publicado el 4 de noviembre de 2008
Actores desconocidos, directores ineptos y argumentos trillados (o inexistentes), unidos bajo un título rimbombante y envueltos en una carátula vistosa, a veces incluso notable, constituyen las principales señas de identidad de la gran mayoría de direct-to-video de terror actuales (y de muchos otros géneros). El profesor nunca se cansa de repetir que siempre hay excepciones y que no hay que desistir en la misión imposible de descubrir alguna perla en bruto, algún título que renueve nuestra fe y fortalezca los cimientos de nuestra religión. Sin embargo la industria, incluso la más independiente, sigue y seguirá produciendo cada día películas del género que sólo pueden ir a parar a la basura sin posibilidad alguna de reciclaje.
Muchas distribuidoras, por no decir todas, tienen en su catálogo producciones de serie más que Z compradas en cualquier mercado audiovisual de segundas rebajas con las que aprovechar el horror vacui de tiendas y videoclubs, haciendo menos largo el tiempo transcurrido entre un lanzamiento estrella y el siguiente. Aunque no se trata de ninguna fórmula matemática, según el profesor la relación entre las películas-basura y las películas artísticas, de culto o de serie A alcanza en los mejores casos una proporción de diez contra una; incluso DVD Spain, como ya comentamos, dispone en su catálogo de un peliculón como Muerte en la noche (Dead of night, Bob Clark, 1974), aunque haya que ir a buscarlo en los bazares chinos. Alquilar o comprar un dvd respetando la discutible legalidad vigente (saludos a nuestros amigos del SGAE) se convierte así en una suerte de ruleta rusa, por lo general de resultados terriblemente previsibles: cada mes llegan hasta nosotros cinco, diez o incluso veinte títulos de los que ni siquiera el profesor tenía constancia; su rigurosa academia se ha visto incluso obligada a poner en marcha diversos seminarios para paliar sus devastadores efectos secundarios, generalmente depresiones derivadas de la imposibilidad, aún hoy, de conseguir en nuestro país algunas de las obras maestras indiscutibles de Terence Fisher, Georges Franju o Mario Bava mientras distribuidores en principio respetables nos estafan con truños del calibre de ¡Corten! (Hack!, Matt Flynn, 2007), Cult (El amuleto maldito) (Cult, Joe Knee, 2006), Demonic (Forest of the damned, Johannes Roberts, 2005), Mustang Sally, la casa del placer (Mustang Sally’s house of horrors, Iren Koster, 2006) o Muertos vivientes (Catacombs, Tomm Coker y David Elliot, 2006).
1. Copiar mal
¡Corten! se inscribe en la órbita de los filmes que ocultan su incompetencia y su total previsibilidad en un pretendido homenaje al cine de terror que deriva inevitablemente hacia el insulto: la película sigue las peripecias de una pareja de tarados que asesinan de la manera más grosera posible a un grupo de estudiantes que han ido a parar a la isla semidesierta dónde viven para realizar un trabajo sobre su fauna ornitológica o algo parecido. Pero no masacran a los adolescentes descerebrados de turno simplemente por gusto, ni siquiera por aburrimiento, su cometido es de mucha más altura: sus crímenes recrean asesinatos famosos de la historia del cine de terror, a los que no aportan ni siquiera algún elemento de cosecha propia. Así las cosas, la película está plagada de citas directas, perdón, de copias chapuceras de escenas de películas más o menos representativas del género, por ejemplo de The ring (Ringu, Hideo Nakata, 1999), e incluso en un determinado momento los personajes inician una ridícula discusión acerca de la película más terrorífica de todos los tiempos. Los mismos psicópatas graban sus plagios baratos con una cámara de Súper 8 para poder después disfrutarlos en el salón de su casa solitaria, aunque al espectador en ningún momento tiene la posibilidad de ver el resultado final de su obra (ni falta que hace, la verdad). Más allá del absurdo dibujo de personajes y de la torpeza manifiesta de que hace gala el director Matt Flynn (también autor en solitario del guión), lo peor del conjunto no es ya su incapacidad de generar tensión o inquietud, sino su renuncia, tan explícita como cobarde y por desgracia tan habitual en este tipo de producciones, a explotar el poder moralmente subversivo del terror. No resulta nada extraño, pues, que el inepto, por momentos abiertamente estúpido desarrollo de la trama adopte un tono progresiva y molestamente paródico, un poco a la manera de una fiesta de fin de curso de tercera división o de un idiota baile de disfraces. El filme, si es que se puede llamar así, es poco menos que una sucesión de chistes malos y asesinatos sangrientos cuyo desenlace, también por llamarlo de alguna manera, podría ser cualquier otro. ¡Uno de los personajes incluso se llama Mary Shelley!
