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publicado el 5 de septiembre de 2011

La tragedia y lo trascendente

Lluís Rueda | La nueva propuesta fílmica de Norberto Ramos del Val (Muertos Comunes, Hienas), el thriller fantástico El último fin de semana, es de esas cintas que dignifican el término independiente, una calificación que casi nunca se ajusta a orden de causa y que se otorga con ligereza a películas con presupuestos boyantes. El filme del realizador cántabro, cumple a rajatabla esa premisa que erróneamente dignifica a un producto incluso antes de ser visto y al que se acogen algunos cineastas como si cierta letanía les convirtiera automáticamente en antihéroes. Pero, en el caso de Norberto Ramos del Val, esa premisa de realizador esforzado y, en cierta manera, maldito, se convierte en una singularidad intrascendente y que nos desvía de lo que realmente nos interesa: El último fin de semana es un filme a reivindicar, por que más allá de su naturaleza humilde irradia profesionalidad, capacidad para gestionar recursos, orquestar a un puñado de buenos actores y talento para crear una atmósfera adecuada que reviste con acierto una idea espléndida. Eso, me permitirán, es lo que debe ofrecer cualquier filme al margen de su presupuesto, en este caso, muy limitado.

Con la premisa de tres compañeras de oficina, a las que se une un joven que se acaba de separar de su pareja, que organizan una salida de fin de semana en un pueblecito de la costa cántabra, Ramos del Val, orquesta un filme que traslada las miserias de las relaciones laborales y las envidias a un decorado agreste y solitario que adquiere un protagonismo determinante a medida que la tragedia se gesta. Los exteriores, pulcramente encuadrados, se convierten en un tablero de ajedrez en el que los movimientos parecen inspirados por el manual cinematográfico de maestros como Peter Weir, uno casi puede esbozar el hálito de Picnic en Hanging Rock (Picnic at Hanging Rock, 1975), todo y que el tono del filme de Ramos del Val siempre tiende a lo subversivo y relativiza conscientemente todo conato de poesía o hedonismo.

El último fin de semana estructura su bajada a los infiernos a partir de un arrebatador asesinato, fuera de campo, con el que una de sus protagonistas queda estigmatizada a ojos del espectador desde su arranque, pero tal premisa, como una pequeña semilla del mal que germina avanzado el minutaje, no nos desvía de la máxima del filme: la culpa puede instalarse en forma de pesadilla en cualquier nivel de la historia. El primer tramo de la cinta, eso sí, excesivamente dilatado en muchos pasajes, perfila los personajes con una insistencia algo forzada pero que sin duda cumple su función hasta el detonante de la crisis del grupo de jóvenes, el atropello por accidente de un extraño vagabundo que recoge objetos sin valor por la campiña. Es en ese instante cuando El último fin de semana se convierte en un thriller imprevisible, rocoso y enérgico, que atrapa hasta los títulos de crédito.
Quizá, y siendo cicateros, alguna escena de transición, como la del surfista interpretado por Jorge Anegón, desentona un tanto en el conjunto, pero entiendo que en la estrategia de guión se busca un elemento de distensión e incluso un ápice de humor negro, casi sureal, con voluntad de oxigenar el filme, algo innecesario en un pasaje que, a mi entender, no requería de masaje cardiorespiratorio...

Cabe incidir en la pericia con que el realizador, productor y guionista somete en el segundo tramo del filme a sus personajes a un proceso de animalización / alienación que nos remite a propuestas como Largo fin de semana (Long Weekend, 1978) de Clin Eggleston. En su desarrollo, con aromas a survival filme e incluaso a giallo rural, el realizador busca la concreción de un conflicto pero también ansía la representación de una Apocalipsis. Por tanto la naturaleza thrillesca del filme resulta meridianamente impostada, una máscara tras la que se oculta un hecho metafísico. Esta óptica, la de la representación de una tragedia que esconde una revelación, con sus intermitencias e indefiniciones, resulta lo más brillante de El último fin de semana. Cómo en los mejores relatos pulps, en El último fin de semana, los generos se solapan hasta engendrar una historia lo suficientemente bastarda como para que parcialmente nos evoque la atmósfera plúmbea del cine de horror de Amando de Ossorio o, ¿por qué no?, a los relatos sci-fi desquiciados de Frederick Brown.

A las excelencias del reparto, Alba Messa (Os Atlánticos), Nacho Rubio (Una de Zombis, Cámara café), Silma López (8 Citas), Irene Rubio (Hienas, El Síndrome de Ulises), todos espléndidos, cabe sumar a una sensacional Marián Aguilera en el papel de hermana castrante de esta última, personaje arrollador, desquiciado y esencial para entender la atmósfera malsana que va instalándose en el filme. Con la aparición de este personaje inesperado en la casa de campo y un vagabundo atropellado en el el maletero de un coche, la pesadilla se concentra en el salón de una casa y en ese punto, el portador de un teléfono móvil se convierte en presunto delator, un pasaje excelente este, irresistiblemente carpenteriano, que compensa cualquier laguna o fisura en el tramo inicial del filme.

A suerte de no revelar nada importante del conjunto de esta violenta historia que, también cabe apuntarlo, desde el concepto de su magnífico cartel nos remite un tanto ( quizá más de lo que Norberto Ramos del Val pueda asentir) a No profanar el Sueño de los Muertos (1974) de Jorge Grau, hemos de decir que aquí el elemento fantástico está velado tras el conflicto de los personajes, pero existe, coexiste diría, a lo largo de todo el filme y se revela de una manera sorprendente en uno de esos finales que no dejan indiferente. Estén ustedes, pues, atentos a todos los detalles de la cinta, una historia hilvanada con precisión por los guionistas (el propio realizador y Javier Sánchez Donate) que no deja nada el azar y no necesita de giros gratuitos para mesmerizar al espectador.

Por último señalar la excelente banda sonora del sueco Nicklas Barker, luce particularmente espléndida en las secuencias exteriores y nunca enfatiza de manera deliberada hasta que la cinta lo requiere. Lo dicho, una filme efectivo, riguroso, y en ocasiones genial, que relativiza la parcela económica y destila pasión por el fantástico. La profesionalidad y el talento añadidos son la guinda del dulce.


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