publicado el 8 de septiembre de 2011
Lluís Rueda |
Siempre me he preguntado por qué en ciertos filmes de terror de la década de 1980 los vampiros tenían una necesidad imperiosa de relacionarse con sus vecinos, ligarse a jovencitas y esperar como un pasmarote en el umbral de una casa de clase media-baja para que alguien les invitase a cenar. Tal es el caso del clásico de 1985 Noche de miedo (Fright Night) de Tom Holland, filme de horror con tintes de comedia que pasará a la historia como una correcta cinta de culto, en parte, gracias al divertidísimo personaje del cazavampiros Peter Vincent, en su día interpretado por Roddy McDowall. El esquema de dicha comedia, en el fondo, no era más que una inteligente reinterpretación de El baile de los vampiros (The Fearless Vampire Killers, 1967) de Roman Polanski, eso sí, trasladando las aventuras de la pareja protagonista (un joven y su mentor) a un contexto adolescente y puramente norteamericano. No les quepa duda alguna, el Peter Vincent del filme de 1985 no era más que un émulo sofisticado de aquel Prof. Ambrosius (Jack MacGowran ) que tan buenos y terroríficos mometos nos hizo pasar en su día.
La nueva versión de Noche de miedo (2011) dirigida por Craig Gillespie (Lars y una chica de verdad, Cuestión de pelotas) es lo pertinentemente fideligna y lo suficientemente transgresora respecto al filme de Holland como para satisfacer con creces a los más avezados seguidores del cine de vampiros de hace, sí, casi treinta años. El film de Gillespie apuesta por esbozar las aventuras de un protagonista adolescente, Anton Yelchin (Charley Brewster), al que la vida le sonríe y que ha dejado de ser un 'friki' (eso conlleva amigos del alma, cortometrajes, convenciones...) para convertirse en el envidiado tipo que sale con la chica mona del instituto. Hasta ahí los paralelismos entre ambos films son exactos, incluso la presencia de Ed, el amigo raro de aspecto ratonil está sabiamente trufada de ironía y ofrece un renovado juego según los tiempos que corren. Dicho esto, donde este remake, entiendo, gana enteros e incluso llega a superar al original es, precisamente, en el tratamiento del vampiro y su modus operandi. Si bien Colin Farrell, actor limitado pero correcto, no ofrece nada que no hubiéramos visto en el seductor vampiro ochentero interpretado por Chris Sarandon (que por cierto tiene un simpático cameo), resulta interesante como Gillespille le otorga cierta condición de matón e incide en una exposición de su estrategia depredadora tal si se tratara de un psicópata alejado de todo rango de nobleza pretérita.
El vampiro Jerry Dandrige es, para la ocasión, un acosador con reminiscencias al Max Cady de El cabo del terror (Cap of Fear, 1991) de Martin Scorsese, que pone a la familia de Charley en situación extrema y que hace gala en general de una crueldad inédita en la cinta original. Un ejemplo es el intento de hacer estallar la casa de los Brewster por los aires metiendo fuego a la tubería del gas (sic). Pero, el siniestro Dandrige, esconde más sorpresas en su guarida. Como no podía ser de otra manera, Charley, siguiendo el esquema del filme original, se adentra en varias ocasiones en la morada del vampiro, instantes que dan lugar a los momentos estimulantes del filme. En la primera de estas incursiones (para más inri, nocturna), Charley intenta cerciorarse de la naturaleza real del vampiro y descubrir que tras un armario aguardan varias habitaciones-celda donde este encierra a sus víctimas vivas para tener la despensa llena.
Esa idea de prolongar la tortura de sus víctimas y ciertas escenas de acción como aquella en que Dandrige intenta alcanzar a la familia agujereando con sus garras los bajos del coche en el que huyen (una revisión original de la tópica mano que sale de la tumba) convierten el filme en un refrescante remake con suficientes dosis de humor negro y violencia como para relativizar las bondades del original (más pop y entrañable, desde luego).
El otro elemento destacable del filme, sin duda, es el acierto de casting que supone haber fichado a David Tennat (el mejor Doctor de la historia de la serie Dr. Who) para el papel del temeroso, cobarde y fanfarrón cazavampiros Peter Vincent. La presencia del carismático actor británico concede al último tramo del filme un nervio que convierte la que hasta entonces era una correcta incursión en el género vampírico, más o menos trufada de lugares comunes, en una comedia ácida de alto voltage. Mención aparte merece la secuencia final de la cinta, carpenteriana, renovadora y muy, muy sugestiva. En resumen, Noche de miedo (2011) es un atractivo cóctel de sangre y humor que deja ganas de más.