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publicado el 23 de marzo de 2011

Las muecas del diablo

Lluís Rueda | Las películas sobre el demonio, la religión y, en particular, los exorcismos continúan cautivando la atención del público desde que Willian Friedkin dirigiera El Exorcista (The Exorcist,1973) acaso una de las películas más terroríficas y mejor valoradas de la historia del cine de terror. El de Friedkin es un filme contundente que atesora una atmósfera que no ha perdido fuelle a lo largo de los años. Es difícil saber si su prestigio está también justificado por una suerte de entusiasmo popular, en ocasiones, excesivamente adulador. Era aquel era un filme perturbador, sin duda, pero que con el paso de los años y el lastre de lo iconográfico acabó por parecer excesivamente astracanado. Dentro de esa corriente de filmes sobre exorcismos, más apatecible por su condición desacomplejada resulta El Exorcista 2: El Hereje (Exorcist 2: The Heretic, 1977) espléndida película de John Boorman que incidía en la idea de lo demonológico como un concepto arcaico y casi antropológico que sumaba algunas buenas ideas inspiradas en La Profecía (The Omen, 1974) de Richard Donner. Por otro lado, El Exorcista III (1990) de William Peter Blatty, adaptación de la novela del propio Blatty, 'Legión' (1983), tampoco aportaría nada relevante a la saga. Dejando a un lado la precuela de Paul Schrader El exorcista: El comienzo. La versión prohibida (2005), bastante más dubitativa y errática de lo que algunos defienden, deberíamos centrarnos en un título reciente a cuya dinámica podemos equiparar este disparatado e inocente filme que es El Rito de Mikael Hafstrom (1408, El fantasma del lago). El filme de Hafstrom parece inspirarse en el drama judicial El exorcismo de Emily Rose (Exorcism of Emily Rose, 2005) de Scott Derrickson, una estimable propuesta, cabe decirlo, en un intento nada disimulado para componer un thriller esotérico que busca cierto naturalismo y reniega claramente de la gratuita acumulación de efectos especiales. Pero si en El exorcismo de Emily Rose convivían dos relatos, el puramente judicial y el drama que asolaba a la familia Rose, cabe decir que entrelazados en un solvente hilo argumental, en el filme de Hafstrom la carga dramática queda reducida a un tramo final ineficaz que juega con una supuesta posesión demoníaca que siembra la duda de lo risible.

El Rito, filme inspirado en hechos reales, se centra en la historia de Michael Kovak (Colin ODonoghue), un seminarista escéptico, que asiste a la escuela de exorcismo del Vaticano en plena crisis de fe. Durante su estancia en Roma, conoce a un sacerdote nada ortodoxo, el Padre Lucas (Anthony Hopkins), un histriónico prestidigitador obesionado por el diablo cuyos métodos resultan a ojos del espectador de lo más grotescos. El filme arranca con cierta intensidad, máxime cuando en los orígenes del joven sacerdote descubrimos un trauma infantil relacionado con la muerte prematura de su madre, pero especialmente por la sobriedad con que el realizador expone las claves de un pasado familiar en el seno de una funeraria regentada por un padre traumatizado encarnado por un Rutger Hauer sobrio e inquietante. Ese primer tramo del filme llevará al joven Michael a replantearse su fe y a viajar a Roma para convertirse en aprendiz de exorcista. El arranque del filme no solo es válido sino que además resulta ejemplar, en gran medida, gracias al la presencia del actor Toby Jones dando credibilidad al personaje más extraño y desagradable del filme, un párroco ambigüo y de cierto paternalismo 'diabólico' obsesionado por la fe del joven Michael. Lástima que su presencia no sea de peso en el relato.

Las intenciones generales del filme redundan en la idea de contraponer el escepticismo de un joven aprendiz con las arcaicas maneras de un viejo sacerdote-curandero (A. Hopkins) mediante un debate teológico interior que nunca convence en su versión esotérico-religiosa. Desde el primer caso, en que la pareja del hisopo se enfrenta a una joven supuestamente poseída, la racionalidad y el sentido común del espectador se imponen definitivamente hasta los títulos de crédito de una película que busca un giro final amedrantador, a la sazón un giro sobrenatural que acaba por provocar la carcajada. Las expectativas iniciales del El Rito se ven seriamente menguadas por la ineficacia de un guión abruptamente destilado, una ambigüedad forzada hasta lo ridículo y una progresión dramática nula.

Estamos ante una película fallida, desasistida y, en cierto modo, rocambolesca, que ni tan siquiera se eleva con una de las interpretaciones más salvajes y taquicárdicas de un Antonhy Hopkins que se diría al borde de un peligroso ictus. En nada ayudan secundarios intrascendentes como la joven periodista que busca clarificar la verdad sobre los exorcismos, un personaje tan cambiante (o mareante) que incluso parece inoportuno cada vez que asoma con el rostro bello de Alice Braga. El Rito es una producción echada a perder, o mal concebida, que busca exorcizar sus limitaciones con una puesta en escena oscura y sin trucos que no oculta la ineficacia general. Desde luego sus prestancias como drama terrorífico quedan muy lejos de la citada El exorcismo de Emily Rose, pero todavía sale peor parada si la comparamos con la última joya del cine norteamericano de horror: El último exorcismo (The Last Exorcism, 2010), un falso documental dirigido por Daniel Stamm que critica desde dentro la naturaleza de los hechos de un modo convincente y que nos atrapa en un universo de horror y sugestión. Escepticismo al margen, y aunque nos asalten dudas respecto al origen del fenómeno, una película sobre exorcismos debe revelarse inquietante: la ficción tiene sus cauces y sus mecanismos para hacernos creer cualquier cosa. Entenderán que El Rito no es paradigmática en ese sentido.


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