publicado el 9 de agosto de 2005
Lluís Rueda | Que nadie se lleve a engaños, la ópera prima del director catalán Jaume Collet-Serra producida con capital estadounidense no es un remake del clásico dirigido por André De Toth en 1953, Los crímenes del museo de cera (House of Wax).
La casa de cera es un filme en la línea de recientes títulos como Km 666. Desvío al infierno (Wrong Turn, 2003) y un producto típico de la productora Dark Castle, responsable entre otros de remakes tan desacertados como 13 Ghosts (2001), de Steve Beck, House on the Haunted Hill (1999), de William Malone o la indigesta Van Helsing (2004), de Stephen Sommers.
Jaume Collet- Serra parece tener claro desde un principio que el patrón a seguir es La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974), de Tobe Hooper, e incluso 2000 maniacos (Herschell Gordon Lewis, 1964) pero lo cierto es que La casa de cera acaba siendo un filme tan irregular como, por citar un ejemplo, algunas de las desafortunadas entregas de la saga de Viernes 13.
La casa de cera, que nunca esconde su vocación splatter, está muy por debajo de recientes filmes de similares características como La matanza de Texas 2004 (The Texas Chainsaw Massacre, 2003), de Marcus Nispel o la sensacional cinta francesa Calvaire (2004), de Fabrice du Weltz.
El filme bate todo un récord de concentración por minuto de exabruptos teennagers y ebullición hormonal, de tal manera que sus diálogos de salón recreativo se convierten en un arma de destrucción neuronal masiva. (...) Entre las farragosas primeras secuencias y su afortunado desenlace, permanece un filme que se sitúa en tierra de nadie y que no acaba de plasmar sus verdaderas intenciones.
El director no engaña a nadie y la primera media hora de La casa de cera es una auténtica retahíla de tópicos para adolescentes. El filme bate todo un récord de concentración por minuto de exabruptos teennagers y ebullición hormonal, de tal manera que sus diálogos de salón recreativo se convierten en un arma de destrucción neuronal masiva. Si a todo ello añadimos la presencia como actriz de Paris Hilton interpretándose a sí misma, es decir, rodando videos caseros picantones, la catarsis palomitera, créanme, es de órdago.
Por suerte, una vez acabados los obligados cortes musicales de Prodigy y The Killers, el filme se adentra en terrenos más acordes al género y comienza el horror film que nos prometía su sugerente rótulo. A partir del instante en que algunos de los protagonistas se adentran en una misteriosa aldea que alberga un museo construido completamente de cera, el filme se atempera y nos lleva en volandas hacia su previsible desenlace. Como poco, este segundo tramo del filme ajusta su ritmo cinematográfico y brilla en su puesta en escena. Evidentemente Collet-Serra no es Tobe Hooper, ni tan siquiera Rob Zombie (un director que como mínimo se conoce al dedillo el American Gothic Style of Live). El director catalán parece buscar una concienzuda simbiosis entre el polvoriento sadismo tejano y la hipnótica puesta en escena transalpina (Mario Bava, Riccardo Freda), y es precisamente en esta última parcela donde más brío adquiere su propuesta cinematográfica. Los sugerentes planos del edificio de cera en llamas, de texturas lovecraftianas, dan estupendamente en pantalla y si a eso añadimos algunos apuntes impunemente sádicos (además de dos o tres de buenos momentos), obtenemos un irregular filme de terror que cuando adquiere su tono más sugestivo ya ha acabado.
Entre las farragosas primeras secuencias y su afortunado desenlace, permanece un filme que se sitúa en tierra de nadie y que no acaba de plasmar sus verdaderas intenciones, la de una supuesta autoría, metida a bombo y platillo en un producto tan típico y tópico que produce una sensación de dejà vú alarmante. No, Jaume Collet-Serra no es Jaume Balagueró, ni tan siquiera Rob Zombie.