boto

estrenos

publicado el 16 de diciembre de 2005

Por el camino de Tolkien

Juan Carlos Matilla | Tras varias décadas durmiendo el sueño de los justos en el despacho de algún ejecutivo de Hollywood, el éxito de El señor de los anillos (y toda la fiebre posterior por el género épico) ha permitido que el proyecto de adaptación de las obras fantásticas del escritor británico C. S. Lewis (amigo y colaborador de Tolkien) se convirtiera finalmente en realidad y además contando con una de las campañas de promoción más costosas de la temporada. Así, tras varios meses de continuos adelantos de imágenes, trailers y avances, por fin hemos podido contemplar la primera parte de esta presunta saga sobre las obra de Lewis, Las crónicas de Narnia. El león, la bruja y el armario (The Chronicles of Narnia: The Lion, the Witch and the Wardrobe, 2005), obra dirigida por el neozelandés Andrew Adamson (realizador de Schreck) que sin duda puede catalogarse de carísimo y superficial exploit de la saga de Peter Jackson, trilogía a la que pretende acercarse de forma descarada ya que ambas obras comparten el mismo espíritu, localizaciones en Nueva Zelanda y parte del equipo técnico. Pero si en El señor de los anillos encontrábamos un monumental acto de amor al género fantástico, en el filme de Adamson hallamos una modesta fábula infantilizada que me temo no conseguirá despertar el más mínimo interés en el público adulto.

Las crónicas de Narnia. El león, la bruja y el armario es un filme que fracasa debido a la ausencia de una atmósfera verdaderamente mágica y fantástica, al estereotipado desarrollo narrativo, a su evidente infantilismo, a sus imperdonables lagunas (algunos pasajes se demoran en exceso y otros son gratuitamente obviados), y por qué no decirlo, a sus decepcionantes efectos visuales y de maquillaje. Resulta del todo sorprendente que un filme que ha contado con un presupuesto desmesurado presente tal pobreza visual, especialmente remarcable en la animación digital de algunos personajes (sobre todo la de los distintos animales que van apareciendo a lo largo de la historia) y en los efectos de maquillaje de las hordas malignas, que no sería aprobado ni por el cineasta de serie B más descuidado.

Incapaz de conferir al filme un mínimo de fascinación o de inspiración fantástica, la labor de Adamson resulta simplemente efectiva y funcional. No hay grandes ideas de puesta en escena en todo el filme pero también es verdad que nada chirría en exceso.

Incapaz de conferir al filme un mínimo de fascinación o de inspiración fantástica, la labor de Adamson resulta simplemente efectiva y funcional. No hay grandes ideas de puesta en escena en todo el filme pero también es verdad que nada chirría en exceso. La pulcritud de su estilo y el convencionalismo del lenguaje no invitan al apasionamiento pero por lo menos otorgan a la película una pátina de corrección que se ajusta perfectamente a la sencillez expositiva del relato. Así, los mejores segmentos del filme (la llegada de los niños a la mansión, el descubrimiento del armario y el primer viaje a Narnia) no poseen ningún elemento visual que destaque pero están rodados con elegancia y mesura. Quizás el momento más brillante del filme proceda más de una solución de guión (saqueada directamente de la novela de Lewis) que de puesta en escena. Me refiero a ese excelente momento final del filme en el que los niños, ya crecidos, encuentran el armario que da acceso al mundo real y sin recordar que una vez pertenecieron a ese universo, se introducen en él y, extrañados, observan el mundo cotidiano como si se tratara del verdaderamente fantástico. Es en este segmento donde el filme de Adamson ofrece una jugosa dislocación de la noción de realidad que, por desgracia, no se extiende por el resto del aburrido metraje.


archivo