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publicado el 19 de julio de 2005

La voz de los muertos

Juan Carlos Matilla | Dirigida por el debutante (aunque muy experimentado realizador televisivo) Geoffrey Sax, White Noise (2005) es un interesante (aunque no demasiado bien resuelto) thriller sobrenatural que retrata el fenómeno de las psicofonías (1) o EVP (Electronic Voice Phenomenon), un motivo no del todo inhabitual en la historia del cine de terror. De hecho, el tema de la utilización por parte de los muertos de medios tecnológicos para poder comunicarse con los vivos ha sido un verdadero leit motiv en parte del cine asiático de horror contemporáneo aunque, sorprendentemente, no haya sido muy transitado por el cine fantástico occidental, que siempre se ha acercado a él de manera muy tangencial.

Protagonizado por Michael Keaton y Deborah Kara Unger (una actriz cada vez más ancorada en el género fantástico), el filme narra la triste odisea de un joven viudo, Jonathan Rivers (Keaton) dispuesto a seguir el rastro de su fallecida esposa a través de las ondas hertzianas y televisivas, gracias a la ayuda de Sarah (Unger), la solícita discípula de un experto en comunicación sobrenatural (encarnado por el orondo Ian McNeice, todo un habitual en el último cine fantástico).

Sin duda, lo más interesante del filme de Sax es que, en sus mejores momentos, sabe equilibrar el relato de suspense físico con un tratamiento abstracto de lo fantástico (como si fuera un extraño híbrido entre el Tobe Hooper de la espectacular Poltergeist y el Hideo Nakata de la minimalista The Ring). Así, combina de forma elegante los recursos más exhibicionistas con un ominoso diseño del sonido (lleno de ecos misteriosos y voces espectrales), una decidida apuesta por las imágenes ambiguas y desenfocadas y un ajustado trabajo de montaje que potencia los recursos artificiosos con otros más sosegados e inquietantes. Además, este atractivo tono formal se ajusta como un guante al verdadero tema de la película: la obsesión por lo paranormal de un hombre corriente, herido por las huellas del pasado. Esta inmersión en los peligrosos terrenos de la paranoia se materializa en las excelentes secuencias en las que Jonathan investiga, monta y filtra las misteriosas psicofonías y psicoimágenes, escarbando dentro de su aparente normalidad para sacar a la luz sus misteriosos secretos (rasgo que emparienta el filme con Impacto, de Brian de Palma, en el que el uso de los mecanismos audiovisuales servía para reflexionar sobre los límites de representación de la imagen fílmica).

Al igual que ocurría con las recientes La memoria de los muertos (The Final Cut, 2004), de Omar Naïm, Misteriosa Obsesión (The Forgotten, 2004), de Joseph Ruben y They (Ellos) (They, 2002), de Robert Harmon, White Noise desaprovecha una premisa argumental original a causa de un torpe desarrollo narrativo. Aquejados por una preocupante obcecación por retorcer las tramas, ciertos guionistas de Hollywood han tomado la vuelta de tuerca como máximo axioma para construir sus historias, temerosos de no poder mantener la expectación del público si no elaboran argumentos basados en los espectaculares giros de guión o las extravagantes resoluciones. Una lástima ya que, durante gran parte de su metraje, el filme de Sax apuntaba hacia territorios más sugerentes y originales que los que finalmente ha conquistado. A pesar de todo, White Noise resulta un filme bastante estimable que se ve con agrado (y con ciertas dosis de sana inquietud).

  • (1) El fenómeno de las psicofonías se originó en junio de 1959 cuando el artista sueco Friedrich Jürgenson grabó accidentalmente unas voces espectrales mientras registraba el canto de los pájaros en una campiña cercana a su hogar, en Mölnbo (cerca de Estocolmo). Tras el estupor inicial, Jürgenson repitió numerosas veces el experimento, mediante lo cual llegó a la conclusión de que los extraños ecos que grababa eran las voces de conocidos suyos que habían fallecido. Obsesionado por el descubrimiento, en 1964 publicó la obra Voces del universo, una de las Biblias en el estudio de la transcomunicación. Posteriormente, especialitas como el letón Konstantin Raudive (quien perfeccionó la técnica para captar los “ruidos blancos”) o el alemán Klaus Schreiber (quien en septiembre de 1985 captó las primeras psicoimágenes en un rudimentario circuito televisivo en blanco y negro) han ampliado los campos y procedimientos de estudio de este extraño y mítico fenómeno sobrenatural.

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