. Con su físico imponente y su atrevido comportamiento, la mujer lo arrastrará hacia el yate familiar anclado en el río Hudson para intentar consumar su venganza. Especialmente en este trepidante tramo final, la electrizante doble interpretación de Borland resulta definitiva para otorgar a Roma una delicada fragilidad que se transforma en lasciva animalidad cuando es poseída por el espíritu de Rogen; el personaje representa también dos caras de una misma moneda: la mujer / esposa sumisa y recatada de comportamiento irreprochable y la mujer diabólica y manipuladora capaz de hacer cualquier cosa para conseguir sus objetivos, valiéndose de su impresionante presencia física para llevar a los hombres a la perdición. Sólo con el recurso a unas efectivas lentillas que subrayan su condición de poseída, la actriz consigue con su expresión facial y sus bien medidos movimientos transmitir toda la maldad de su transmutado personaje (véase la perturbadora obsesión de Ruth / Roma por aplastar sin el menor esfuerzo cualquier objeto que le llega a las manos, especialmente vasos y copas).

El ritmo endiablado que Halperin imprime al relato ayuda notablemente a suavizar, incluso a pasar por alto las ideas más ingenuas y algunos pocos cabos sueltos del guión, especialmente molestos por lo que respecta al personaje del médico, decisivo en la primera mitad de metraje pero que desaparece antes de la resolución para ceder todo el protagonismo al prometido de Roma (interpretado por un jovencísimo Randolph Scott). Sobrenatural se diferencia, y mucho, del grueso de los títulos terroríficos de la década por su inaudito nivel de virulencia, por la violencia implícita y explícita que inunda la gran pantalla, de una brutalidad que lo emparenta más con cine de gánsteres que hacía furor en esos años –Scarface, el terror del hampa (Scarface, Howard Hawks, 1932), entre tantos otros títulos– que no con los filmes centrados en vampiros, momias, hombres lobo o médicos enloquecidos. La caracterización de Rogen como una loca muy peligrosa que puede considerarse como la encarnación de un Mal absoluto ya apunta en este sentido, aunque es el personaje del espiritualista el que viene a representar una amoralidad impensable en una producción de un gran estudio del Hollywood clásico: Bavian no duda en inmiscuirse en el velatorio del difunto miembro de la familia Courtney para realizar un molde exacto de su rostro con una misteriosa sustancia (primer paso para construir una máscara de gran parecido con el fallecido que utilizará en uno de sus trucos), ni aún menos al poner fin a la vida de su (demasiado) curiosa casera mediante un anillo de su invención con un extraño mecanismo que envenena mortalmente a todos aquellos que entran en contacto con él. La escena de este asesinato es un prodigio de guión y de planificación: dada la antipatía que Bavian despierta nada más aparecer en la pantalla, Halperin consigue una rápida implicación de los espectadores con el personaje de la mujer vieja y alcohólica que trata de hacer chantaje al falso médium pero que acabará probando su verdadera medicina: envenenada de muerte sin saberlo, la mujer ríe histéricamente junto con Bavian en su apartamento durante unos segundos que hacen muy tensos antes de desplomarse al suelo. La risa, en este caso la de la difunta Ruth Rogen, será también un elemento determinante en la ambigua muerte de Bavian casi al final del metraje, rematada con otro detalle de inaudita virulencia: la sombra del cadáver del espiritualista, estrangulado por una cuerda al intentar escapar del acoso del espíritu de su antigua amante, se proyecta sobre el casco gris y frío del yate de los Courtney, mientras Roma y su prometido vuelven a estar juntos, ahora ya para siempre.

El momento más impresionante del conjunto, sin embargo, tiene lugar bastante antes: el experimento al que Houston somete el cadáver de Ruth Rogen, del que no se explica prácticamente nada. Sentado en una especie de sillón detrás de un biombo, el cuerpo sin vida de la mujer es sometido a un bombardeo de misteriosos rayos luminosos que en el momento culminante harán que Rogen llegue incluso a abrir los ojos. Tras interrumpir la sesión, Roma, su prometido y el propio médico serán testigos del primero y más inquietante suceso sobrenatural de la cinta: una corriente de aire helado mueve las cortinas pese a que las grandes ventanas del laboratorio están cerradas e instantes después el biombo que cubre el cuerpo de Rogen se desploma al suelo delante suyo, como si ella misma (o su espíritu) lo hubiera empujado. Es una escena inaudita, misteriosa, terrorífica, que da perfecta cuenta del nivel de inventiva, de la fuerza visual de un filme que nunca debería haberse olvidado; plagado de brillantes ideas visuales y de continuos hallazgos de puesta en escena, su asombrosa intensidad permanece grabada en la retina mucho tiempo después de terminada la proyección.


    FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA:

    Estados Unidos, 1933. 66 minutos. B/N. Título original: Supernatural Director: Victor Halperin Producción: Edward Halperin y Victor Halperin, para Paramount Pictures Guión: Harvey F. Thew y Brian Marlow, sobre una historia de Garnett Weston Fotografía: Arthur Martinelli Música: Karl Hajos, Howard Jackson y Milan Roder (sin acreditar) Intérpretes: Carole Lombard (Roma Courtney), Alan Dinehart (Paul Bavian), Vivienne Osborne (Ruth Rogen), Randolph Scott (Grant Wilson), H.B. Warner (Dr.Carl Houston), Beryl Mercer (Madame Gourjan), William Farnum (Nicky Hammond), Willard Robertson (Warden).



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