publicado el 29 de septiembre de 2010
Hay películas que pertenecen al orden de lo divulgativo, pero no por ello descuidan la parcela emocional. Esto que debería ser exigible a cualquier buen biopic que se precie no es fácil de hallar en el conjunto del cine español actual. Óscar Aibar es además de guionista de cómic, escritor y director de cine, un arqueólogo de lo emotivo, un buscador de destellos intelectuales y un convencido activista de ciertos estratos olvidados de nuestra memoria colectiva. Gran Vázquez (2010), su última propuesta, es una película intencionadamente recatada, con algún bache narrativo pero creada con una convicción que contagia y estimula la sonrisa.
Lluís Rueda | Si recuperamos su primer largometraje, Atolladero (1995), podemos rastrear la génesis de un discurso coherente y la plasmación de una mirada que transita entre iconos del cómic y la normalización de la ciencia ficción, alejada de fariseismos y muy oportunamente deudora de viejos tebeos como 'Cimoc' o '1984'. Echando la vista atrás uno podría pensar que Aibar debió quedar atrapado en el conjunto de viñetas que diseñó para Atolladero ejerciendo de personaje y demiurgo a la vez, como Vázquez, ese corsario de la Barcelona del franquismo que tan brillantemente nos bocetea con apenas la tacha de un lapicero. Sería años más tarde cuando el director hallaría el equilibrio perfecto para adentrarse en un universo particular sin dejarse el alma en el intento: sin domesticar su discurso, pero minimizando todo barroquismo, el realizador, obtendría con Platillos Volantes (2003) su más acertada plasmación de una época y de un particular tableau vivant en que crónica negra y retrato del pasado reciente serían reducidos al común denominador del mejor cine de tradición picaresca: el que evoca la mirada desencantada de un Marco Ferreri, la acidez deshinibida de un Luis García Berlanga amén de la síntesis de lo más granado del cine patrio de las décadas de 1950 / 60 en fusión con el espíritu de las comedias de los británicos estudios Ealing.[1]
Tras el filme alimenticio La máquina de bailar (2006), artesana comedia que el propio director defiende como importante en su carrera, nos llega su particular acercamiento a la figura del dibujante de tebeos Manolo Vázquez, moroso, polígamo, jeta, bon vivant y genio atrapado en la telaraña de la época siniestra en que le tocó transitar con su carpeta bajo el brazo. El aspecto más interesante de Gran Vázquez y lo que a mi juicio le emparenta con el buen tino de Platillos volantes es la certeza de que Óscar Aibar ha salido de la viñeta que le atrapara en el pasado y lo ha hecho con inusitada madurez, ahora es consciente de que el control de su material es absoluto desde el margen de la cuadrícula.
Gran Vázquez propone que empaticemos con un personaje canalla y perdedor al que Santiago Segura aporta cierta vis cómica que a diferencia de su popular Torrente siempre queda adscrita al devenir del filme. Manolo Vázquez no es un personaje estridente que transite por una suma de gags, es la pieza angular de la estimable plasmación del universo Bruguera en toda su extensión. Más allá de las peripecias vitales del personaje, es en la recreación de la Editorial Bruguera donde el realizador concentra la verdadera naturaleza de su filme, la que evoca la tira cómica como única vía de escape para superar el peso de la dictadura. Ibáñez (fantástico Manolo Solo) o Escobar son algunos de los personajes que pese a su secundario protagonismo aportan cierto equilibrio a ese bien construido sainete que acontece, con una dosificación pertinente, entre las paredes de la decadente Editorial, santuario en el que nacerían 'Mortadelo y Filemón', 'Las hermanas Gilda', 'Anacleto, agente secreto' y un sinfin de personajes de nuestro ideario colectivo. Pero ese centro angular de Gran Vázquez que es Bruguera, también nos permite descubrir la figura del tecnócrata fascista interpretado por Álex Angulo (Peláez), o a personajes entrañables como el director de la Editorial interpretado por el magnífico Enrique Villén (González), un mandamás encabronado que esconde un corazón capaz de acoger a rojos sin papeles y una doble identidad muy sugestiva apenas apuntada en un diálogo.
Por lo demás, el filme resulta muy honesto tanto en su descripción de la amoralidad de Vázquez y realmente estimulante en la parcela artística. Meritoria resulta la fotografía intencionadamente saturada buscando las metafóricas tonalidades grises y para nada punibles las fugas de la mente de Vázquez que asaltan la pantalla a modo de figuras animadas: son un elemento simpático que nunca distrae del conjunto y que ayudan a perfilar el personaje. Para entender la mente del dibujante, su método, Aibar utiliza un sinfín de recursos, algunos realmente vívidos cuando no acertadamente cinematográficos como se nos muestra en el nacimiento de Anacleto... (pasaje de guión de alta comedia). O la base de inspiración de algunos de los personajes que pasean por el devenir canalla y cabroncete del dibujante, monjas arrogantes, jefes irritables o incluso el propio Vázquez, como queda claro en la tira satírica 'Los cuentos del Tío Vázquez'. En esa tesitura cabe incidir en que Aibar traslada muy bien a su historia la capacidad de inspirar ideas en un juego de metaficción en el que el propio trabajo de Ibáñez también refleja aspectos de la particular idiosincrasia de Manolo Vázquez, ahí está '13 rue del Percebe' una aproximación a la guarida del moroso que el realizador utiliza como inteligente punto de partida para presentar a Vázquez en su humilde y desestructurado hábitat.
En suma, Gran Vázquez es un filme que guarda un pertinente equilibrio entre la decadencia del marco histórico y la sublimación del talento de Vázquez, individuo de ambigüa humanidad, genio en una época equivocada y outsider a perpetuidad. Óscar Aibar ha regresado de la mano de un subsersivo vocacional y ha abierto su mejor reserva para rociar de frescura la pantalla. Platillos volantes o personajes de viñeta para huir de la realidad. La vida es más amarga sin la esperanza de un contacto extraterrestre o... un tebeo en las manos.
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