publicado el 2 de agosto de 2011
Lluís Rueda | Hay películas que, pese a sus imperfecciones, salen airosas en tanto manejan un planteamiento sencillo, e incluso arquetípico, con buen pulso y determinación. Podríamos citar De repente un extraño (1990) de John Schlesinger, un filme con inquilino perturbado y matrimonio acosado de lo más irresistible. Como pronunciar algunas obras exquisitas, dada la condición del filme que tratamos sería un acto de arrogancia, dejaremos a un lado quiméricos inquilinos y moteles de carretera para fijar nuestra atención en un buen puñado de títulos casi clónicos que poblaron las carteleras en la década de 1990 de erotismo mojigato y psicópatas que, en operativo, en motivación y en modus operandi podían pasar por vergonzantes aprendices de los grandes perturbados con o sin madre castrante de la historia del cine. Dicho esto, y antes de entrar con La víctima perfecta, podemos señalar algunos de esos títulos como, por ejemplo, Mujer blanca soltera busca (1992) de Barbet Schoeder o Acosada (1993) de Phillip Noyce un filme argumentalmente idéntico a esta segunda entrega de la Hammer Films tras tres décadas de inactividad (benditas, visto lo visto).
La víctima perfecta, dirigida por Antii Jokinen, es un producto desalentador desde sus primeras secuencias, un filme temeroso de su condicón malsana que se propone destilar tanto su atmósfera que acaba por convertir el conjunto en un telefilme con aspiraciones infructuosas. Con Hilary Swank
como mujer separada que se refugia en un apartamento y Jeffrey Dean Morgan como amable y seductor casero que acaba por resultar un inestable voayeur atormentado por su padre, intrascendente a nuestro pesar Christopher Lee, arranca (por ser coloquiales) un filme asombrosamente ineficaz y suicida en su estructura, cabe explicar que se permite recurrir a dos puntos de vista narrativos sin sopesar los riesgos e incluso se toma la libertad de colocar un flashbak aclaratorio en el primer tercio del filme que más que incidir en la obviedad que el espectador ha procesado previamente, luce como un engañoso truco que jamás cumple ninguna expectativa y en la memoria se sobredimensiona como un borrón lamentable.
Lejos de incorporar algún elemento de interés, el filme, abonado al tópico hasta la hartazgo, procura limar sus deficiencias delegando a los actores la imposible misión de dar credibilidad a un producto ramplón y francamente inecesario. Tal es el caso de una Hilary Swank desbordada en su papel de conejillo de indias 'sexy' o del actor Jeffrey Dean Morgan, una suerte de cruce entre Javier Bardem y Robert Downey Jr que luce tan sobreactuado que acaba por darnos cierta sensación de desamparo.
Uno de los, en teoría, platos fuertes de la sesión era la incorporación del solvente veterano Christopher Lee en el papel de padre del casero Max, y no es que el actor británico no ponga elegancia y energía a su personaje, el problema, uno más, es que el relato accesorio en que se plasma la relación tortuosa con su hijo es tan exagerado que nos recuerda a aquel pasaje en que el actor ejercía de padre dentista déspota en la versión de Charlie y la fábrica de Chocolate (1995) de Tim Burton, una parodia dikensiana con aromas a opereta bufa.
Por destacar algo de este auténtico telefilme de sobremesa que Hammer Films se ha sacado de la chistera para desterrar su antigua magia, podemos hablar de unos interesantes títulos de crédito que formulan una pesadillesca cortinilla que juega con los volúmenes del edificio estilo Chicago que acoge la pesadilla fílmica y una digna banda sonora de John Ottmand francamente desaprovechada por su ineficacia como elemento diegético. En definitiva, la inoperante ópera prima de un director finés que viene del mundo del videoclip, dato que resulta intrascendente dado que podría haber venido de cualquier otra parcela creativa y seguiría siendo un realizador con enormes carencias. Filme fallido, proyecto anárquico y talento inexistente. Hammer Films, quién te ha visto y quién te ve.