publicado el 15 de diciembre de 2009
Los niños no son un público fácil y aunque parezca lo contrario a menudo no gozan del beneplácito de la industria cinematográfica, de sus directores y guionistas. Es muy habitual que los filmes dirigidos a un público infantil se salven con propuestas cursilonas o se conviertan en filmes de triples lecturas repletos de guiños postmodernos dirigidos a un público adulto, que por la misma entrada tiene entretenidos a sus vástagos. Sucede a veces también que universos a priori interesantes para los niños, como la saga de Harry Potter, ganan en interés a medida que crece su público, con lo que pierden, al mismo tiempo, su categoría como cine infantil y adoptan los modos y maneras de un cine más adulto.
Marta Torres | No es el caso de Donde viven los monstruos, la adaptación producida por Tom Hanks del álbum infantil del mismo nombre escrito e ilustrado por Maurice Sendak en 1963 después de que el proyecto pasara por muy diversas manos, entre ellas Disney. Sendak, que decidió hacerse ilustrador después de ver Fantasía, supo destilar los sinsabores de una niñez difícil en una obra de apenas 20 frases que sabe expresar la soledad, la fantasía, el miedo, la rebeldía, las contradicciones y las pesadillas de ese territorio fronterizo y misterioso que es la infancia. A esa frontera gris y desdibujada, de la que, siendo adultos, apenas recordamos los contornos, se ha acercado el director Spike Jonze y lo ha hecho despojándose en parte de sus prejuicios de director de cine adulto. Recordemos que Jonze es el realizador de películas como Adaptation o Com ser John Malkovich y su cine se sitúa en la línea postmoderna, juguetona y surrealista que caracteriza a autores como Michel Gondry, con quien comparte su pasado como director de vídeos musicales. Para esta película, no obstante, ha dejado en la puerta los juegos metacinematográficos y ha optado por la transparencia narrativa y el uso de la fábula como recurso fundamental de la historia.
Donde viven los monstruos es la historia de Max, un niño solitario de carácter difícil que imagina aventuras en iglus que él mismo construye, barcos que cruzan los mares o persecuciones entre animales salvajes. Su mundo interior es tan rico como difícil su comunicación con el exterior. Una madre separada que no quiere compartir con nadie y una hermana mayor que ha dejado atrás los juegos infantiles convierten a Max en un solitario por voluntad propia. De la misma manera que en otras obras infantiles como La historia interminable o Dentro del Laberinto, Max acabará por cruzar la frontera que le separa de su imaginación y se embarcará hacia un mundo salvaje habitado por sus propias fantasías, pero a diferencia de las películas citadas, sus fantasías no son sólo liberadoras, ya que están habitadas por monstruos de peluche de aspecto entre tierno y feroz que reviven las contradicciones, los miedos y las esperanzas de la vida de Max, incluidos sus miedos más profundos.
En este aspecto, Donde viven los monstruos se desmarca por completo de los filmes infantiles al uso. En las tareas de adaptación, a cargo del propio Jonze – junto a Dave Eggers - con el visto bueno del creador de la historia, Maurice Sendak, se han dejado sin pulir las aristas más duras del universo de la infancia: los celos y los miedos más atroces, aunque también han sabido plasmar los más luminosos: la inocencia, la curiosidad, el afán de aventura y el amor incondicional. Esta emoción sin domesticar ha llegado a hacer temer a la productora de la película, Warner Bros, que Donde viven los monstruos asustara a los niños. Lo mismo pensaron las autoridades en Canadá, Australia y el Reino Unido, que han aconsejado una guía parental para ver el filme ante el enfado descomunal de Sendak. Sea como sea, la adaptación cinematográfica tiene la virtud de hibridar la fantasía con los miedos y las esperanzas que vive el niño: los monstruos que le esperan en su Arcadia feliz no quieren conquistar a pueblos enemigos ni embarcarse en exploraciones, sólo esperan que Max, al que coronan rey, les haga olvidar sus tristezas, supere su imposibilidad para entenderse y les haga felices.
A este universo particular, único, que es la imaginación de un niño, se ha acercado Jonze respetando las ilustraciones originales de Sendak, a la vez inocentes, infantiles y feroces: creador de monstruos tiernos que pueden matarte de un manotazo en un arrebato de ira o de amor. Para recrear estos monstruos de peluche se ha optado por combinar figuras reales, como las que usó Jim Henson en Cristal oscuro, con efectos digitales. El resultado es a la vez, sencillo y visualmente deslumbrante. La película huye también de los colores planos y chillones y opta por una estética realista, de tonos grises y apagados en la casa de Max, cálidos, ocres y terrosos tamizados de sol en su mundo de monstruos. Esta textura realista se deja notar también en los movimientos de cámara, que enfatizan el desencuadre y un cierto aire casual, que no descuidado, a años luz del concepto clásico de este tipo de cine.
El punto juguetón, y escapista, lo pone la música empleada en la película, compuesta por Karen O, vocalista del grupo de Nueva York "Yeah Yeah Yeahs" con temas frescos y pegadizos, tamizados por un score algo más sugerente compuesto por Carter Burwell, autor de la banda sonora de Antes que el Diablo sepa que has muerto o Crepúsculo, entre muchísimas otras.
Todos estos elementos conforman Donde viven los monstruos, una película atípica que, como hacen los niños, se toma muy en serio los juegos infantiles que retrata y que tiene la virtud de hacernos más sutil la frontera que nos separa de nuestra infancia y de los tiernos, pobres monstruos que la habitan.