publicado el 7 de septiembre de 2011
Un año después de realizar el filme de piratas La bahía del contrabandista (Fury at Sinwyglers' Bay, 1961), con Peter Cushing como principal reclamo, el realizador británico John Gilling (1912-1984), fue designado por Anthony Hinds para hacerse cargo de la dirección y el guión de Pirates of the Blood River, un filme excepcional que, sin embargo, ha quedado ensombrecido por la popularidad de obras posteriores que el director realizó para Hammer Film. Cabe citar entre las más populares el filme de aventuras coloniales Rebelión en la India (The Brigad of Kandahar, 1965) y las excelentes cintas de terror exótico La maldición de los zombies (The Plague of the zombies, 1966), The Reptile (Id.,1966) y El sudario de la momia (The Mummys Shroud, 1967).
Lluís Rueda | Pirates of the Bloob River está basada en una historia original del recientemente fallecido Jimmy Sangster que fue el punto de partida de un guión extraordinario firmado alalimón por Jonh Hunter y el propio John Gilling. El filme nos sitúa en la Isla de Devon (colonia británica en Canadá), donde un poblado de refugiados hugonotes [1] viven según sus reglas de austeridad y férreas convicciones religiosas y éticas. Uno de los jóvenes, Jonathan Standing (Kerwin Mathews [2]), hijo de un pastor de la iglesia calvinista interpretado por el actor escocés Jack Stewart, es pillado in fraganti con Margareth, la esposa de un lugareño. La joven, asustada, intenta escapar de sus captores a través de la jungla y, al adentrarse en las aguas de un río, acaba siendo devorada por un grupo de pirañas en una de las secuencias más crueles y sanguinarias que uno recuerda a lo largo de la dilatada historia de la productora. Cabe decir que esta es una de las primeras imágenes del filme que indujeron a la censura británica a calificar la cinta como X, aunque la intermediación de Anthony Hinds procuró que esa calificación quedase en una más permisible U. Pirate of the Blood River es un extraño filme de aventuras tras el que se esconde un cruel relato de fanatismo y en el que las creencias y el estoicismo de los hugonotes llega incluso a superar la crueldad de los piratas a los que alude el título.
Pero vayamos por partes y centrémonos en ese primer tramo del filme: en él se relata como Jonathan Satrling es juzgado por los pastores de la iglesia ante un vetusto ídolo que preside el púlpito. Dicha deidad es precisamente la imagen de un hombre venerable con los rasgos de su abuelo paterno, el hombre de fe que trasladó a la comunidad hasta esa colonia británica (posiblemente desde algún lugar de Francia en un contexto histórico en el que el Rey Sol revocó el Edicto de Nantes y buscó el exterminio de los evangélicos franceses). Bajo la sombría figura ese ídolo (el primer Standing de Devon), Jonathan, sin posibilidad de defensa es acusado de adulterio y repudiado por su padre en un juicio sumarísimo entre claroscuros que John Gilling capta en un plano frontal, de manera que los padres de la iglesia parecen parte del relieve de una santa representación con ciertas connotaciones paganas. El realizador, con sabio criterio, alterna con planos picados de los pastores y contrapicados del reo pidiendo clemencia. Por otro lado, el tratamiento de el estancia, exquisitamente iluminada por el director de fotografía Arthur Grant, indica que ese lugar y ese ídolo van a ser parte fundamental del relato.
Jonathan es finalmente condenado a pasar diez años en una penitenciaría por su propio progenitor y en ese periplo, convenientemente breve en términos cinematográficos, el realizador toma el pulso a su vertiente más escabrosa y somete al joven a un vía crucis sin parangón: hambruna, azotes y torturas se suceden hasta que en un altercado el joven consigue huir entre aguas pantanosas en una secuencia espléndida que nos remite al clásico El malvado Zaroff (The Most Dangerous Game, 1932) de Ernest B. Schoedsack y Irving Pichel. La particularidad de la topografía de la isla, rica en zonas selváticas y prolija en dunas desérticas nos porfía toda una suerte de escenarios que tan pronto nos recuerdan los paisajes de un añejo western como de los de una jungla peligrosa en el contexto de un survival filme.
En este punto, con Jonathan moribundo en un lugar incierto de la isla, la cinta da un giro gracias a la aparición de un grupo de piratas capitaneados por el cínico Capitán La Roche (Christopher Lee). Estos bribones, que han recorrido toda suerte de países saqueando y matando, decidean acoger al joven y trasladarlo a una nave de guerra que ronda las costas de la Isla de Devon. La idea es clara, los piratas sospechan que el joven tiene información privilegiada de un supuesto tesoro oculto que los hugonotes llevaron a su nueva isla refugio (una práctica habitual entre ciertas comunidades en el exilio). La Roche, un pirata francés de mirada gélida y porte siniestro, bajo la excusa de un intercambio comercial, regresa a la isla con Jonathan como rehén y una vez allí intenta tomar el poblado por la fuerza. Durante la incursión a la isla, Gilling, nos muestra la dureza del terreno y nos presenta a un grupo de piratas abatidos, cansados pero peligrosos en un ejercicio realista y desprovisto de todo romanticismo. Entre estos delincuentes, sucios, bebedores y semisalvajes destacan Mack (un sensacional Michael Ripper), segundo de abordo y sombra del capitán La Roche y un par de asesinos que a las primeras de cambio se enzarzan en violentas peleas, Herch (Peter Arne) y Brocaire (Oliver Reed).
