publicado el 20 de septiembre de 2005
Juan Carlos Matilla | EN 1998, EL CIRCUITO ALTERNATIVO DE CINE FANTÁSTICO EUROPEO recibió con sorpresa el estreno de una paupérrima producción británica que ofrecía una curiosa mezcla entre el gore más virulento y el relato existencialista más estremecedor. Se trataba, claro está, del filme, I, Zombie: A Chronicle of Pain, ópera prima del realizador londinense Andrew Parkinson que narraba, a modo de siniestro diario visual, la lenta metamorfosis de un joven que se convertía en muerto viviente y, sobre todo, las reacciones que éste sentía ante la atroz naturaleza de su enfermedad. Rodada con mayor presupuesto, su siguiente película, Dead Creatures (2001), insistía en los mismos temas que su antecesora pero con un mejor acabado técnico. El filme fue presentado en algunos de los principales festivales de cine fantástico del mundo (Sitges incluido) pero han tenido que pasar cuatro años antes de que alguna distribuidora haya decidido distribuirlo en DVD para el mercado hispano, decisión algo tardía pero del todo valiente ya que la enfermiza propuesta de Parkinson se aparta por completo del repertorio terrorífico habitual en los videoclubes.
Al igual que el reciente filme White Skin (Le peau blanche, 2004), del canadiense Daniel Roby, que puedo verse en la pasada edición de la Semana de Cine de Terror de San Sebastián, Dead Creatures se podría considerar una obra heredera del Martin (1977) de George A Romero ya que comparten con aquélla la visión naturalista y costumbrista del elemento monstruoso además de convertir el hecho sobrenatural (ya sea el vampirismo o la resurrección de los muertos) en una metáfora de los miedos y anhelos de ciertos sectores de la población occidental. De esta manera, Parkinson utiliza la temática del revenant descontextualizándola de su ambiente natural (visiones apocalípticas del futuro o delirios infernales) y enclavándola en las convenciones de un relato juvenil, urbano y falsamente realista en el que la figura del zombie se convierte en una metáfora abierta sobre diversos males de la juventud actual: la problemática postsida, las adicciones a las drogas, la alienación, la marginalidad o el sentimiento de exclusión.
Narrada con un evidente enfoque irónico y con una indisimulada insistencia por el registro gore, el filme de Parkinson narra las peripecias de un grupo de jóvenes londinenses desocupados, abúlicos, incomprendidos y… zombies (sic) que luchan por encontrar su sitio en una sociedad completamente deshumanizada a la vez que intentan encontrar una nueva identidad acorde con su nueva naturaleza física. Pero a pesar del atractivo de tal premisa argumental, por desgracia el filme no acaba de superar su condición de mero filme de tesis debido a su ineficacia narrativa ya que la puesta en escena de Parkinson (excesivamente distanciada, convencional y neutra) no ayuda a vertebrar de forma adecuada el relato y acaba convirtiéndose en un mero vehículo de exposición de ingeniosas ideas de guión totalmente huérfano de inspiración visual. Esperemos que en su siguiente filme, el inminente y también terrorífico Venus Drowning (2005), el realizador británico encuentre una mejor forma de exponer su rico y poco acomodaticio universo personal.