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publicado el 17 de abril de 2012

Un reality mortal

Los juegos del hambre es la adaptación cinematográfica de un best-seller juvenil, en concreto, la primera parte de una trilogía del mismo nombre escrita por Suzanne Collins que ha vendido millones de copias tanto en papel como en formato digital. La dirige Gary Ross, autor de fábulas de época como Pleasantville o Seabiscuit, más allá de la leyenda, con el beneplácito de la autora, que, además, ha colaborado en el guion.

Marta Torres | A primera vista, Los juegos del hambre es una puesta al día de las fábulas futuristas de los sesenta y setenta que enfrentaban al individuo a una sociedad donde los medios de comunicación de masas jugaban un papel clave en el control social. En este aspecto el punto de partida es de manual: una adolescente de 16 años, Katniss Everdeen, habita en un mundo postapocalíptico gobernado con mano de hierro por el Capitolio. Los juegos del hambre es un evento anual televisado en el que niños seleccionados al azar deben competir hasta la muerte. El argumento no es nuevo, La larga marcha, Perseguido, El juego más peligroso o incluso la persecución televisada del pobre Montag en Farenheit 451, de Ray Bradbury, trataron el tema de forma más o menos acertada anteriormente, si bien con un enfoque más oscuro y violento que Los Juegos del hambre, que solventa la matanza entre adolescentes de manera más o menos light y al gusto de todos los públicos. En este aspecto, nada que ver con propuestas extremas, el filme tiene más en común con los libros de ciencia ficción para adolescentes que escribió John Christopher en los sesenta (Los guardianes, La trilogía de los trípodes) que con Battle Royale, por poner un ejemplo. No obstante, Suzanne Collins afirma que la historia se le ocurrió viendo en casa la televisión y allí deberíamos remitir sus fuentes. Los Juegos del hambre bebe de los reality shows, de la CNN y, cinematográficamente, de la película El show de Truman, (1998) dirigida por Peter Weir. Sin embargo, y a diferencia del pobre Jim Carrey, los protagonistas de Los Juegos del Hambre saben muy bien que están siendo televisados y a este hecho debemos buena parte del interés que suscita la película.

El punto de partida es interesante para cualquier amante de la ciencia ficción. La película hace un retrato exagerado pero con gracia de una sociedad dividida entre pobres y acomodados, donde la televisión juega un papel central (como en cualquier buena historia de futuros distópicos) y nos sumerge en la trama de la mano de una Jennifer Lawrence (Katniss Everdeen) con más personalidad que todos sus contrincantes juntos. El filme mantiene un interés creciente, y algo mórbido, mientras vemos como el entramado televisivo del Capitolio convierte a una chica en protagonista de un reality show mortal, en la que se deben jugar estrategias para ganarse al público y a los patrocinadores.

Sin embargo, la película flaquea justo cuando debería llegar a su punto álgido, los juegos del hambre en sí, por culpa de un ritmo irregular y un metraje alargado en exceso. También hay un quiero y no puedo en el uso de los recursos televisivos del reality (las trampas, el uso y abuso del sentimentalismo, el espectáculo…) que no acaba de estar bien resuelto por culpa de algunas decisiones de guión y de puesta en escena algo ridículas. El filme gustará sin duda a quien tiene que gustar: a los adolescentes y a los seguidores de la trilogía, a quien hay que vender a unas nuevas estrellas a quien adorar ahora que Crepúsculo está quemando sus últimos cartuchos. Sin embargo, con un poco de suerte, Los Juegos del hambre podrá remontar el vuelo en la segunda entrega de la serie (tengan por seguro que se hará). Material de partida no le falta, aunque en esta primera parte se ha desaprovechado un tanto.


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