publicado el 25 de octubre de 2012
Una familia, una casa con un pasado criminal, una investigación sobre un antiguo asesinato y un toque fantástico. Sinister tiene todos los elementos para pasar a engrosar el montón, cada vez mayor, de thrillers de horror de usar y tirar que inundan el mercado cinematográfico desde mediados de los noventa. Productos de consumo que explotan una y otra vez fórmulas agotadas y previsibles, muy del gusto del espectador que busca olvidar sus problemas durante una hora y media al tiempo que se reconforta pensando en la relativa seguridad de su vida. Sin embargo, Sinister no es así, no lo es en absoluto.
Marta Torres | Para empezar, dirige Scott Derrickson, que es también el autor del guion, conocido entre el gran público por el remake de Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 2008) y entre los aficionados al fantástico por la memorable El exorcismo de Emily Rose (The Exorcism of Emily Rose, 2005), basada en el caso real de la muerte de la joven alemana Anneliese Michel y en la que Derrikson fue capaz de plasmar el mal a niveles cercanos a La profecía (The Omen). Sin ser la misma película, Sinister tiene en común con Emily Rose está enfermiza obsesión por capturar la naturaleza del mal en la pantalla, que Derrikson proyecta en el protagonista de la película, un escritor empeñado en escribir un libro sobre la muerte sádica de toda una familia, para lo cual decide mudarse junto a toda su familia a la casa donde tuvieron lugar los hechos.
La película empieza de una manera aterradora mostrando a cámara, sin escenas previas o explicaciones, la ejecución de una familia en un plano general grabado presuntamente por una cámara doméstica. Toda una declaración de intenciones y un aviso de que Sinister no es realidad una película convencional, aunque pueda parecerlo, y una forma valiente de ponernos en guardia y en antecedentes. Esta misma grabación, la encontrará el escritor, interpretado por Ethan Hawke, en una misteriosa caja junto con otros carretes de película y un proyector. Cada película es la grabación –torpe, doméstica, aterradoramente inocente– del asesinato de una familia distinta. Horrorizado y fascinado, el protagonista empezará a visionar las películas una y otra vez, entreviendo la verdad escondida detrás de cada fotograma, en una búsqueda obsesiva que recuerda a otras exploraciones fílmicas como Deseo de una mañana de verano (Blow up, 1966) de Michelangelo Antonioni, donde la ampliación de una fotografía hecha en un parque revelaba un asesinato. En este caso, sin embargo, la relación entre celuloide y maldad es más substancial (comparten un mismo cuerpo, una misma substancia) y la obsesión del escritor es más enfermiza y llega a poner en peligro a su familia, salvando las distancias, el protagonista estaría más cerca de El resplandor (The Shining) que del padre abnegado y sin dobleces morales que suele protagonizar este tipo de películas.
De la misma manera que hace el protagonista, que descubre el mal entre las fisuras de un montón de grabaciones antiguas, el espectador de Sinister descubre con inquietud, que debajo de una filme con una estructura convencional de thriller de casa encantada, con sus irregularidades y sus lagunas, se atisba un poco de horror en estado puro.