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publicado el 7 de mayo de 2013

Un moroso apocalipsis


La cinquieme saison

Marta Torres | Como apunta la escena inicial de La cinquene saisson, en el que un criador intenta hacer cantar en vano a un gallo, la naturaleza es algo incomprensible, tozudo y lejano. Toma sus propias decisiones hasta el punto, como es el caso de La cinquene saisson, de ausentarse por completo y dejar al ser humano en el limbo de una quinta estación estéril, en la que nada fructifica. El matrimonio formado por el director belga Peter Brosens y la realizadora estadounidense Jessica Woodworth nos ofrecen con esta película una oscura reflexión sobre la muerte a través del derrumbe de una comunidad asentada en un pequeño pueblo belga. La cinquene saisson viene a cerrar también una trilogía que empezaron con Khadak (2006), Premio De Laurentis en el Festival de Cine de Venecia y Altiplano (2009) y que se fijaba, con un ligero matiz etnográfico, en la relación entre la naturaleza, la tradición y la identidad. La cinquene saisson vendría a señalar la ruptura entre estos tres conceptos.

Empieza La cinquene saisson con la plasmación de un rito ancestral en un pueblo agrícola belga. Es el final del invierno y deben quemar su representación (un muñeco de paja) para allanar el camino a la primavera, la vida y el buen tiempo. Sin embargo, después de una celebración que no ahorra en salidas de tono humorísticas, viene el extrañamiento. La hoguera no prende. La naturaleza ha dejado de ser “natural” y adopta oscuros tintes fantásticos. A partir de entonces y con un ritmo cadencioso el film va mostrando pequeños detalles que son como señales de un moroso apocalipsis. Las semillas no echan raíces, las abejas desaparecen, las vacas dejan de dar leche, el campo se marchita y los peces mueren asfixiados en el río. Sólo sobreviven los insectos. La comunidad, obligada desde entonces a la austeridad, también empieza a descomponerse ante una cámara que lo observa todo con parsimonia, en una serie de planos largos que recuerdan a El tiempo del lobo (Le temps du loup, 2003) de Michael Haneke. Sin embargo, el distanciamiento es formal puesto que la supuesta frialdad etnográfica está teñida de lirismo (como los árboles muertos cayendo como tambores fúnebres) y es obvio que los cineastas sienten compasión por algunas de sus criaturas, en especial el apicultor y su hijo, dos extraños a la comunidad que deciden quedarse en el pueblo cuando todo empieza a desmoronarse. En este aspecto la película analiza la necesidad del ser humano de buscar culpables de la catástrofe, los lazos primordiales del amor y la solidaridad se marchitan y sólo quedan los profundos ritos ancestrales, la necesidad y el odio para cimentarlos.

La cinquene saisson es una película que empieza en un registro cercano a lo cómico y que juega a dejarte con una sonrisa sardónica en los labios. Cruel, lírica y dotada de un nuevo realismo que encuentra en lo fantástico las claves para hablar de los abismos humanos. En la película podemos encontrar ecos de muertes individuales (el desengaño amoroso, el egoísmo) y de odios colectivos, que pueden recordar tanto a las comunidades cerradas de The Wikerman, con sus ancestrales ritos celtas, o, si se hace una lectura más superficial incluso puede tomarse como una explorarción de la xenofobia de ciertos grupos ahora en boga en una Europa igualmente inmóvil y estéril.

Sorprende que un filme como éste, rico en lecturas y elegante en su estética y puesta en escena, terrorífico en ocasiones, haya pasado desapercibido para la mayoría de festivales. En todo caso, agradecemos al D’A de Barcelona que lo programara.


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