publicado el 8 de febrero de 2012
Alberto Romo | La novela gótica 'El monje', escrita en 1796 por M.G.Lewis, fue para los surrealistas objeto de adoración. Su feroz anticlericalismo (que provocó un gran escándalo cuando fue publicada), su historia de amor fou y su aguda penetración psicológica, debió entusiasmar a los surrealistas. En su famoso 'Manifiesto surrealista', André Breton –considerado el fundador del movimiento– se deshizo en elogios hacia la obra de Lewis afirmando que “son pocas las obras que la superan”. No resulta de extrañar que el mismísimo Luís Buñuel –en cierta forma, discípulo de Breton- tanteara en la década de los 60 la posibilidad de realizar una versión cinematográfica de la misma. Buñuel escribió junto a Jean-Claude Carrière un guión que pretendía dirigir, pero posteriormente renunció a filmarlo. Años después, el libreto de la frustrada película fue reciclado por el griego Adonis Kyrou para rodar una adaptación de la novela que resaltaba los aspectos casi blasfemos de la novela, con evidentes intenciones satíricas. Poco antes de escribir dicho guión, Luís Buñuel ya había desarrollado con la magistral Simón del desierto (1965), un relato que bien podría estar inspirado en 'El monje'. El argumento es muy similar: un devoto admirado por su dedicación a difundir la palabra de Dios y obrar con una rectitud moral sin mácula, es tentado por el diablo para que cometa actos impuros de índole sexual que puedan desviarlo del camino de la virtud. A la adaptación de Kyrou le siguió una dirigida por el español Francisco Lara Polop en 1990. Ahora Dominik Moll se basa en un guión propio para llevar al cine una nueva versión del clásico de terror gótico.
Dominik Moll realiza –de manera equivalente a como ya hiciera Buñuel en Simón del desierto con la biografía de Simón el Estilita- un destilado del voluminoso libro de Lewis que le permite centrarse en la trama principal del monje tentado por los placeres de la carne. Se prescinde de los múltiples hilos argumentales paralelos de la novela, así como de su decidida carga anticlerical en la que tanto había incidido la adaptación de Adonis Kyrou. Moll parece mucho más interesado en los aspectos casi psicoanalíticos procedentes del personaje protagonista, el monje capuchino Ambrosio. La afligida mente de Ambrosio (Vincent Cassel) es el producto de las tensiones producidas por dos poderosas fuerzas opuestas: sus obligaciones monacales y su compromiso moral, por un lado; y la llamada de sus instintos sexuales, por otro. O en términos freudianos, el superyó y el yo en pleno conflicto. La aparente serenidad espiritual que transmite Ambrosio actúa como una máscara destinada a ocultar las turbulencias de su alma. Las gárgolas del convento con la cara erosionada, o la inquietante careta que cubre el rostro del misterioso visitante (Déborah François), son bellas metáforas de la descomposición de identidad que experimenta.
Dominik Moll ya había retratado la dualidad que habita en la mente humana en su excelente Harry, un amigo que os quiere (Harry, un ami qui vous du bien, 2000), si bien desde un enfoque diferente, más próximo al de Stevenson en 'El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde'. En ella dos personajes distintos representaban sendas vertientes de una misma personalidad. Un personaje simboliza el lado racional, y otro el lado más visceral, interpretado éste último por el actor catalán Sergi López. No por casualidad, el mismo actor interpreta en El Monje un breve pero significativo papel de un libertino que asume su condición de pecador.
El director francés hace gala de un gran talento para expresar en imágenes las osadas ideas (para su época) de la imperecedera novela gótica original. La puesta en escena de la película es parca y austera -más “ascetista” que esteticista, a pesar de su sobria belleza plástica-, y su ritmo pausado, en consonancia con la forma de vida contemplativa que caracteriza a los monjes capuchinos. También resulta destacable el contraste creado entre los lúgubres espacios interiores del monasterio, y la deslumbrante luminosidad de las tierras castellanas que lo rodean, reflejando la pugna entre tinieblas y luz, razón y pasión, que se debate en el interior del alma de Ambrosio. La película no carece de algunos defectos (la escena de consumación del acto “lujurioso” resuelta con una discordante estética psicodélica, el desarrollo de la historia se empantana en algunos momentos…) que lastran parcialmente el resultado final. Pero aun con estos puntos débiles, estamos ante un film estimable, tan sugerente como sutil, tan personal como exigente con el espectador. Sorprendentemente estrenada en un buen número de salas y fuera de los circuitos de versión original, la película reúne todos los elementos que se conocen como “venenos para la taquilla” (carencia de efectismo, escasas concesiones a los convencionalismos…). Eso sí, un veneno selectivo que será tan dulce como el azúcar y tan tentador como el Diablo para los paladares más heterodoxos y refinados; al tiempo que actuará como un poderoso hipnótico con los espectadores que únicamente busquen un banal entretenimiento.