Valores familiares en entredicho

Lo único negativo que puedo decir de La huérfana: Primer asesinato es que llega con una década de retraso. Y digo que es lo único porque me parece una estupenda precuela, más si tenemos en cuenta que La huérfana (Jaume Collet-Serra, 2009) es ese tipo de cinta de horror en la que una vez desvelado el farol todo se precipita con la aparatosidad de La caída de la Casa Usher (cabe decir que en este filme de 2022 también se derriban pilares familiares de agudo malditismo). Con un personaje como el de Esther/Lena (Isabelle Fuhrman), a priori desenmascarado y con un recorrido limitado, que se apueste por desvelarnos su pasado con arranque en un psiquiátrico de Estonia me parece atinado, eficaz e inteligente. La presentación de tan peculiar y monstruoso personaje encarnado en una niña de mirada inocente y pulsión asesina está a la altura de la de los grandes psychokillers del género. La fórmula utilizada es simple y perturbadora: mostrar a la pequeña tras un pupitre, haciendo un dibujo, en un aula con las puertas bloquedas tras un protocolo de alarma de seguridad. La víctima inocente, una profesora de arte terapéutico.

Lluís Rueda | Para su reformulación del universo creado por Jaume Collet-Serra, William Brent Bell (The Boy, La separación) apuesta en la presentación de tan iconográfico personaje por darle un cariz de matarife de serial con ademán seductor, algo propio de un Hannibal Lecter. Pero esa estampa intermitente desaparece del todo cuando la falsa niña (creo que esto, ya pasada una década, podemos revelarlo) viaja a EE.UU haciéndose pasar por la hija desaparecida de una familia adinerada. Es entonces cuando cambian los tornos y la psicópata se convierte en un ratón atrapado en la laberíntica mansión con secretos turbios. Un giro magistral que nos hace empatizar con Lena a tal punto que la ambigüedad del relato se amplifica hasta límites exquisitos.

La huérfana: Primer asesinato, entiendo, es un filme que no plantea superar a su antecesora, más bien procura trabajar su libreto creando una espléndida red de referencias complementarias, un par o tres de fugas de poderosa eficacia y el ya citado giro del punto de vista que nos obliga a apropiarnos de la maldad innata del personaje sin excesivas cargas de conciencia. Ese es el peldaño de mala leche que convierte un filme de vocación comercial, correcta ejecución e incluso contención formal, en un bello frasco de veneno.

Un filme eficiente y que amplía con inteligencia el campo de batalla de esta pequeña criatura preñada de maldad, a la par que la conecta con la esencia del filme original mediante un hilo argumental novedoso. Es indudable, el carisma indiscutible de este personaje de impostado candor aún goza del beneplácito de los afines al terror. Por último, señalar que la interpretación de Isabelle Fuhrman acaso es más redonda y llena de matices si la comparamos con su primera incursión en el personaje. Claro está, la madurez es un grado y, para la ocasión, la actriz que aprecía en Los juegos del hambre domina los tics y la ambigüedad del monstruo con edificante maestría.

Artículo publicado el 8 de septiembre de 2022