publicado el 12 de julio de 2010
Los avatares de la exhibición y la distribución cinematográfica son inescrutables: un cúmulo de circunstancias extrañas, misterios inexplicables y causalidades absurdas nos priva con cierta (ir)regularidad de películas a priori interesantes pero que muy pocas veces (o casi ninguna) responden a las expectativas en ellas depositadas: hablamos de las nuevas propuestas de realizadores con cierto pedigrí dentro del horror (William Malone, Jim Isaac, Joel Schumacher, Paddy Breathnach) y del fallido debut en el largometraje de un cineasta en el que el Profesor había depositado muchas esperanzas (el español Luiso Berdejo), pero también de realizaciones marcianas que no han alcanzado ni por asomo el estatus de culto al que aspiraban, caso de Chemical wedding (Julian Doyle, 2008).
1. Magia negra, liberación sexual y heavy metal
La película realizada por el exmontador del grupo Monty Phyton Julian Doyle con la colaboración del cantante del grupo Iron Maiden, Bruce Dickinson, hace dos años que espera distribución en nuestro país, aunque fue exhibida en la pasada edición del Cryptshow (y hace tiempo que está disponible en Internet). Chemical wedding se inspira libremente en la vida del célebre ocultista –para algunos gran embaucador– Alesteir Crowley (1875–1947) y propone un cóctel poco o nada riguroso de géneros, ideas y referencias que gira alrededor de los poderes ocultos de la alquimia (y en estrecha relación con ella, del poder liberador sexo), así como de la posibilidad de la reencarnación / transmutación de las almas. No carece de sentido del riesgo e incluso hace gala de una notable falta de (des)prejuicios pero un tono entre frívolo y pseudoparódico se va adueñando de la propuesta a medida que el profesor universitario Haddo (Simon Callow), feo y tartamudo, es poseído por el espíritu de Crowley e inicia una sangrienta lucha contra los prejuicios de la sociedad contemporánea y contra la estrechez de miras del acartonado mundo universitario. En la que es su segunda incursión en la realización tras el oscuro thriller Love potion (1987) Doyle se muestra incapaz de trascender de ninguna manera la condición de divertimento inocuo, de tontería intrascendente que demasiado pronto domina el conjunto, y no profundiza, más bien banaliza, las múltiples caras de un personaje histórico fascinante y polémico a partes iguales, convirtiéndolo en un payaso iluminado sin el menor poder de seducción.
2. Horror cafre irlandés
Segunda y hasta el momento última película del director irlandés Paddy Breathnach después de Cabeza de muerte (Shrooms, 2007), Freakdog supone una nueva –y nada distinguida– derivación del tema del “patito feo” estructurado en forma de psycho-thriller científico y con trasfondo sobrenatural. El protagonista es un trabajador de un centro hospitalario llamado Kenneth (Andrew Lee Potts): mentalmente inestable y maltratado por todos sus compañeros, entrará en estado de coma tras ingerir una gran cantidad de drogas y alcohol animado por un grupo de estudiantes de medicina demasiado aficionados a visitar a hurtadillas la farmacia del hospital. Asustados ante la posibilidad de ser expulsados e incluso encarcelados, los avispados juerguistas pretenden desenchufar al pobre desgraciado de la máquina de respiración artificial que lo mantiene con vida para evitar que pueda delatarlos; sólo Catherine (Arielle Kebbel) se opone a lo que considera un asesinato y presa de los remordimientos intentará salvar a Kenneth con un cóctel experimental de medicamentos de efectos imprevisibles que no lo sacará del estado de coma pero que le permitirá proyectarse fuera de su cuerpo mediante la fuerza de la mente: capaz de poseer durante unos minutos a cualquier cuerpo vivo, el “patito feo” aprovechará la ocasión para vengarse de los responsables de su situación de la manera más grosera imaginable. Igual que en su anterior realización, Breathnach se toma demasiado en serio a sí mismo y demuestra tener un sentido casi nulo de la ironía y, aún peor, una notable caradura: si a nivel estético y estructural Freakdog no va mucho más allá de una desfasada vuelta de tuerca a los estilemas del terror adolescente (prescindiendo del psicópata enmascarado habitual y apostando por una explicación pseudomédica cogida por los pelos), a nivel argumental apenas consigue disimular su condición de variación postmoderna de Patrick (Id., Richard Franklin, 1978) que ni siquiera toma en cuenta anteriores aproximaciones al poco frecuentable tema de las proyecciones mentales / astrales, como Eternal evil (Id., George Mihalka, 1985) o 976 Evil 2: The astral factor (Jim Wynorski, 1991).
