publicado el 2 de abril de 2005
Juan Carlos Matilla | La infancia entendida como motor generador del horror ha sido uno de los argumentos más ricos del cine de terror contemporáneo. De El otro (The Other, 1972), de Robert Mulligan, a Los chicos del maíz (Childern of the Corn, 1984), de Fritz Kiersch, pasando por ¿Quién puede matar a un niño? (1976), de Chicho Ibáñez Serrador, El exorcista (The Exorcist, 1973), de William Friedkin, o La profecía (The Omen, 1976), de Richard Donner, son sólo algunos excelentes ejemplos de esta corriente que navega por los demonios y tendencias criminales de esa “inocente” etapa de la vida humana. Pues bien, el thriller de horror estadounidense El escondite (Hide and Seek, 2005), dirigido por el actor y realizador John Polson (responsable de la olvidable Fanática) pretende formar parte de tan insigne lista de obras aunque, por desgracia, no sólo no lo consigue sino que además dista mucho de ser una obra mínimamente interesante.
Protagonizada por un abúlico Robert De Niro y una excelente Dakota Fleming (una portentosa actriz, a pesar de su corta edad, que en breve veremos protagonizar La guerra de los mundos, de Steven Spielberg), El escondite se adentra por los recovecos de la maldad infantil a partir de la historia de la familia Callaway, un clan asolado por el suicidio de la madre y por el siniestro comportamiento de la hija y de su amigo “imaginario”, el enigmático Charlie. Crímenes feroces, parajes desolados, fantasmas al acecho y traumas psicoanalíticos se entremezclan en este paupérrimo thriller que naufraga estrepitosamente a causa de su insultante indefinición genérica y su inconsistencia argumental.
Crímenes feroces, parajes desolados, fantasmas al acecho y traumas psicoanalíticos se entremezclan en este paupérrimo thriller que naufraga estrepitosamente a causa de su insultante indefinición genérica y su inconsistencia argumental.
El escondite es una obra que se puede atacar prácticamente desde todos los flancos, pero, aunque resulte paradójico, lo más irritante de un filme de estas características no se encuentra ni en su mediocridad visual, ni en su torpe desarrollo narrativo ni en su ineficacia a la hora de crear climas inquietantes y verdaderamente turbadores (aunque todos ellos sean argumentos de peso para enjuiciar negativamente la obra de Polson). Lo que resulta más enojoso es la absoluta incapacidad del director y del guionista, Ari Schlossberg, a la hora de hilvanar un relato unitario y maduro ya que, a causa de la falta de ideas y de la desconfianza que ambos sienten ante el presunto atractivo de la trama, deciden trufar el guión con continuas vacilaciones, giros imposibles e incoherentes líneas narrativas.
El escondite es un filme que pretende llamar la atención del público mediante la táctica del despiste y la acumulación, por eso la película toma elementos de distintos géneros y soluciones narrativas de diversa índole para así esconder su naturaleza de obra dotada de una narrativa débil y de una absoluta anorexia creativa. Melodrama familiar con ecos sobrenaturales, sórdido cuento sobre la perversión infantil, esquizoide relato sobre seres escindidos o narración fantasmagórica de tintes criminales, son sólo algunos de los subgéneros a los que se asoma El escondite para encontrar la inspiración perdida.
Además, Polson añade a todo este desaguisado una serie de soluciones de puesta en escena completamente inútiles, destinadas a marear la perdiz: por un lado, conjuga detalles de puro fantastique (los planos subjetivos del presunto fantasma escondido en el armario, el acecho de las sombras en la secuencia del sótano o los planos de la niña observando el vacío durante su primer “contacto” con el espectro en el bosque), y por otro, los funde con otros heredados de los peores thrillers que se hayan rodado sobre la doble personalidad (los flashbacks que insisten en la memoria fragmentada del protagonista, el abuso de ambiguos planos que muestran a los múltiples sospechosos o la consabida secuencia en la que la “verdad” se desvela y de paso, llena de incoherencias todo el relato). En resumen, todo un despropósito causado por la falta de escrúpulos de unos creadores más interesados en el box office que en solventar un absoluto desatino.