2. Cuatro amigos, demasiada cerveza y una cámara de vídeo
Cult (El amuleto maldito) es aún peor, que ya es decir. A estas alturas del siglo XXI cuesta mucho creer no sólo que aún existan producciones desaliñadas, pobres e incompetentes como ésta (filmada directamente en vídeo parece que sin las mínimas nociones de técnica, planificación o montaje: es decir, más allá de la serie Z), sino que haya distribuidoras –en esta caso Warner– que haya comprado sus derechos de explotación aunque sólo le hayan costado cinco céntimos (de hecho, la inversión ha sido básicamente publicitaria: incluso el profesor reconoce que la carátula del dvd es una de las más originales del año). Sea como sea, la película de Joe Knee –nombre a retener, para no volver a ver ninguna otra cinta suya– no responde para nada y en ningún momento a las expectativas que puede despertar (o no) su elaborado envoltorio de plástico y papel. La trama (¿?) se centra en las infumables peripecias de un grupo de estudiantes (sí, otra vez: ¿queda todavía población adolescente en los Estados Unidos?) que realizan sin que sepamos muy bien cómo ni por qué un trabajo sobre una secta de ascendencia china responsable de una brutal masacre veinte años atrás. En un arrebato de originalidad sin precedentes, no podía ser de otra manera, chicos y chicas empezarán a morir en misteriosas circunstancias. Para todos aquellos que no hayan pasado de los diez minutos de metraje, añadir que intervienen en el desenlace un collar de jade / plástico dotado de poderes mágicos que perteneció a una mujer china asesinada por su padre por haberse quedado embarazada de un hombre de una casta inferior, y un brujo resucitado con cara de pollo que ya había sido derrotado tiempo atrás por la madre de la protagonista (momento recreado en la indescriptible ceremonia pseudomágica que abre el filme).
3. Erotic horror
Igual de poco originales son los argumentos de Demonic y Mustang Sally, la casa del placer. La primera supone la enésima mezcla de terror vampírico y erotismo de estar por casa que ni inquieta ni excita, aunque lo pretende. Escrita y dirigida por un tal Johannes Roberts (otro nombre, seudónimo o lo que sea a evitar escrupulosamente a partir de ahora), la película se sitúa por deméritos propios en el siempre pantanoso terreno de los bodrios con pretensiones, lo que se traduce en una estética de anuncio de colonia barata que choca frontalmente contra el rodaje en vídeo y contra unos paupérrimos recursos de producción –nos encontramos, igual que con el filme anterior, en terrenos cercanos al cine amateur– y contra un montaje sincopado y arbitrario que marea y molesta más que explica o muestra (repetitivos planos de la luna entre los árboles, planos ralentizados o acelerados, todo aquello, en definitiva, que según el profesor nunca debe hacerse en una película de terror). De nuevo un grupo de jóvenes / adolescentes inútiles e insufribles protagonizan la anecdótica historia de una especie de raza de mujeres-vampiro aficionadas a correr (desnudas, claro) por una remota zona rural estadounidense y sobre las que no se dan más explicaciones. Roberts copia, y muy mal, elementos e ideas de numerosas producciones anteriores, con The Blair witch project (Id., Eduardo Sánchez y Daniel Myrick, 1999) a la cabeza, hasta el punto que parece que ha querido (re)llenar ochenta minutos de metraje con un guión de media página, encima escrito sobre la marcha. Demonic es tan mala que ni siquiera resulta divertida en su imposible afán de rigor y solemnidad, y en este contexto los destacados papeles secundarios del genio de los efectos de maquillaje reciclado en penoso actor Tom Savini y del no menos mediocre escritor Shaun Hutson –autor muchos años atrás de la novela que daría pie a uno de los pocos títulos defendibles de Juan Piquer Simón, Slugs, muerte viscosa (1987)– no hacen sino elevar, un poco más, el nivel de patetismo del conjunto.