3. Los problemas de la paternidad (o La aventura americana)
Si ya resulta curioso que Chemical wedding no haya llegado a nuestro país, aún resulta más extraño que no lo haya hecho la ópera prima del reconocido guionista de Cuento de navidad (Paco Plaza, 2005), [Rec] (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007) e Imago mortis (Id., Stefano Bessoni, 2009). Con tres cortos en su haber –cinco contando su participación en los proyectos colectivos Diminutos del calvario (2002) y Limoncello (2007)–, Luiso Berdejo ha debutado en el largometraje con una lujosa producción de serie B inspirada en un relato de John Connolly rodada en Estados Unidos al servicio de las cada vez más limitadas aptitudes interpretativas de Kevin Costner. The new daughter, es cierto, puede considerarse más el fruto de un encargo asumido con oficio y voluntad de estilo que de una propuesta radicalmente personal, y no es que el cineasta vasco haya salido mal parado de su aventura americana: el problema es que la propuesta luce en todo momento por debajo de sus posibilidades. Costner interpreta a un popular escritor que tras divorciarse de su mujer se traslada con sus dos hijos (Ivana Baquero y Gattlin Griffith) a una granja solitaria lejos de la gran ciudad; en sus terrenos descubrirán un extraño montículo funerario que ejercerá una extraña influencia sobre la niña. De ritmo pausado y metraje excesivo, The new daughter destaca por su puesta en escena de bienvenido clasicismo y por su renuncia a los efectismos trillados y a los sustos fáciles tan habituales en las películas de género procedentes de Estados Unidos, pero adolece de un desarrollo previsible y con demasiado pocos momentos de tensión. La problemática paternidad del personaje interpretado por el actor y director de Bailando con lobos (Dances with wolves, 1990) es el eje central de una trama que no saca ningún provecho de su rico trasfondo mítico / mitológico –de hecho, prácticamente no está desarrollado– y que se estanca hacia la mitad haciendo tiempo para un clímax final que no resuelve nada y que recuerda, quizá demasiado, un momento concreto de Señales (Signs, M. Night Shyamalan, 2002). Los personajes secundarios son pocos y están mal trabajados (la maestra de escuela, la niñera, de manera especial el ridículo experto en civilizaciones antiguas y esoterismo que incorpora Noah Taylor) y sólo con su presencia la joven protagonista de El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006) eclipsa por completo al resto del reparto.
4. La bella durmiente y el asesino
Parasomnia supone el regreso de William Malone al primer plano de la actualidad cinematográfica, un proyecto rabiosamente personal realizado al margen de los grandes estudios de Hollywood que ofrece una mezcla de elementos, ideas y referencias insólita y sugerente sobre el papel pero desastrosa en su translación en imágenes. El responsable de House on haunted hill (Id., 1999) y Miedo punto com (FeardotCom, 2002) parte del popular cuento de hadas de “La bella durmiente” para construir un delirante psycho-thriller con leves apuntes sobrenaturales centrado en la figura del perturbado hipnotizador Byron Volpe (Patrick Kilpatrick), recluido en la misma clínica que Laura Baxter (Cherilyn Wilson), una muchacha que sufre una misteriosa enfermedad (la parasomnia del título: pasa muchas más horas dormida que despierta sin que los médicos puedan hacer nada para ayudarla); obsesionado con su belleza / pureza, un joven estudiante de arte (Dylan Purcell) decidirá secuestrarla y la llevará a su casa para poder estar siempre con ella. El ensimismado protagonista ignora que Laura está bajo el terrible influjo de Volpe, que la ha hipnotizado a distancia para que prosiga la brutal serie de asesinatos que se vio truncada con su internamiento, convirtiéndola en el sensual pero implacable brazo ejecutor de una venganza sin mucho sentido. Malone yuxtapone elementos de la más diversa procedencia sin posible solución de continuidad, incluidos plagios torpes pero descarados de Seven (Id., David Fincher, 1995) y La celda (The cell, Tarsem Singh, 2000) –las recurrentes pesadillas de Laura, atrapada sin saberlo en el interior de la mente del psicópata–, a la vez que remata el conjunto con un final que se pretende feliz pero que resulta terriblemente cursi en su trasnochada defensa del amor más allá de la muerte. Ni siquiera los papeles secundarios de los veteranos Jeffrey Combs (el detective responsable tiempo atrás de la detención del hipnotizador) y Timothy Bottoms (el médico encargado de Laura) levantan puntualmente una función que oscila entre el terror sangriento de rebajas, el erotismo por y para adolescentes –los recurrentes desnudos de la adormilada protagonista– y el drama romántico más pasado de moda.
