publicado el 16 de noviembre de 2012
Pau Roig | El regreso a Sitges de David Cronenberg –y nada más y nada menos que en la sección oficial a competición– se saldó con una indiferencia similar a la recibida en el Festival de Cannes. El director canadiense adapta fielmente la novela homónima de Don DeLillo y se sirve del presunto glamour de uno de los actores de moda, el mediocre Robert Pattinson (maquillado prácticamente igual que si fuera el vampiro de la impresentable saga cinematográfica que le dio la fama, por cierto), para ofrecer un gélido y a la postre aburridísimo discurso sobre la crisis y el fin del capitalismo occidental. La práctica totalidad de la acción transcurre en una limusina en marcha que agoniza por las calles de Manhattan y la trama se reduce a las conversaciones (en muchos casos monólogos) del protagonista, un yuppie multimillonario, con diversos personajes de alguna manera relevantes en su vida y en su trabajo financiero-especulativo, incluidos cameos bastante ridículos de Juliette Binoche, Samantha Morton y Paul Giamatti. No puede hablarse de progresión dramática, ni de principio o de final, pero tampoco de emoción, ironía o implicación: con el quirúrgico / aséptico trabajo de puesta en escena habitual de Cronenberg, Cosmópolis en ningún momento llega a interesar al espectador, testigo impotente y sufrido de una serie de sketches poco y mal interrelacionados entre sí que acaban por constituir un desapasionado monumento al esnobismo mal entendido y un reflejo irritante de la postmodernidad pedante y high tech que (en teoría) pretendía retratar.