boto

estrenos

publicado el 2 de febrero de 2011

Danza Macabra

Lluís Rueda | Darren Aronofsky (Réquiem por un sueño, La fuente de la vida) es, sin lugar a dudas, uno de los realizadores más interesantes del actual panorama norteamericano en tanto su obra parece avanzar hacia la heterodoxia más irreverente sin perder la coherencia estética y poniendo especial énfasis en la reformulación del melodrama. Con un pie en el clasicismo más destilado, el director de Pi sabe coquetear con toda suerte de géneros para arropar con inteligencia y frescura sus siempre mayestáticas historias de redención. Y quizás en la línea de su extraordinario film El luchador (The wrestler, 2008), deberíamos situar Cisne Negro, otra historia de superación personal expuesta con artilugios paganos que parecen heredados del desencanto del cine de Elia Kazan. En Cisne Negro, un melodrama virado a thriller macabro, cabe destacar un severo intento por armonizar diferentes tendencias en un cóctel agridulce que centra su discurso en el tour de force personal, psíquico y físico de su bailarina protagonista, Nina (Natalie Portman); 'cisne blanco' que Aronofsky moldea, con la inquina de un sádico, hasta convertir en una sombra amarga.

Con la premisa de una audición para una importante compañía de ballet de Nueva York, el realizador sitúa a un ángel (Nina) en el epicentro de un carnaval de culebras, un muestrario de jóvenes codiciosas y trepas cuyas conspiraciones congelan el alma. Véase que un tema recurrente en el cine de Aronofsky es la traición y sus consecuencias, por tanto el primer acierto del filme es constatar ese discurso a través de un buen pulso documental, un trazo delicado y preciso con que el realizador nos sumerge en el mundo de la danza; insisto, un arte que en manos de Aronofsky nos trae, felizmente, a la memoria la academia de Friburgo ideada por Dario Argento en la fenomenal Suspiria (Id., 1977). El aprendizaje en las lides de la vida y la supervivencia bajo la excusa del triunfo personal y la competitividad feroz, se sucede ante la mirada inquisitiva de un director amoral interpretado por un Vincent Cassel especialmente sadiano a ojos de la joven. En el epicentro de esa compañía, que destila todos los aromas de cierto culebrón siniestro tamizado de sudor, zapatillas y resina, también tomará especial importancia el reverso de Nina, una lacerante y muy sensual bailarina interpretada por Mila Kunis (Lily). Como vemos, Nina tendrá tantos o más conflictos que el Cisne de la fábula.

La joven Lily ejerce de detonador en la mente de Nina, sin duda, pero esta joven sin escrúpulos representa en el filme una sola de las tres versiones de miedo al fracaso personal de la protagonista, tres versiones con rostro y presencia en el filme. Por un lado Lily y por otro Beth y Erica. Beth (Wynona Ryder) es la antigua estrella de la compañía, una mujer madura, expulsada con impunidad que acabará sus días en un hospital tras sufrir un aparatoso accidente de coche. La otra cara del fracaso y, acaso, la más determinante para entender el mecanismo de destrucción e insania a que se verá abocada Nina es Erica, su propia madre, un ser castrante y obsesivo interpretado por Barbara Hershell. A colación de mi alusión a Suspiria, aquí tienen a las siniestras 'tres madres' a suerte de fantasmas del fracaso y la locura.

Bien, llegados al personaje de Erica, y puesto que entramos en materia crítica, argumentalmente se entiende, hemos de perfilar este análisis con una afirmación contundente: lo que hace que la dispersión argumental y el embrollo emocional de 'Cisne Negro' sea fascinante es que Aronofsky, por vez primera en su cine, toma cierta distancia emocional y se sitúa en la órbita del esteta, del arquitecto y jefe de pista emulando sin rubor al más desmelenado Brian De Palma. Erica, madre castrante, cruel, manipuladora, fanática y brujeril parece directamente inspirada en la madre de Carrie, una antológica interpretación de Piper Laurie. A medida que el cisne clanco se convierte en Negro, que el miedo y la sumisión de Nina remiten, la locura toma forma y los retratos se desdibujan. El pecado se concreta en algo fantasmal y el miedo a fracasar de Nina se convierte en odio, en oscura redención. Si en El luchador, Randy (Mickey Rourke) se esforzaba en salvar su alma intentando recuperar su vida y su hija, en Cisne Negro se da el proceso inverso. Para Nina, vivir conlleva la traición, huir de su familia. En la órbita de La Fuente de la vida(The Fountain, 2006), pero con una formulación menos ambiciosa.

Cisne Negro coquetea con el fantástico sin demasiada ambición, concretando algunos trucos escabrosos de manera imprudente, pero, en cambio, sacando excelente partido de la atmósfera atemporal de los recovecos del teatro: esos espejos que reflejan sombras contradictorias, los fantasmas de la envidia entre tramollas o ese camerino lynchiano, objeto de deseo de jóvenes sin escrúpulos... El filme de Aronofsky tiene algo de italo-gótico, pese a su factura artie; algo que nos remite a cierta tradición gialesca que arranca en el salón de costura de Seis mujeres para el asesino (Sei donne per l'assassino, 1964) de Mario Bava toma forma en Suspiria y se deconstruye en Aquarius (Id., 1987) de Michele Soavi.

Deberíamos señalar que el filme es, en su nudo, dubitativo, temeroso de su propia naturaleza en tanto orbita por esa naturaleza fantástica sin determinación. Esas iniciales sangrías y marcas que se suceden en el cuerpo de la protagonista son un fácil recurso para calibrar la falta de ritmo a la hora de armar un melodrama que entrada la primera hora de metraje pide a gritos un giro macabro. No les revelaré más extremos y preservaremos las claves de la pérdida de la inocencia de Nina. Tan solo apuntar que el filme resulta soberbio en su tramo final e incluso podría remitirnos, a instantes, a la fenomenal Ópera (Opera, 1987) del citado Dario Argento, a la insuperable El Fantasma del Paraíso (Phantom of the Paradise, 1974) de Brian De Palma y sí, también podría contagiarnos de cierta intensidad lerouxiana con un viaje a las catacumbas, en este caso no de la guarida de Erick el Fantasma, sino de la mente de la propia diva de la escena, Nina.

Cabe destacar en el conjunto desmedido, pero interesante y valiente, del filme de Aronofsky la interpretación magistral de una Natalie Portman de espléndida candidez, una actriz que sabe concentrar el ocaso en su rostro como si se tratase de una estrella del melodrama de otro tiempo. En resumen, Cisne Negro debe juzgarse como un hábil cuento con moraleja, superlativo en su puesta en escena que aún pudo ser más contundente en la parcela morbosa. Todo y haber mezclado Fama(Fame, 1980) de Alan Parker con Carrie -una acto de impostura radical pero muy sugestivo- Aronofsky, estimo, sale indemne de la mano de un melodrama oscuro y deliciosamente depalmiano.


archivo