Mustang Sally, la casa del placer, por su parte, no merece ni merecerá ni siquiera una nota a pie de página en cualquier videoguía sensata sobre el género. La portada del dvd, también el argumento, sugieren una explosiva conjunción de terror sangriento y erotismo explícito que no se traduce de ninguna manera en la pantalla: hay algunos asesinatos violentos, sí, pero directamente copiados de cualquier slasher descafeinado de hace veinte años, y por lo que respecta al erotismo (y al sexo), constatar solamente el tratamiento mojigato, inocuo y infantiloide que el cine norteamericano actual sigue ofreciendo de uno de los grandes temas tabúes de su poca cultura y de su doble moral, encima teñido de una inevitable –y terrorífica– ambigüedad conceptual. La historia de un grupo de adolescentes aburridos de la vida monótona y repetitiva del pequeño pueblo donde viven que deciden hacer una visita a un puticlub misterioso –el Mustang Sally del título– donde parece ser que todos los sueños eróticos masculinos se hacen realidad, pero que derivará en un baño de sangre, pero sin pasarse, no daba ni para un corto de diez minutos. Visiblemente afectado y más que aburrido, el profesor abandonó la proyección indispuesto rápidamente y se retiró a sus aposentos privados a repasar algunos de los títulos más calientes de su colección privada. Por desgracia no pudimos acompañarle y tuvimos que soportar el engendro dirigido por Iren Koster hasta sus últimas e indignantes consecuencias.
4. ¿Dónde están los zombies?
Muertos vivientes, para terminar, constituye junto con Mustang Sally, la casa del placer, otro ejemplo mayúsculo no sólo de película mediocre, sino de las trampas de la distribuidoras de películas en dvd, evidente de hecho ya desde el mismo título español, sin relación alguna con el original “Catacumbas”. El filme dirigido por los desconocidos Tomm Coker y David Elliot y auspiciado por los productores de la infausta serie Saw –como bien se resalta en la carátula– es un thriller vulgar, tramposo y aburrido disfrazado de película de terror, construido alrededor de un giro final tan imprevisible como gratuito, encima basado en los peores tics de cualquier desfasado psycho-thriller. Shannyn Sossamon aguanta ella sola todo el peso de la función en una interpretación más física que expresiva: invitada por su hermana, acude a París para encontrarse la misma noche de su llegada en una fiesta ilegal que se celebra en las interminables catacumbas de la ciudad. La policía no tardará en hacer acto de presencia y la pobre protagonista, que encima es depresiva, deambulará perdida toda la noche por el laberíntico subsuelo de la ciudad de la luz, repleto de tumbas, alcantarillas y túneles oscuros que no llevan a ninguna parte, perseguida por una especie de psicópata enmascarado que parece existir sólo en su imaginación. Y bien poca cosa más: Muertos vivientes llega a los estándares de duración comercial por acumulación de decorados de cartón piedra (los interiores fueron rodados en Rumania, como en toda serie B o C norteamericana actual que se precie) y de movimientos de cámara injustificables y mareantes (el profesor casi tuvo un ataque de vértigo): toda la trama parece haber sido construida en función del ya comentado twist final, un más difícil todavía que se ve a venir a los veinte minutos de metraje y que –era de esperar– no tiene nada, pero nada que ver con el título español.