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publicado el 26 de agosto de 2011

Juegos perversos

Lluís Rueda | El perfecto anfitrión, del debutante Dick Tommay, es un filme que coquetea con la comedia negra y se mira sin tapujos en el espejo de La huella (1972), espléndido filme de Joseph L. Mankiewicz. En aquella cinta, Andrew Wyke (Laurence Olivier), un popular escritor de novelas policiacas, coleccionista de juguetes y propenso a los acertijos, invitaba al amante de su mujer, un peluquero llamado Milo Tindle (Michael Caine) a su mansión para proponerle el robo de unas valiosas joyas. El perfecto anfitrión sitúa precisamente a un joven ladrón de bancos que huye de la policía en la mansión de un burgués afeminado con trastorno de personalidad, un planteamiento menos sutil, pero ideal para entrelazar un juego de roles cambiantes donde la dominación, la mentira y la tensión sexual conforman un thriller sin fisuras, bien trufado de pertinentes dosis de irrealidad y fugas magistrales.

Hasta ahí todo parece tentador pero lo cierto es que si El perfecto anfitrión adolece de algo, es de empaque, de negrura y de mala baba. Todo un inconveniente para un filme impredecible en su desarrollo, bien orquestado y que cuenta con la excelencia de los actores David Hyde Pyerce y Clayne Crawford, especialmente de Pyerce (conocido por su papel de inestable psiquiatra en la serie Frasier). El actor borda su papel de amanerado esnob que encuentra en el atractivo visitante a una criatura ideal para experimentar psicológicamente y a la que hacer partícipe de sus fantasías más íntimas. Los juegos de apariencias en el filme están bien resueltos pero no tanto una subtama artificiosa y un desenlace que recuerda en demasía a Atrápame si puedes (2002) de Steven Spielberg. De cualquier modo la primera hora del filme resulta desternillante, en parte, gracias a lo grotesco de la situación, pero también es cierto que, a medida que la cinta avanza, uno cae en una sensación de repetición, de zozobra. Meritorio el aprovechamiento de un único set, el apartamento, y el manejo de dos únicos personajes en la práctica totalidad del filme, pero lo dicho, si a Nick Tomnay se le hubiera ido un poco más la mano con el sadismo de ciertas situaciones, la cosa hubiera ganado enteros.

El perfecto anfitrión, en buena medida, nos traerá a la memoria Los Asesinatos de Mamá (1994) de John Waters o Secuestrando a la Srta. Tingle (1999) de Kevin Williamson, dos ejercicios de estilo meritorios que también proponían una apología del mal y la locura en el epicentro de un tranquilo barrio residencial. Lástima que el horror que podría generar la cinta quede destilado y el realizador apueste por no traicionar su condición de comedia, de no ser así, David Hyde Pierce podría haberse convertido en un icono del mal referencial.


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