publicado el 10 de noviembre de 2004
Juan Carlos Matilla | Filme seleccionado en la sección oficial a concurso de la inminente nueva edición del festival de Sitges, The Machinist (2004), cuyo estreno en nuestro país está previsto para el próximo 10 de diciembre, es uno de los filmes nacionales más esperados de este año debido a la excelente acogida crítica que tuvo tras su pase en el pasado festival de Sundance y a las enormes expectativas que ha puesto en él la empresa catalana Filmax, principal productora de este notable thriller psicológico que está destinado a ser uno de los platos fuertes de la temporada.
Dirigida por el realizador estadounidense Brad Anderson, responsable de la curiosa Session 9 (2001), The Machinist comparte con aquélla su sosegado ritmo, su interés por mostrar las zonas más sombrías de la mente humana y la (sensacional) idea de justificar los elementos fantásticos de la narración como una consecuencia del estrés postraumático del protagonista, causado por una tragedia del pasado. Además, también participa del elaborado y siniestro tratamiento de los interiores de Session 9 (oscuros, semiabandonados y cotidianos) y del interés por situar el relato de suspense en un ámbito obrero donde priman las complicadas relaciones que se establecen entre los operarios (si en Session 9 parte del clima de angustia se creaba a partir de las conflictos entre los miembros de un equipo de rehabilitación de edificios, en The Machinist, Anderson se acerca a las turbias relaciones de desconfianza que se ciernen sobre los obreros de una fábrica metalúrgica). Por el contrario, el nuevo filme de Anderson se distancia del anterior en su concepción visual, sobre todo en el trabajo lumínico (mucho más oscuro y creativo que en la anterior), basado en una fotografía muy irreal y contrastada (excepcional trabajo del director de fotografía Xavi Giménez, pieza fundamental del nuevo cine de horror patrio), y en la ausencia de tramas paralelas que perjudiquen el ritmo del relato.
El filme narra la angustiosa peripecia vital de Trevor Reznik, encarnado por un irreconocible Christian Bale, quien, en una decisión del todo descabellada pero muy valiente, decidió perder la tercera parte de su peso para encarnar al personaje protagonista: un operario industrial que, debido a un largo período de insomnio, sufre un evidente y atroz deterioro físico y mental. Su esquelética figura provoca la animadversión de todos sus compañeros de trabajo, tensión que aumentará tras un accidente laboral en el que Trevor se verá involucrado. A partir de aquí, la paranoia y manía persecutoria del operario se agudizará y el largo estado de vigilia que sufre provocará que tenga severas dificultades para discernir sobre lo que es real y lo que es producto de su imaginación.
Escrita por Scott Kosar, autor del guión del reciente remake de La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 2003), The Machinist toma numerosos elementos prestados de otras obras cercanas en planteamiento (aunque no en intenciones) como El club de la lucha (de la que hereda la noción de esquizofrenia vista no como una enfermedad sino como una válvula de escape de una realidad dolorosa) o Memento (con la que comparte el desarrollo de una geografía mental sesgada, cercana a un puzzle, además de la costumbre del protagonista de dejarse notas para no olvidarse de las cosas). También podemos encontrar paralelismos con las filmografías de David Lynch (del que adquiere los angostos espacios oníricos, los truculentos efectos de sonido y esa reconocible manía tan lynchiana por escarbar en la realidad para sacar a flote su lado más putrefacto) y, sobre todo, Roman Polanski (con el que comparte temas tan reconocibles como la reclusión, la locura y la obsesión, y motivos tan familiares en su cine como los alimentos putrefactos y el huis clos más demencial). Además, hereda de este último el tono entre surrealista y siniestro aunque desprovisto del sentido del humor distanciador propio del cineasta polaco. The Machinist es un filme sin ironía, sin apenas luz, que busca (y logra) conmocionar al espectador mostrando la trasformación física de un personaje asolado por el remordimiento.
Pero lo más inspirado del filme es el particular modus operandi del director a la hora de retratar el controvertido universo íntimo del protagonista. Con una puesta en escena muy meditada y opaca (rica en planos de una composición muy elaborada, pasajes oníricos y tonos metálicos), Anderson sitúa en un principio a su personaje en la más absoluta oscuridad ambiental (escenarios angostos, sombríos, apenas sin aire) para después abandonarlo en un espacio aséptico, de un blanco cegador, cuando la verdadera naturaleza de Trevor nos ha sido revelada (un truco visual similar al utilizado por Richard Flesicher en la conclusión de El estrangulador de Boston).
Tras los múltiples fracasos artísticos de la Fantastic Factory, la obra de Brad Anderson es uno de los filmes más serios y agradables de los que se han concebido en la productora catalana y, a tenor de la excelente recepción que ha tenido entre la crítica, puede suponer un verdadero estímulo para el cine fantástico de nuestro país.
Al margen de algunos deslices (como la presencia de cierto efectismo visual en algunos pasajes, de breves balbuceos en el desarrollo dramático de la acción o de algunos personajes poco definidos, caso del papel que encarna Jennifer Jason Leigh, cuya insignificancia resulta harto molesta), el principal error de The Machinist (aunque no llegue a enturbiar demasiado el conjunto de la obra) radica en una desagradable constante de cierto tipo de cine fantástico de nuestro país: el consciente camuflaje de los principales referentes de nuestra cultura en favor de una mayor internacionalización del relato. A pesar de este detalle (cuya razón sólo se debe a las necesidades de la distribución), The Machinist no deja de ser un pequeño triunfo para la división internacional de Filmax quien ha decidido apostar muy fuerte por un producto nada acomodaticio y muy poco comercial. Tras los múltiples fracasos artísticos de la Fantastic Factory (subdivisión de Filmax dedicada a la producción de filmes de horror y fantasía), la obra de Brad Anderson es uno de los filmes más serios y agradables de los que se han concebido en la productora catalana (junto a la filmografía de Jaume Balagueró) y, a tenor de la excelente recepción que ha tenido entre la crítica, puede suponer un verdadero estímulo para el cine fantástico de nuestro país, un género a todas luces necesitado de reconocimiento y de nuevos modelos que inciten la proliferación de nuevos enfoques narrativos, más agresivos y menos anquilosados que los que priman en la actual producción nacional.