publicado el 15 de septiembre de 2009
La posibilidad de que una raza de alienígenas aterrice en nuestro planeta para instalarse es un tema recurrente de la literatura sci-fi, Ray Bradbury y sus ‘Crónicas Marcianas’ es un ejemplo de como el cine ufológico que pobló nuestras pantallas en la década de 1950. La mayoría de las veces estas invasiones eran beligerantes, La tierra contra los platillos volantes (Earth Versus the Flying Saucers, Fred F. Sears, 1956) nos valdría como paradigma, pero pocas veces el cine se había acercado a la posibilidad de una invasión desde un punto de vista sociopolítico, a la manera en que Robin Campillo (Les Revenants) o George A. Romero (El diario de los muertos) se han aproximado a la temática zombi para construir una metáfora de la condición humana pesimista, rica y certera. En ese sentido, habría que recurrir a la literatura del citado Bradbury o de Frederick Brown para componer un fresco de este ejercicio de política ficción…
Lluís Rueda | Neil Blomkamp debió tener presente esas premisas al escribir el guión de su primer filme como realizador y desde luego el olfato en la producción del nuevo Rey Midas de las antípodas, Peter Jackson, no ha podido ser más acertado. Neil Blomkamp nos propone una austera y rica metáfora de la segregación racial que mira con lupa las llagas aún supurantes de la ciudad de Johannesburgo (Sudáfrica) y lo hace con las herramientas de la ciencia ficción más costumbrista, irónica, folletinesca y catódica. El realizador formula un enorme piloto, a la manera de los acostumbrados por J. J. Abrams, en que se tiene muy presente el legado de series como V (1983-85), Alien Nation (Grahan Baker, 1988)- que en breve verá una reformulación para el canal Sci-Fi-, pero que también contempla en sus entresijos aromas a la saga del ‘Dr. Quatermass’ iniciada por Val Guest para Hammer Films, cintas como The Day of the Triffids (1951) o La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) y seriales muy populares como Flying Disc From Mars (Fred Brannon, 1951). La enumeración sería interminable, un listado que abarcaría thrillers ufológico-rurales como la estupenda The Man from Planet X (Edgar G. Ullmer,1951), sátiras sociales más recientes como, Martians go Home! (David Odell, 1990) o Mars Attacks! (1996) de Tim Burton y un sinfín de filmes modestos que han conformado la iconografía imprescindible de una religión que se gestó en las tiras del gran Álex Raymond y se hizo adulta con la llegada del hombre a la Luna.
N. Blomkamp, que proviene del mundo del videoclip, la publicidad, y que hasta hoy atesora un único cortometraje, apuesta en su puesta de largo por un enfoque documental que se apoya en las cámaras de televisión, las cámaras de seguridad, la entrevista y los noticiarios para crear un universo de que conecta con la manipulación de la información, el hedonismo digital y un sinfín de recursos narrativos que a medida que avanza el film alcanzan hechuras de ficción-total de una manera sibilina. Blomkamp prioriza la acción y cierta poesía decadente pero nunca decanta el tono del filme hacia un pulso anímico definitivo, de manera que el espectador jamás cae en la abulia. El realizador, en ese primer tramo nos presenta unos extraterrestres desagradables, infrahumanos y violentos, que poco a poco va racionalizando. Ese inteligente ejercicio se plantea a través del ‘bicho’ libertario que se alía, en ‘tour de force’ de pura supervivencia, con el protagonista humano encarnado por Shartlo Copley. Sorprende que el héroe del filme sea un personaje con problemas de inteligencia, casi un paria del sistema que se crece ante la adversidad y acaba erigiéndose en héroe de la contienda.
Este funcionario que sufre un accidente fatal al mando del operativo que planea trasladar a miles de extraterrestres a un campo de concentración es una apuesta meritoria de un director al que no le interesaba construir una versión ‘pulp’ de Independence Day (Roland Emmerich, 1996), un director que comparte con Peter Jackson el gusto por lo vitriólico y con Paul Verhoeven un sentido del humor negro, desaforado y ciertamente interesante (sí, también el filme destila la intención insana y satírica de Starship Troopers, 1997).
Si bien esta odisea centrada en los ojos humanizados de un alienígena superdotado y en el vocabulario limitado de un humano con limitaciones – a modo casi de ‘buddy movie’ subliminal-, no es una obra redonda, que marcará un antes y un después, si hemos de reconocerle el valor de filme de culto instantáneo, a contracorriente, y muy rico en aspectos que trascienden lo puramente cinematográfico.
Existen dos maneras de acercarse a Distrito 9, con la amplia conciencia de que uno asiste a una comedia disparatada, ácida y muy particular, esa es mi postura, o con la mente puesta de manera casi obsesiva en la fuerza de un discurso sociopolítico, una sátira casi ‘orwelliana’ que, estimo, complementa muy bien la ambientación y el curso del filme pero no se sostiene como único y definitivo argumento de peso.
La combinación de esas aristas imperfectas por separado se solapan en el devenir del filme de manera admirable y allá donde cojea un aspecto sobresale el otro, bien a través de una chispa de humor gore inesperado o a través del retrato de las minorías nigerianas explotando a los extraterrestres en su propio ghetto. La gracia del guión de este joven debutante se da en el desparpajo de un mensaje muy cáustico en el que el hombre contenta a sus visitantes enganchándoles a una droga muy particular: la comida para gatos. Detalles sórdidos pero a la vez descacharrantes como este hacen que pensemos en un joven Peter Jackson cuando debutara hace algunos unos años con Bad Taste (1987). Al menos ese mundo hiperrealista que nos plantea este fin también tiene hilarantes salidas de tono, así la comedia, más o menos marciana, se erige en motor de una alegoría que en otras manos caería en un manual de moralejas o un full melodramático. Hasta en eso acierta este sudafricano afincado durante años en Canadá, la secuencia final de esta comedia ‘trash’ puede presumir de una economía cinematográfica digna de los guionistas de Pixar.
Lo demás es puro divertimento, sátira y paletadas de mala leche.