publicado el 15 de noviembre de 2011
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Casi una veintena de títulos formaban parte este año de una de las secciones más pretendidamente gamberras del festival, concebida en forma de maratones nocturnas para un público ávido de emociones fuertes y predispuesto a ver casi cualquier cosa. Una desprejuiciada amplitud de miras –por llamarla de alguna manera– que sin embargo no justifica la exagerada dispersión genérica de las propuestas seleccionadas, tampoco su condición global de pastiche improvisado con títulos que no caben en ninguna otra sección, filmes ya presentados en otros festivales e incluso producciones que nadie parece saber cómo han llegado hasta allí.
Se podría haber prescindido perfectamente de la tonta cinta erótica en tres dimensiones 3-D sex and zen: Extreme ecstasy /3D rou pu tuan zhi ji le bao jian (Christopher Sun Lap Key, 2011), auténtica superproducción, o de la ridícula y zarrapastrosa comedia holandesa New kids turbo (Steffen Haars y Flip van der Kuil, 2010), por ejemplo, y se podría haber dado más bombo a títulos como Rabies / Kalevet (Aharon Keshales y Navot Papushado, 2010), considerada la primera película de terror israelí de la historia, sin olvidar el escaso peso –y aún menor relevancia– de la sección “Mondo macabro”, con sólo dos títulos, The robot / Endhiran (S. Shankar, 2010) y la desternillante, por espantosa, Robotrix / Nu ji xie ren (Jamie Luk, 1991). Demasiadas irregularidades, o equilibrios imposibles, con el lastre añadido, además, de la ausencia de títulos en principio tan idóneos para la sección como The human centipede 2 (Full sequence) (Tom Six, 2011). La surrealista propuesta de Jamie Luk, mezcla de ciencia ficción, humor cafre, erotismo softcore y terror sangriento resuelta de forma atropellada y sin el menor sentido de la vergüenza ajena, podría contemplarse como ejemplo hasta cierto punto modélico de lo que debería ser la sección Midnight X-Treme: cine de género –es de suponer que principalmente “fantástico”– de serie B y serie Z, más o menos explotativo pero generalmente divertido y sin pretensiones, es decir, “buenas malas películas” de acción, ciencia ficción, fantasía y terror, algo que por desgracia no comparten algunas de las propuestas de este año. Es el caso de Dark souls / Mørke sjeler (César Ducasse y Mathieu Peteul, 2011), Grave encounters (The Vicious Brothers, 2011), Seconds apart (Antonio Negret, 2010), Sudor frío (Adrián García Bogliano, 2011) y World of the dead: The zombie diaries (Michael Bartlett y Kevin Gates, 2011), cinco propuestas terroríficas sensiblemente distintas entre sí cuyo principal demérito es que se toman demasiado en serio a sí mismas. El rigor y la seriedad, no obstante, es algo de lo que carece completamente una de las propuestas más esperadas –y publicitadas– de esta edición, Hobo with a shotgun (Jason Eisner, 2011), delirante recreación del espantoso subgénero de los “justicieros urbanos” conformada a partir de una sucesión de barbaridades demasiado pasada de vueltas.
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Dark Souls |
1. Dark souls, ecología del horror
Debut en la dirección de sus dos jóvenes realizadores, Dark souls cuenta con un punto de partida sugerente –el descubrimiento en una central petrolífera de una sustancia misteriosa y altamente contagiosa, de la que se explica poco más– que desemboca demasiado rápido en una intolerable acumulación de tonterías; la principal, sin ir más lejos, las recurrentes e inevitablemente ridículas apariciones de un (pseudo)ejército de asesinos / muertos vivientes vestidos de naranja, armados con un taladro eléctrico y que se pasean tranquilamente por una especie de refinería medio abandonada. Sin decantarse abiertamente por el humor y con escenas de cierta virulencia, la propuesta se ahoga en sí misma cuando pretende homenajear / parodiar / plagiar algunos de los más discutibles tics del cine de David Lynch –el anciano misterioso que se pasea por la fábrica y colecciona frascos con los líquidos que supuestamente extrae de las personas contagiadas–, avanzando de manera ingenua y pedestre hasta un delirante apocalipsis más propio de una película amateur que de una producción cinematográfica.
2. Grave encounters: adiós a Iker Jiménez
Grave encounters, por su lado, supone una nueva vuelta de tuerca al cada día más agotado recurso los falsos documentales y reality shows. Los protagonistas son los miembros del equipo técnico del programa parapsicológico de televisión al que hace referencia el título original, encabezados por su Iker Jiménez particular, Lance Preston (Sean Rogerson): su objetivo es pasar una noche en el antiguo hospital psiquiátrico de Collingwood, con fama de estar encantado, pero su inicial incredulidad (ningún miembro del rodaje parece creer en principio en los fantasmas ni en manifestaciones del Más Allá) derivará pronto en el terror más absoluto cuando descubran que el edificio está vivo, poseído por los espíritus atormentados de los internos allí fallecidos. En su debut en la dirección de largometraje Colin Minhan y Stuart Ortiz (ocultos tras el epatante seudónimo de The Vicious Brothers) muestran prácticamente desde el principio la insalvable amenaza sobrenatural que se cierne sobre sus protagonistas, haciendo gala de una visceralidad y contundencia que busca inquietar e incomodar al espectador sin coartadas ni trampas; sin embargo, el uso y abuso de tópicos y lugares comunes tanto de este tipo de ficciones como de filmes anteriores sobre casas encantadas acaba por hundir los resultados finales en la más caduca explotación comercial.
