publicado el 16 de noviembre de 2012
Lluís Rueda | Todavía tenemos en la memoria Blood: The Last Vampire (Blood: El último vampiro, 2000) excelente anime producido por los estudios Production I.G. y Aniplex. Más de una década más tarde, y tras una melifluo remake en 2009 interpretado por personajes reales, nos llega esta secuela de la mano del realizador Naoyoshi Shiotanni, responsable de las series Psycho-pass y animador en tantas otras como Sengoku basara o Blood C. Precisamente de este último trabajo surge la adaptación cinematográfica Blood C: The Last Dark, un remedo de vampirismo, redes sociales y corporaciones inquietantes que juega la carta de su inmortal protagonista, la joven matavampiros Saya para la ocasión rodeada de un grupo de inocentes hackers que hacen de la función una comedia bufa innecesaria en un producto de estas características.
El filme arranca como un potente productor de horror y acción que rápidamente se empantana en un guión laberíntico y poco adulto que se aleja de la órbita de aquel primer filme, maduro, hipnótico y reflexivo que firmó Hiroyuki Kitakubo. A pesar de mostrar apuntes de interés como la megalomanía de su villano, el todopoderoso Fumito, y algunas escenas de acción estimulantes como la de la sala de conferencias invadida por monstruosas proto-arañas gigantescas, el filme naufraga en decisiones técnicas como el abuso de una animación digital que minimiza sus detalles artesanales. Un producto prescindible que se aboca al efectismo y se aleja de las virtudes de Blood: The Last vampire.