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publicado el 25 de enero de 2011

Viaje a ninguna parte

Lluís Rueda |

¿Qué papel tiene Monsters como filme de Ciencia Ficción absolutamente moderno, profundamente renovador, en el paronama del fantástico? A mi juicio menor del que muchos críticos le presuponen pero, por otro lado, he de confesar que me resulta una cinta deliciosa, inteligente e intencionadamente provocadora, especialmente en un sentido estrictamente narrativo. Cuanto menos, la estética es una apartado en el que el filme del debutante Gareth Edwards sí resulta absolutamente impecable, brillante diría. Monsters es un ejercicio cinematográfico de consciente maniqueismo que traslada la filosofía indie de las películas de Sofia Coppola o Michael Winterbotton (véase Lost in Traslation o Código 46) al territorio del fantástico sin demasiado respeto por la tradición sci-fi más ortodoxa. Pero, lejos de interpretarse este extremo como algo similar a la mofa o el timo (sentimiento que suscitó entre el público del pasado Festival de Cine Fantástico de Sitges), hemos de acercarnos a este filme de bouqué paroxísticamente bello (con ribetes al cine de Terrence Malick y Werner Herzog) con la mente despejada y la placidez del espectador veterano, casi crepuscular. Permítanme que ponga en tela de juicio aseveraciones como que Gareth Edwards ha mentido al espectador. Me niego a pensar que Monsters se ideó para sacarnos a todos de quicio. Si desterramos este discurso podemos empezar a creer en una película distinta de la que habíamos imaginado...

La iniciación de una pareja por un territorio infectado en la frontera de Estados Unidos con México es poco menos que una odisea espiritual con una coreografía de calamares gigantes y agresivos al fondo. Por tanto, la coartada sci-fi para el caso es un reclamo autoconsciente -quizá una deuda emocional muy precisa con respecto a un ramillete de películas de los años cincuenta- que el realizador vivisecciona con el fín de crear otra especie cinematográfica más afín a su sensibilidad. Por tanto damos por hecho que la mecánica de film de invasiones alienígenas beligerantes (véase por ejemplo la reciente Skyline (2010, Colin Strause)) es inexistente y se resume a un decorado servil a con las obsesiones veleidosas del realizador: el cine de invasiones en el sentido más estricto no interesa en absoluto a Gareth Edwards.
El realizador británico busca ante todo una lectura mordaz de la condición humana y de su capacidad para refugiarse en el individualismo más aséptico ante la hecatombe, la desgracia, y en esa tesitura sorprende que la narrativa de Edwards trabaje la idea del amor como un anestésico para dejarse abandonar en un paisaje cargado de contrastes, un paisaje de muerte, olvido y detritus herrumbrosos. En ese sentido estricto del viaje interior, desde luego, Monsters es un filme más próximo a Apocalipsis Now (1979, Francis Ford Coppola) o a La delgada línea roja (1998, Terrence Malick que a la reciente y espléndida Distrito 9 (2009, Neill Blomkamp). Por tanto estamos ante un filme parcialmente bélico, en el que el conflicto es asumido desde el primer fotograma y con él, el fin de un modelo en el más amplio sentido del término: social, político, existencial, familiar, espiritual, etc...

Cabe defender la cinta en su conjunto como un viaje interior, en ocasiones estimulante, a través de un paisaje en plena decadencia y descomposición. Impactantes resultan los edificios abandonados en medio de la selva, los buques oxidados en los lindes del río, etc... Pero la Apocalipsis, contada en voz baja parece menos Apocalipsis, a la vista de un público excesivamente maniatado por el maná de la pirotécnia infográfica (ese público acostumbrado a que le enseñen hasta el sarro de los alienígenas). Con todo, y perdón por mi cicatería, Monsters es un filme a enjuiciar con otros parámetros, una obra no apta para aquellos que consideran que ante una hecatombe extraterrestre ir de turismo y reflexionar sobre nuestra existencia es profundamente frívolo. ¿Acaso se puede hacer otra cosa?

La estructura del filme, por otro lado, resulta impecable en todos los sentidos y en especial ese tránsito por la zona infectada (no gratuitamente la frontera de Estados Unidos con México), en el que el filme nos deja secuencias como aquella de un gran muro de contención es observado desde la ruina de una pirámide Maya por los protagonistas, una estampa sci-fi francamente demoledora y cinematográficamente catártica. Sí, Monsters puede alimentar cierto espíritu de crítica social e incluso de azote al imperialismo, pero resulta muy fácil y a mi juicio equivocado concentrar el discurso del filme en esa dirección. En el filme de Edwards impera la supervivencia emocional y es más fuerte el impacto de la renuncia a los resortes que dan equilibrio al día adía que cualquier peligroso ataque de unos seres descomunales de otra galaxia. En esa calibrada paradoja, desde la que nace una nueva esperanza y una 'aventura' entre la pareja protagonista, el reportero fotográfico Andrew Kaulder (Scoot McNair) y la la hija del dueño de la agencia de noticias donde trabaja, Samantha Wynden (Whitney Able), el filme debe leerse como una historia de amor bajo una lluvia de ceniza. Podemos decir que Monsters, si me lo permiten, podría evocar a Hatari!(1962) de Howard Hawks, en tanto muestra un descomunal safari que nos hará reflexionar sobre nuestro encaje en el mundo mientras las bestias nos rodean, comen, se aparean y en cierto modo nos infectan de su inocencia.

Monsters ganó tres galardones del Cine Independiente Británico (BIFA) en la pasada edición, entre ellos el de mejor director en detrimento del veterano Mike Leigh. El filme y su director no paran de recibir elogios desde la prensa especializada. Otra cosa es lo que pide el público...


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