5. Cuidado con el cerdo
El responsable de House 3 (The horror show, 1989) y Jason X (Id., 2001) también vuelve al horror, prescindiendo de las coartadas sobrenaturales de sus propuestas anteriores para ofrecer una impresentable vuelta de tuerca a los presupuestos del terror rural o terror de supervivencia filmada como si se tratara de un vulgar anuncio publicitario o un mareante videoclip. Pig hunt acumula personajes desagradables, situaciones absurdas y diálogos idiotas situándose en un indeterminado punto intermedio entre el terror gore y la parodia gruesa (que no el humor negro) y carece de ritmo, intensidad y prácticamente de todo: el mal gusto es el verdadero protagonista de una función pasada de vueltas que contempla un grupo de cazadores sucios, violentos y descerebrados que parecen salidos de Mad Max(Salvajes del autopista) (Mad Max, George Miller, 1979), una secta (pseudo)hippie que cultiva marihuana y rinde culto a un jabalí gigante y monstruoso al que incluso ofrece mujeres jóvenes en sacrificio –otra referencia directa a una producción australiana, de infausto recuerdo para el Profesor: Razorback, los colmillos del infierno (Razorback, Russell Mulcahy, 1984)– y una pareja de comportamiento intachable y métodos expeditivos (Travis Aaron Wade y Tina Huang) que conseguirá llegar viva hasta el final de los interminables cien minutos de metraje. La cita de George Orwell que cierra el guión del escritor Robert Mailer Anderson y de Zack Anderson puede considerarse un insulto, igual que los premios recibidos en los festivales especializados de Chicago y Montréal.
6. Los nazis y la cábala
Después de William Malone y Jim Isaac, el afamado Joel Schumacher es el tercer realizador veterano –y probablemente el más conocido por el gran público– que ha vuelto al cine de terror veinte años después de haberlo abordado con dos títulos que mantienen aún cierta aureola de culto, Jóvenes ocultos (The lost boys, 1987) y Línea mortal (Flatliners, 1990). Town Creek (también conocida como Blood Creek) es una modesta, quizá demasiado modesta producción de serie B que propone una historia fascinante y poco aprovechada por horror a lo largo de su historia, las relaciones del gobierno nazi de Adolf Hitler con el ocultismo y la cábala. Aunque no carece de buenas ideas, la propuesta naufraga después de un atmosférico prólogo de diez minutos filmado en blanco y negro y ambientado a principios de la década de 1940 que muestra la llegada del misterioso agente alemán Richard Wirth (Fassbender) a una granja aislada de Estados Unidos: su propietario ha descubierto una enorme piedra rúnica de miles de años de antigüedad enterrada en sus tierras, preludio de una serie de escalofriantes e imprevisibles acontecimientos. A partir del momento en el que la acción se traslada definitivamente a la época contemporánea, el uso y abuso de los más trillados recursos del terror de serie B y del cine de acción (en la más trasnochada acepción comercial de ambos, se entiende) y la tendencia innata del director hacia los efectismos postmodernos convierte lo que podría haber sido un cómic trepidante o un asfixiante ejercicio de estilo en un absurdo psycho-thriller: Wirth, una criatura inmortal que se alimenta de la sangre y del sufrimiento de los seres vivos y que remite estéticamente al fascinante Karl Ruprecht Kroenen que interpretaba Ladislav Beran en Hellboy (Id., Guillermo del Toro, 2004), carece del menor poder de fascinación y ni siquiera tiene un papel protagonista en la trama, centrada en la venganza de dos hermanos (Henry Cavill y Dominic Purcell) no sólo contra él, también contra la familia de origen alemán que lo ha mantenido atrapado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, alimentándolo con la sangre de los pobres incautos que se atrevían a entrar en sus tierras.