FICHA TÈCNICA
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Lluís Rueda |
Reivindicar las historias autóctonas, el legado de una cultura supersticiosa y de unas leyendas que conforman el ADN de un país, siempre ha sido, a mi juicio, la asignatura pendiente del cine de género producido en el Estado español. No-Do, el tercer largometraje del interesante realizador canario Elio Quiroga, propone desbaratar esa inclinación conformista y escarbar en las esencias de la superchería del franquismo, en la connivencia de la iglesia y todo ello, mediante un destilado ambicioso en el que el poder de la imagen se erige en el protagonista de la gran mentira que fue España durante la dictadura.
Cabe recordar que aproximarnos a un nivel de fantastique autóctono, de ineludible concepción provinciana, es hablar de realizadores ‘apartados’ como Agustí Villaronga u Óscar Aibar: el primero autor de la brujeril y goyesca 99.9 (1997) y el segundo de la sátira del franquismo, vía OVNI, Platillos volantes (2003), un filme de enorme sinceridad con una época disoluta en el fango de la gran mentira de la transición. Quiroga, un joven director valiente y con un estilo de poderosas inercias artísticas fue con su ópera prima, la particular Fotos (1996), un autor a contracorriente que abrasaba al espectador por la fiereza de sus retratos y la fragilidad de sus personajes, algo al alcance de muy pocos principiantes. Tras coquetear con idéntica voluntad trasgresora en el filme de ciencia ficción La hora fría (2007), estimable pese a su irregularidad, ahora se propone coger a la España franquista por los cuernos e hilvanar un retrato de horror y religión que empequeñece la valía, si nos atenemos a una comparativa ética y estética, de recientes blockbusters de calado gótico, de gran éxito en esta España recién mudada –más chovinista que esotérica-, como Los Otros (Alejandro Amenábar, 2001) o El Orfanato (Juan Antonio Bayona, 2007). Entiendan que citando estos taquillazos del horror hispano española persiguo poner de manifiesto el poco alcance de nuestro cine, un cine para no iniciados y con una concepción del suspense mimética a las corrientes más conservadoras.
Quiroga es un realizador valiente, poderoso y capaz de apuntalar secuencias desestabilizadoras con la misma facilidad con la que pone en tela de juicio los códigos del cine de horror más tópicos y manidos. En No-Do se da una trama que utiliza los recursos del cine comercial norteamericano para rendir un homenaje a películas como Poltergeist (Id., 1982) de Tobe Hooper y perpetrar una irónica recomposición en la que todo lo alambicado en el primer tramo del filme, una historia de fantasmas al uso, se ve desbaratado por un gran misterio de Estado que toma unas proporciones demoníacas y poderosamente inquietantes.
Quiroga muestra las cartas y se erige en artesano del horror carpetovetónico a la manera de Chicho Ibáñez Serrador, en hacedor de retorcijones televisivos como la serie ¿Hay alguien ahí? (Cuatro) y cuando considera que su ‘discutible’ ejercicio de estilo ya ha tocado fondo, pone otra marcha para llevarnos a un lugar endemoniado. El viaje a los infiernos de No-Do parte de una sugestión enfermiza que amplifica la idea de Cigarette Burns (2005), el filme para TV de John Carpenter para el proyecto Masters of Horrors y se aproxima, en el singular viaje que propone, a la complejidad emocional de El exorcista (The Exorcism, 1973) de William Friedklin; pero esa no es la única mutación a la que el realizador somete a su largometraje, cuando se atempera, amedranta al espectador de un modo que tan solo lograría un material tan repugnante y surrealista como el del documental Queridísimos verdugos (1973) del gran realizador Basilio Martín Patino: la España de los verdugos, de los olvidados, se hace presente sin renunciar nunca a la condición de horror movie.
