publicado el 1 de abril de 2004
Juan Carlos Matilla | Galardonada con el León de Oro en el pasado festival de Venecia, El regreso (Vozvraschenie, 2003), hermoso y melancólico debut del realizador ruso Andrey Zvyagintsev (joven cineasta procedente del mundo teatral moscovita), ha sido uno de los filmes europeos más aclamados del pasado año y una de las pequeñas sorpresas que nos ha deparado el último cine de autor, un género que en la actualidad permanece huérfano de nuevas propuestas y miradas verdaderamente únicas ya que la mayoría de tótems del cine de arte y ensayo se han dormido en los laureles en los últimos años. Con esto no quiero decir que hoy en día no haya creadores potentísimos y sugestivos (como Alexander Sokurov, Ulrich Seidel, Béla Tarr, Tsai Ming Liang o Kim Ki Duk), sólo que la mayoría de estos artistas no consiguen estrenar sus obras en España. La distribución del cine de autor en nuestro país es muy pobre y conservadora, ya que rechaza las propuestas más curiosas para refugiarse en el Olimpo de los directores establecidos (pienso en nombres como Manoel de Oliveira, Robert Guédiguian, Ken Loach, Atom Egoyan, los hermanos Coen, etc.) quienes en sus últimas obras muestran una cada vez más preocupante tendencia a la autocomplacencia. Cada vez hay más de lo mismo y no siempre de buena calidad. Por eso resulta comprensible que El regreso, al igual que Lejano (Uzak, 2002), la cinta del director turco Nuri Bilge Ceylan estrenada el pasado año, haya llamado tanto la atención de la crítica europea y haya sido catalogada de obra maestra a pesar de que, a mi juicio, el filme no esté a la altura de la expectación creada. El regreso es un buen filme, a ratos excelente, pero dista mucho de ser una obra perfecta y, mucho menos, renovadora.
Filme dotado de una preciosista y reposada puesta en escena y de un enfoque austero y sobrio, El regreso es un bello relato de iniciación dotado de un tono poético extraordinario que narra el reencuentro entre un padre y sus hijos después de diez años de separación. Tras la sorpresa inicial, los hijos reaccionan de manera distinta ante el extraño personaje que dice ser su progenitor: el mayor lo acepta enseguida, ansioso por recuperar la relación perdida, pero el pequeño lo observa receloso. El silencio de la madre, el carácter misterioso y tiránico del padre y la ausencia total de información sobre su pasado, son algunos de los elementos que enturbiarán el reencuentro familiar.
La obra resulta admirable por su valiente apuesta por lo misterioso y lo simbólico. El realizador no pretende esclarecer los verdaderos motivos del regreso del padre ni su verdadera identidad. Todo permanece parcialmente oculto para el espectador aunque, en realidad, la obra está repleta de elegantes motivos (la enigmática isla, las torres que han de escalar los personajes, el lago que han de cruzar, la barca que se hunde con el pasado en su interior) que insisten en la verdadera naturaleza del filme: una reflexión lírica, llena de elementos metafísicos y de referencias mitológicas, sobre la dificultad de la relación entre padres e hijos y sobre la entrada de estos últimos en la madurez. Zvyagintsev ha realizado aquí una fábula espectral sobre el aprendizaje vital, lleno de crueldad y amargura, a partir de una historia de reencuentro y pérdida dotada de una atmósfera sombría y desoladora.
Influenciada por la obra de creadores como Alexander Dovjenko, Andrei Tarkovsky, Michelangelo Antonioni o Theo Angelopoulos (sobre todo éste último ya que el filme se puede ver en parte como una variación de Paisaje en la niebla), la película tiene sus mayores aciertos en la sugerente recreación del paisaje, en la soberbia interpretación de los niños y en la creación de unos admirables paralelismos de puesta en escena (como por ejemplo la mortuoria relación que se establece entre la primera y última imagen del padre, dos admirables planos con el cuerpo del padre yaciente que insisten en el lado onírico y fúnebre del relato, o como el papel fundamental que juegan las dos atalayas que aparecen en el filme, símbolos de la superación personal de los niños ante su doloroso pasado de abandono). Por el contrario, el filme tiene algunos puntos débiles debidos a un exceso de poetización, que en algunas ocasiones resulta algo gratuito, y al tono algo discursivo y deslavazado de algunas secuencias. Errores menores que no ensombrecen el magnífico resultado final. Intensa y evocadora, El regreso hará las delicias de los espectadores atentos e inquietos que busquen experiencias cinematográficas en las que converjan el misterio y la poética.