Una vez tomado el poblado por la fuerza, los piratas, se dedican a saquear las casas y a violar a las mujeres. Si bien se prioriza la utilización del fuera de campo, Gilling no escatima en mostrar como los indeseables piratas zarandean a las chicas o las persiguen como polluelos. Una de ellas, precisamente la hermana de Jonhatan, Bess, será elemento de disputa entre los violentos Herch y Brocaire, extremo que llevará a La Roche a tomar la decisión de enfrentarles en un espectacular duelo a espadas con los ojos vendados. Este tramo del filme resulta uno de los más estimulantes tanto por su originalidad como por la incertidumbre del enfrentamiento, de una violencia abrumadora. El duelo es mostrado por Gilling imitando el modelo de un spaghetti western, atrapando detalles, rostros, en primeros planos que buscan una particular sugestión y que conforman un mosaico de sudor, miedo y realismo gratamente crepuscular. Que el perdedor del duelo acabe llamando desesperadamente a su madre antes de morir todavía convierte esta secuencia en algo, si cabe, más perturbador.
Pero si la crueldad de los piratas queda de manifiesto, la obcecación del padre de John por revelar el lugar donde la comunidad guarda las riquezas que pudieron trasladar sus antepasados desde el continente es aún más sorprendente. Los esbirros del capitán La Roche deciden desvalijar todo el recinto de la iglesia, cavando a destajo y atravesando con pico y pala la pared donde antes se erigía la estatua del ídolo Standing, infructuosamente. La frustración de La Roche, superado por los acontecimientos, le llevará a aniquilar uno a uno a todos los habitantes de la comunidad ante un impasible pastor cuyo sentido de la rectitud y la tradición le llevaría a sacrificar a su propia gente. La lectura no puede ser más rica, los papeles se intercambian de tal manera que el monstruo que intuíamos en La Roche resulta menor al lado del fanático pastor Standing. Una de las secuencias más reveladoras en este sentido se da cuando el capitán de los piratas se sitúa en la entrada del recinto religioso y, casi en penumbra, asiste a la airada discusión entre Standing padre e hijo. La Roche entiende que un hombre cuya arma es el odio y el desprecio en nombre de Dios será irreductible. El semblante del pirata nos muestra como asimila sin remedio que ese individuo llevará su secreto a la tumba. La decepción le hace regresar por donde ha venido, taciturno y pensativo bajo la oscuridad de la noche cerrada.
A esa alturas de la cinta, que aún propone más lecturas interesantes, se da una revelación capital. Mientras los hugonotes más jóvenes se reorganizan para defenderse ante la masacre, tomando las armas y eliminando a los piratas en emboscadas por la aldea, Jonhatan advierte que la pintura de la estatua de su abuelo derribada oculta algo, es un ídolo de oro macizo. Esto pone de manifiesto que estos calvinistas alejados de sus orígenes han reconvertido su fe, de manera inconsciente o inducida, hacia cierto modelo de paganismo. Esa estatua podría simbolizar, si me permiten la comparativa, algo similar al becerro de oro, según la biblia, un falso dios adorado por los israelitas.
La idea del relato o tratamiento de guión creado por el bueno de Jimmy Sangster no puede ser más interesante. En la biblia se explica que cuando los hebreos salieron de la esclavitud en Egipto guiados por Moisés, llevaban la plata y el oro que los egipcios les habían dado. Al llegar al monte Sinaí, Moisés lo escaló para hablar con Dios. Pero, al ver que tardaba muchos días, el pueblo hebreo le pidió a Aarón (hermano de Moisés) que les hiciera "dioses que marchen delante de nosotros". Aarón accedió y con los aretes de oro que todos llevaban en las orejas fundió un ídolo con forma de becerro. Los hebreos lo adoraron y le ofrecieron sacrificios. Estos hugonotes, como lo hebreos que cita la biblia, necesitaban un nuevo dios que les guiara a tierras desconocidas y substituyera a aquel que les había dado la espalda. Con el 'bellocino de oro' en su poder, los piratas cesan las hostilidades y ponen en marcha un plan de retirada a través de la abrupta geografía de la isla, pero acaso una huida menos triunfal y más accidentada de lo que podían prever. A las hostilidades de los hugonotes se une un motín por parte la tripulación y, sobretodo, la presencia del pastor Standing, un fanático que no se separará de su ídolo aunque tenga que perecer junto a él en el mismísimo infierno. No les revelaremos el desenlace de un filme que desde su primera secuencia hasta a la última resulta tan impecable como demoledor, pero, a cambio, les volveremos a insistir en que bajo la apariencia de un filme de piratas al uso, John Gilling y su equipo, traza un relato sobre el odio y la fe tan magistral que uno se interroga acerca de por qué este magnífico filme ha caído durante tanto tiempo en cierto ostracismo. Valgan este espacio para reivindicarlo como un auténtico delicatessen cinematográfico y, con él, la figura de su director, el excelente realizador británico John Gilling. Gilling, más allá de los títulos citados en la introducción de este artículo (por otro lado bien conocidos por los afines al fantástico) fue un prolífico director con casi una cuarentena de títulos a sus espaldas. En la década de 1950 cultivó el género criminal alumbrando títulos significativos como The voice of Merrill (1952), Three Steps of the Gallows (1953) o The Emblezzer (1954). En la década de 1960 continuó aportando filmes interesantes al cine criminal y de misterio britanico como The Shadow of the Cat (1961) con una espléndida Barbara Shelley o Panic (1961) protagonizada por una hipnótica Janine Gray. Entre sus contribuciones al fantástico en España es importante recordar que el realizador fue el encargado de llevar a buen puerto La cruz del diablo (1975), cinta escrita por Jacinto Molina e interpretada por Carmen Sevilla y Adolfo Marsillach.