Quizá el único pero a este filme tan interesante y, en cierto modo, revelador, sea el desmedido talento de Quiroga al servicio de excesivos servilismos comerciales, incluso cuando los utiliza como un recurso paródico –al menos eso se desprende de este filme que funciona y se atribula a partes iguales y resulta dispar en diferentes niveles argumentales-. En su planteamiento inicial, el realizador trama un complejo punto de arranque –a modo de flashback- que no encuentra solución de continuidad hasta bien entrada la segunda parte del filme, y hablamos del misterio de los sucesos de una casa maldita: hechos que a medida que avanza el filme, descubrimos, tienen que ver con apariciones marianas y unos rollos de película del No-Do (el popular noticiario del franquismo) que la iglesia católica ha ocultado durante años. Si bien esta línea argumental es intachable y en su desarrollo deja a Ángeles y Demonios (Ron Howard, 2008) a la altura de una chirigota de diseño, resulta más discutible la trama que trenza el Acto 1 y el 2 del filme. Este otro punto argumental aborda los problemas psiquiátricos de una mujer (Ana Torrent) que perdió a su bebé hace diez años y que ahora se traslada con su familia (el marido y dos hijos) a la casa misteriosa. Este último extremo es el que resulta ‘impertinente’ en el global por la proliferación de efectismos y la machacona reiteración en cuanto a los roles cambiantes y la sempiterna predilección por situaciones al más puro estilo ‘luz de gas’. Con todo, incluso en ese tramo, Quiroga se muestra un realizador convencido de sus posibilidades, capaz de catalizar el estilo de Jaume Balagueró, aportar una sensación de extrañeza muy deudora de Pupi Avati y de conceder a la mecánica de su puesta en escena una sinceridad y una delicadeza francamente sorprendentes. Si convenimos que al realizador-autor le pierde la ansiedad en muchas secuencias, sea por hilvanar demasiadas pistas, conceptos, e incluso por dosificar en demasía algunos secundarios capitales, hemos de rendirnos a su virtuosa capacidad para jugar con los volúmenes de la imagen, bucear en el metalenguaje y realizar epatantes frescos en los que los iconos religiosos se trasforman en elementos perturbadores de gran calado.
A celebrar ese último tramo del fin que conjuga lo conspiranoide y lo grandilocuente en apenas dos sets y sirviéndose de un atrezzo en el que sobresalen reclinatorios, exvotos y gárgolas desafiantes, así como la casi picaresca estampa de dos diáconos hablando del demonio mientras suspenden sus conjeturas en unas copas de rioja. Quiroga, pese a la impostura errática de empecinarse en que su filme atraiga a un público no iniciado -¡basta ya de tanto niño muerto y de gente que ve muertos!-, muestra que su cine puede acometer cierta complejidad argumental y manejar un presupuesto irrisorio y que es un cineasta con hechuras de oficiante consagrado.
No-Do deja en nuestras retinas instantes poderosos y que producen una aprehensión intrigante –verosimilitud y truco se confunden-, y todo eso ocurre cuando nos acercamos a esas ‘falsas’ imágenes del noticiero, ya de por sí maldito y propagandístico, en que reconocemos una España superchera e inculta en la que proliferan las representaciones de demonios -los elementales- o imágenes desalentadoras como el impactante flashback de una prostituta con llagas de la que emanan litros de sangre durante días. Vaya usted a saber si Quiroga pensó durante el rodaje en un falso estigmatizado erigido en nuevo Papa en algún pueblecito de Andalucía (me refiero al Palmar de Troya, claro), Los milagros de Fátima, las monjas bilocadas, las representaciones de Cristos articulados o los cuerpos y los miembros de santas incorruptas son los trofeos de la fe de una Península Ibérica que siempre ha sido un territorio de cadáveres prodigiosos y serviles hacedores de mortajas.
Reitero, dejando a un lado la mácula de ciertas irregularidades de un guión que avanza a trompicones y unos lugares comunes poco recomendables a estas alturas de la película, si ustedes se acercan a No-Do con cierta pulsión de arqueólogos de lo oculto, hallarán una iconografía religiosa expuesta como última expresión de lo bizarre, desmedido y espeluznante… Todo un acierto el tratamiento visual que propone Quiroga, un dechado de texturas y cromatismo que nos recuerdan al más experimental Mario Bava, eso sí, sin salirse un milímetro de las desazonantes atmósferas de la tradición del cine de suspense de Jack Clayton o Jacques Tourneur. No dejen de ver este filme voluntarioso, profano, y con aristas de cine de vanguardia: Quiroga posee un talento intermitente, pero inédito en el conjunto del cine español.
Artículo publicado el 23 de junio de 2009