boto

estrenos

publicado el 2 de mayo de 2011

El martillo y el Arco Iris

Lluís Rueda | ¿Recuerdan aquella escena de Aventuras en la gran ciudad (Chris Columbus, 1987) en que la niña Sarah creía que el rubio mecánico de un taller era el superhéroe Thor? Pues a mitad de metraje de Thor (2011) de Kenneth Branagh me vino a la cabeza y la recordé como una brillante manera de exponer el impacto que el dios del trueno tiene en aquellos que hemos leído sus tebeos. Curiosamente en el fallido, aunque esforzado, filme de Brannagh hay un personaje adulto interpretado por Stellan Skarsgard que me recordó esa escena. Se trata de Erik Selving, un científico que ha crecido con ese tipo de historias y se niega a aceptar que son reales. Pero más allá de ese puntual y fugaz apunte, Thor resulta una tópica puesta al día de un material que por definición resulta tan astracanado y alejado de los conflictos terrenales que el propio realizador ha optado por darle un tratamiento extraterrestre. Para el director de Enrique V, Thor es un superhéroe construido a partir de la extrañeza, de la inadaptación, como Starman (Jeff Bridges) aquel ser de inocencia inquebrantable que creara Jonh Carpenter en 1984. Pero incluso esa parcela del personaje es esbozada por el realizador para luego abandonarla y centrarse en el conflicto con su padre Odín (insufrible Antonhy Hopkins) y su hermano Loki (Tom Hiddleston), un villano más que sosías.

A camino entre dos mundos, el reino de Asgard (más inspirado en el reino de Mongo creado por Alex Raymond de lo que puede parecer a primera vista) y la tierra a la que ha sido 'desterrado' o 'enviado'; el rubio dios guerrero interpretado por Chris Hemsworth se erige en un superhéroe en la tierra por azar, a la manera de Superman, y debo decir que precisamente esos son los personajes de Marvel que peor han aguantado el pase del tiempo, los que no han sufrido una evolución personal marcada por el dolor y no se han hecho a sí mismos: véase en el lado contrario a Iron Man o Spiderman. Acaso los mejores exponentes de las adaptaciones del universo Marvel en los últimos años y los que mejor representan los valores de superación que imperan en pleno siglo XXI.

Branagh, consciente de la patata caliente que le han puesto en las manos opta por crear un filme que juega a la bipolaridad, es decir, recrea una trama en la tierra convenientemente tópica y desasistida (personajes romos, situaciones equívocas mil veces vistas, chistes de trazo grueso, etc...) y otro filme paralelo que es el que realmente le interesa, el que relata las shakesperianas sagas que acontecen en el Reino de Asgard. En esta última parcela Branagh desata toda su operística y nos concede un relato que deslumbra por osado, hedonista y abiertamente camp. Que Branagh es desmesurado y gusta de ejercer de 'enfant terrible' ya nos quedó claro con su ridícula adaptación del relato de Mary Shelley Mary Shelley´s Frankenstein (1994), un bochornoso folletín que eliminaba todas las capas de tetricismo y todas las virtudes del original para crear su particular club del melodrama esencialista. Con Thor, Branagh equilibra su desmesura creando un relato tan marciano en su apariencia y tan estridente en su estética que oculta, precisamente, ese sello de mediocridad que contienen la mayoría de sus trabajos. Febril cruce entre 'El Mago de Oz', la saga de 'El Señor de los Anillos' y las historietas de Alex Raymond, el capricho Asgard es la piedra angular sobre la que gira un filme mil veces visto y programado con una teoría del despiste que, hemos de reconocer, ha funcionado para la mayoría de la crítica.

Branagh, ya viejo sabueso, sabe que su cine no pude aspirar más que a revestirse de oropel para volver al esquema de sus orígenes, un esquema que no ha evolucionado y que se sustenta en una egolatría de tintes 'shakesperianos'. En ocasiones debería mirarse en profesionales como Joel Schumaher, un tipo que no oculta su gusto por las parades cinematográficas y con el que mantiene muchos puntos en común, hasta la falsa modestia.

Pero volvamos a Thor: Chris Hemsworth, para mi gusto, está tan perfecto como lineal en su encarnación del dios desterrado y, curiosamente, donde mejor luce es precisamente en Asgard, rodeado de esa camarilla de dioses y guerreros a los que más que la ditirámbica música de Patrick Doyle les iría de perlas un tema de Frankie Goes to Hollywood. Él no es precisamente el problema de un filme que se atasca incluso en los pasajes más espectaculares, cuya tensión dramática es tan inexacta como inoperante y cuyas prestaciones no dejan de estar al servicio de una franquicia en crecimiento cuyo siguiente personaje será el Capitán América. Sería un error alargar la vida del rubio dios del martillo más allá de su aportación a la futura franquicia sobre 'Los Vengadores', él no es Tony Stark, ese omnipresente personaje que aparece en trailers de futuras películas y que forma parte de guiños aquí y allá (también en Thor, sí).

Fíjense que no me he preguntado por qué el vigiliante de la Valhalla-Discoteca particular de Branagh es afroamericano y que pinta el gran Tadanobu Asano (moño samurai incluido) en todo este entuerto. Thor, dios del trueno, el martillo y el Arco Iris, lamentablemente es un superhéroe de otra época, tan añejo e intrascendental como el cine de Kenneth Branagh.


archivo