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Seconds Apart |
3. Seconds apart: hasta que la muerte los separe
Seconds apart, por su lado, es una producción independiente auspiciada por la cada vez más temible compañía After Dark (responsable de la organización del festival itinerante del mismo nombre). Nada aporta al tema de los gemelos unidos por algún tipo de oscura relación emocional y / o telepática (interpretados por Edmund y Gary Entin), en este caso dotados de poderes mentales a causa de una (muy)mal explicada experimentación con drogas durante el embarazo de su madre. Estudiantes modélicos de enorme y perversa inteligencia, Jonah y Seth dedican sus ratos libres a trabajar en un dudoso experimento que consiste en filmar las terribles muertes provocadas por ellos mismos con el objetivo de “sentir algo”, de encontrar un sentido a su inútil existencia. Tan dudoso e inverosímil binomio se romperá –como ocurría en la obra maestra de David Cronenberg Inseparables (Dead ringers, 1988), referente inmediato de la trama– con la aparición de una atractiva estudiante, no por casualidad llamada Eva (Samantha Droke), que se enamorará de uno de los adolescentes y sembrará de dudas su camino de venganza y (auto)destrucción. El joven realizador colombiano Antonio Negret no saca ningún partido de la ambientación gótica de la mansión en la que viven los dos gemelos y ni siquiera juega a fondo la baza del terror, generando en el espectador una irritante sensación de extrañamiento y desconcierto que no pare de crecer hasta el desenlace.
4. Sudor frío: lo mejor, el título
Sudor frío es una de las únicas producciones latinoamericanas presentes en esta edición del festival y, de hecho, sólo por su procedencia se explica, que no se justifica, su inclusión en Midnight X-treme: la película, rodada milagrosamente con un presupuesto inexistente y trastocada por surrealistas notas humorísticas, especula con la existencia (aunque mejor sería decir supervivencia) de dos antiguos represores de la dictadura militar argentina; recluidos en una desvencijada casa en la que esconden veinticinco cajas de explosivos, los dos hombres, ya ancianos, siguen realizando incansablemente la tarea que les fue encomendada mostrando una obsesión digna de mejor causa por la nitroglicerina. Su método de tortura ideal, sin ir más lejos, consiste en rociar a sus víctimas con este líquido explosivo, obligándolas a permanecer durante horas e incluso días en un (imposible) estado de absoluta inmovilidad si no quieren volar por los aires. Demasiado influenciado por los más amanerados tics y recursos visuales del peor cine de horror estadounidense, el realizador Adrián García Bogliano acumula situaciones disparatadas, personajes surrealistas y muertes salvajes en un cóctel demencial que se revela, ya desde prácticamente el principio, como un auténtico disparate.
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World of the dead: The zombie diaries |
5. World of the dead: The zombie diaries: más de lo mismo
World of the dead: The zombie diaries es la continuación de The zombie diaries (Id., 2006), también firmada por Michael Bartlett y Kevin Gates y en su momento considerada, de manera un tanto absurda, como un precedente de El diario de los muertos (Diary of the dead, 2007). En lugar de la irregular yuxtaposición de momentos aparentemente inconexos y más o menos irrelevantes de diferentes personajes –supervivientes de una brutal pandemia que ha convertido a casi toda la población en muertos vivientes–, esta secuela cuenta con un(os) protagonista(s) mucho más definidos, un diezmado regimiento de soldados que en la misma situación tratan desesperadamente de llegar a las orillas del mar buscando una salvación que se adivina prácticamente imposible y que remite descaradamente a la historia de La carretera (The road, John Hillcoat, 2009); uno de ellos se encarga de filmar en vídeo todas sus evoluciones, un recurso tan artificioso o más que en la mayoría de falsos documentales del género (muchas escenas tienen lugar durante tiroteos y virulentos ataques zombies sin que el cámara parezca tener el menor interés en conservar su integridad física, dejando de lado que la inquietante belleza y la calidad de algunas de sus imágenes dan cuenta de un más que improbable afán estético).
6. Hobo with a shotgun: ¿apología del fascismo?
La puesta de largo de Jason Eisner viene a poner de manifiesto, igual que pasó con la ridícula Machete (Id., Robert Rodriguez, 2010) meses atrás, la enorme dificultad, incluso la futilidad que supone convertir un falso tráiler más o menos gracioso en un largometraje: el director ganó en 2007 un concurso de esta especialidad y ha tardado cerca de cuatro años en convertir en realidad una grosera puesta al día del subgénero de los “justicieros urbanos” puesto de moda por Charles Bronson a mediados de la década de 1970 con la exacrable saga de El justiciero de la ciudad (Death wish, Michael Winner, 1974). Hobo with a shotgun, la película, ofrece evidentemente todo lo que se espera de un asumido subproducto de estas características: un magnífico Rutger Hauer –el único elemento verdaderamente destacado de la función, su única razón de ser– interpreta a un honesto vagabundo atrapado en una ciudad podrida y apocalíptica, obligado a su pesar a limpiar sus apestosas calles de delincuentes, asesinos, violadores, pederastas y de cualquier otro malhechor perturbado que se cruce en su camino. La trama, más que anecdótica, demasiado pronto desemboca en una sucesión de barbaridades imposible de tomarse en serio pero irritante no tanto por su vacua estilización (colores hipersaturados, atmósfera psicodélica, montaje sincopado, tratamiento videoclipero de las escenas de acción) como por su radical falta de conciencia crítica, o de cualquier otra clase. Pasada la sorpresa inicial que genera su textura cruda e irreal, si algo destaca en Hobo with a shotgun es el vacío ideológico –decir ético sería una exageración– que se extiende como una plaga por sus imágenes, su intolerable incapacidad para ir un milímetro más allá del subgénero que pretende homenajear, exagerándolo de manera fácil, frívola y tonta y multiplicando hasta el infinito sus más tendenciosas notas reaccionarias.