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publicado el 9 de febrero de 2012

Gótico pret-a porter

Marta Torres | El gótico es uno de los estilos más difíciles de llevar sin caer en las trampas del estilo o la frivolidad. Sin embargo, aunque presume de elegante, le sienta bien la desmesura tanto estética como narrativa. Es perfecto para ahondar en oscuros secretos familiares y dar forma a los fantasmas que pueblan el inconsciente. Gótica era Rebeca (Alfred Hichckock), con su mansión poseída por el fantasma de una mujer muerta, Suspense (Jack Clayton) con la niñera atrapada en un juego de deseos y malicias, lo era, de una manera más refinada, El castillo de Dragonwyck (Joseph Leo Mankiewicz), sin olvidar la ingente producción de la Hammer con La caída de la casa Usher (Roger Corman) a la bandera. Si hemos de ser sinceros, gótica era casi toda la producción de terror anterior a los años sesenta, época en que el género tuvo que pegarse a la realidad y colgar los tules y los camisones para volver a dar miedo.

La mujer de negro toma esta tradición para dar contenido a una propuesta que lleva al cine una obra de teatro y una novela homónimas, ambas de éxito. Los elementos de la historia son un sueño para cualquier amante del terror arrebatado, es decir, están llenas de tópicos: una pequeña comunidad asfixiada por la culpa y enfrentada a una venganza terrible. Un joven puro, venido del exterior que sacará a la luz el mal (Daniel Radcliffe, en su primer papel post Harry Potter), la esperanza de una redención… todo ello aderezado con las dosis justas de mansiones oscuras, fantasmas y pesadillas. No se engañen… pura fachada.

La idea, imaginamos, era poner al día todos estos referentes para dar lustre al terror gótico. Contribuye a este hecho su producción inglesa –con lo que las conexiones (queridas, deseadas…) de la nueva Hammer con la antigua se acentúan –y la elección de un director de la misma procedencia, James Watkins, conocido por un slasher más o menos resultón apodado de forma algo precipitada como un Funny games ambientado en el campo (Eden Lake). Sin embargo, y a diferencia de las fabulaciones personales del gótico Tim Burton, o los híbridos contemporáneos que iniciaron películas como El Cuervo (1995), La mujer de negro carece por completo de personalidad propia. La película es una copia deslucida de otra copia. Un ejercicio de estilo muy bien hecho, con una fotografía preciosa y una voluntad muy clara de mejorar fotografías deslucidas del pasado pero sin cuerpo ni sustancia a la que agarrarse. El film es una fritura de tópicos de estilo, hay planos de Suspense, de películas de horror italianas y de la Hammer e incluso de fantasmas japoneses con sus correspondientes sustos atizados por un efecto de sonido. Su puesta al día, si acaso, consiste en una frivolización del estilo que emula, (el romanticismo gótico, los cuentos de fantasmas) para adaptarlo a un estilismo de pasarela para todos los públicos, un poco a la manera del nuevo gótico español de El orfanato (J. A. Bayona). Quizá sea verdad que la única manera honesta de rendir homenaje a un estilo sea no intentar emularlo.


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