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publicado el 19 de julio de 2005

Princesas sin trono

Lluís Rueda | Tras sorprender a la crítica con filmes como Alas de mariposa (1991) o La madre muerta (1993), y conseguir el taquillazo español del momento con la vitriólica Airbag (1997), Juanma Bajo Ulloa regresa a la gran pantalla, tras un largo paréntesis, como director y también ejerciendo tareas de producción. Frágil (2005), es un filme de presupuesto medio que aúna independencia y libertad creativa, por tanto marca distancias con el esquematismo de otros melodramas facturados en el cine español actual. La nueva película del directo de Vitoria, es una propuesta valiente, arriesgada narrativamente y de profundo contenido crítico.

Juanma Bajo Ulloa se propone en su última película hacer un retrato de la mujer de hoy, de sus miedos, sus odios, y sobre todo de como ellas se ven a sí mismas. Para ello ha creado a Venus –personaje interpretado por la desconocida Muriel– un ser puro y obstinado que busca a un príncipe de cuento de hadas en un mundo hostil y arbitrario.

El realizador traslada a su personaje a un palacete urbano poblado de personajes femeninos al límite, un joven actor hedonista que le robará el corazón y una troupe hollywoodiense que se prepara para el rodaje un filme de lances caballererscos y doncellas del medioevo. En ese decorado privilegiado la joven Venus conocerá los sinsabores del amor y quedará sumida en una crisis profunda que la arrastrará a la autodestrucción. El realizador somete a su personaje protagonista a un descenso a los infiernos que a su vez le permite reflexionar sobre temas tan actuales como la bulimia y el excesivo culto al cuerpo. Frágil es una fábula cruel sobre la soledad que utiliza la apariencia del cuento clásico, en un alarde de valentía argumental por parte de su director, que viene a ejemplarizar su adhesión al melodrama de corte clásico, pero también su instinto barroco y su desmesura formal.

No cabe duda de que Frágil es un filme arriesgado en lo formal, valiente si se quiere, pero también es cierto que la pátina impostada de cuento de hadas que arrastra el filme en su último tramo hace un flaco favor al estupendo clímax conseguido previamente.

El realizador de La madre muerta consigue momentos de buen cine desde los primeros balbuceos de la película, en esos primeros minutos la imagen toma todo el protagonismo, la ausencia de diálogos es total, y la mirada de Venus (de niña a adulta) nos explica su particular relación con el mundo.

Pero esa bella apertura cinematográfica que nos regala el director, casi una sinfonía para “engrasar” el motor dramático del filme, concentra uno de los momentos cinematográficamente más exquisitos, y por que no decirlo, más influenciados por la magia visual de trabajos como Vacas (1992) o Los amantes del Círculo Polar(1998) de otro enfant terrible del cine del realizado en Euskadi: Julio Medem. No cabe duda de que Frágil es un filme arriesgado en lo formal, valiente si se quiere, pero también es cierto que la pátina impostada de cuento de hadas que arrastra el filme en su último tramo hace un flaco favor al estupendo clímax conseguido previamente.

Una vez Venus abandona el ambiente rural y viaja a la ciudad, se enamora de su supuesto príncipe azul –el joven y bello David–, pero también establece contacto con un grupo de mujeres que trabajan en el palacete como damas de servicio. De sus almuerzos en las cocinas de las dependencias, surgen las mejores secuencias del filme, las ácidas réplicas del guión de Catalina Gilabert ejemplifican perfectamente los forcejeos verbales de unas mujeres al borde de la angustia, cercanas al precipicio de la soledad. Sin embargo, esas almas femeninas se reciclan constantemente, se reinventan cada día, y el realizador muestra ese proceso sin artificios: como si extrajera un bocado de realidad con su cámara. Uno de los momentos más celebrados de Frágil es aquella secuencia que retrata una encendida discusión entre estos maravillosos personajes secundarios femeninos. El retrato del director es cruel y por su sarcasmo supurante alguien pensaría que exagerado, pero lo cierto es que de él emana un realismo epatante. La última intención de Juanma Bajo Ulloa es sacar lo mejor y lo peor de esas mujeres: hacer que limpien su conciencia mediante el llanto y que, cogidas de las manos, se conjuren a la vida.

Pero la joven Venus no está hecha de esa pasta, su postulado ante la vida es de una obcecación martiriológica y se abandonará tanto como le permita su infelicidad. La caída en picado quedará excelentemente resumida en aquellos instantes del filme que nos presentan a la joven arrastrándose literalmente por una estación de tren. En un sugerente plano picado, Venus, pide amor con los brazos extendidos mientras los transeúntes anónimos arrojan monedas sobre los jirones de su vestido de princesa.

Pero además de este retrato del alma humana y sus brumas, habría que hacer hincapié en el contenido crítico del filme hacia la industria cinematográfica, los varapalos inmisericordes a esos estereotipos profesionales que pululan tras los combos y los focos. El planteamiento del cine dentro del cine de Frágil permite este particular ajuste de cuentas. La adaptación cinematográfica nunca realizada del mítico cómic de aventuras medievales El capitán trueno, en la que el director vasco trabajó durante años para la productora barcelonesa Filmax, parece el detonante de sus iras y de su elegante desquite cinematográfico.¿Es acaso una casualidad que la metaficción de Frágil apunte hacia el medioevo?

Lo cierto es que el filme aporta calidad y frescura a raudales, riesgo, y un talento desatado. Juanma Bajo Ulloa es un director con confianza que llama a las cosas por su nombre y no se esconde, apuesta por actores ajenos al establishment y produce su propia película. Pero si bien hemos de entender que su película nunca hubiera visto la luz tal cual es, de no haberse hecho de este modo, también hemos de ser críticos con cierta desmesura y una hipercreatividad que conduce la obra a un espectáculo feérico y algo circense.

Este lastre a modo de fábula o cuento, que el director maneja con inteligencia durante gran parte del filme, se convierte al final en una invisible bomba de relojería que hace temer en ciertos momentos por la coherencia del filme. Quizás una relación sana con una productora al uso hubiera encorsetado estos excesos, nunca lo sabremos. Excesos al margen, lo cierto es que hemos recuperado a un director de gran talento, un autor capaz de concentrar en pocos minutos más cine que la mayoría de realizadores consagrados de este país en varios años de trabajo. El genio del director de Frágil ha de imponerse por fuerza a su egolatría creativa, como ejercicio de presente hemos de hacer esta lectura si queremos reconciliarnos con el buen cine que seguro deparará Juanma Bajo Ulloa en el futuro.

De momento, en Frágil tenemos un catálogo de excelencias.


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