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publicado el 8 de septiembre de 2005

El arte de diapositivar

Lluís Rueda | Hubo un tiempo en que artistas como Karel Zeman, creador entre otras grandes películas de la insuperable Un plan diabólico (Vynález zkázy, 1958), tuvieron el atrevimiento de combinar actores reales con escenarios pintados a carboncillo y nadie diagnosticó por entonces que el cine jamás volvería a ser lo mismo. Me remito al mágico mundo creado por el animador checoslovaco porque, salvando las distancias técnicas y temporales, parte de una técnica paralela a la del último filme realizado por Robert Rodríguez y el creador de cómics, Frank Miller. Sin City (2005) es un filme en el que Rodríguez dirige, monta, fotografía y se encarga de la banda sonora, pues como en aquellos productos de animación que llegaron del este estamos ante un producto artesanal.

El film concebido como una puesta al día más o menos rumbosa del misógino y violento universo del hard boiled, calca paso a paso cada una de las viñetas de los originales del reputado dibujante con una exactitud milimétrica, algo meritorio técnicamente y francamente vistoso. Sin City vuelve a poner de moda la hibridación entre universos virtuales y personajes reales, algo que sucedió hace pocos años con Quien engañó a Roger Rabitt (Who Framed Roger Rabbit, 1988), de Robert Zemeckis, e incluso Space Jam (1996), de Joe Pytka, pero lo que diferencia al nuevo filme del director de El mariachi (1992) de otros productos es su profundo manierismo y su voluntad esteta. Bucear en el reciclaje y dar lustro a una iconografía adscrita a la serie B no es tarea fácil, Tarantino es un buen ejemplo de solvencia a la hora de profanar clichés y de él debería haber aprendido algo Rodríguez.

Sin City no funciona ni como filme, ni como viñeta en movimiento. La gramática del cómic parte de una simplicidad y un hermetismo inmediato que, en su traslación al cine, necesita de una transformación radical, una reescritura visual y gramática, sino el espectador se enfrenta a un pase de diapositivas más o menos estáticas supeditada a una voz en off. ¿Dista mucho la propuesta de Rodríguez y Miller del DVD cómic o estamos ante una oportunista tomadura de pelo?

No será el que escriba estas líneas el que afirme que Sin City no es cine, puedo sugerir que es una mala película, que depura la esencia del film noir hasta desnaturalizarla por completo, que, al margen del interés de los tres relatos adaptados, estamos ante una cinta sin alma, sin profundidad.

Sin City no funciona ni como filme, ni como viñeta en movimiento. La gramática del cómic parte de una simplicidad y un hermetismo inmediato que, en su traslación al cine, necesita de una transformación radical, una reescritura visual y gramática. (...) Sin City no aporta nada novedoso y desde luego dista mucho de ser una buena adaptación del cómic a la gran pantalla.

Miller realizó un trabajo ejemplar en la saga de la ciudad del pecado trabajando sobre los códigos visuales de filmes como El demonio de las armas (Deadly Is the Female, 1949), de Joseph H. Lewis, o Retorno al pasado (Out of the Past, 1947), de Jacques Tourneur, precisamente por la sabia transformación de esa iconografía al papel tintado, su trabajo en ese sentido es del todo irreprochable. Pero la pregunta clave es: ¿a quién va dirigida Sin City?, ¿a aquellos fans del cómic que discuten hasta la última decisión de una adaptación cinematográfica?, ¿a aquellos puristas del arte gráfico que desconocen por completo el lenguaje cinematográfico?

Sin City no aporta nada novedoso, nada que no hallamos visto en filmes como Sky Captain y el mundo del mañana (Sky Captain and the World of Tomorrow, 2004), de Kerry Conran, y desde luego dista mucho de ser una buena adaptación del cómic a la gran pantalla. No, por desgracia, Robert Rodríguez no es Guillermo del Toro, Sam Raimi o Stephen Norrington y compararlo con Karel Zeman sería poco menos que un acto de herejía.

En cuanto a las historias que pueblan Sin City y, dejando a un lado aspectos formales, habría que destacar el mediano interés del relato interpretado por Mickey Rourke y la inconsistencia de los restantes: especialmente ridícula y caricaturesca resulta la aventura protagonizada por Clive Owen y la valkiria vestida de látex, Rosario Dawson. De cualquier modo, todas y cada una de ellas están notablemente perjudicadas por una voz en off que debe tener sentido en la viñeta, pero que en la gran pantalla hace del filme poco menos que una tortura de 124 minutos.

Es Sin City, a fin de cuentas, una obra de indudable atractivo formal pero de superfluo contenido. Un filme por el que más que personajes deambulan clichés sin alma.


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