publicado el 16 de noviembre de 2012
Pau Roig | El regreso de uno de los responsables de The Blair witch Project (Id., 1999) al género supone un notable cambio de rumbo en su filmografía, y un intento tan meritorio como estéril de desmarcarse del estilo y del tono general de su ópera prima en busca de cierto clasicismo. Ecos más o menos disimulados de El ente (The entity, Sidney J. Furie, 1982) y de otras producciones anteriores sobre casas encantadas puntúan una trama de desarrollo excesivamente moroso y que no acaba de ofrecer explicaciones convincentes acerca de la naturaleza del Mal que acosa a la protagonista: incapaz de aceptar y de superar el recuerdo de los abusos de los que fue víctima de pequeña, la recaída en las drogas y la cada vez más inestable salud mental de Molly permiten también contemplar la amenaza que se cierne sobre ella como una representación de sus propios demonios interiores. La debutante Gretchen Lodge aguanta todo el peso del relato con una interpretación arriesgada pero insuficiente al final para mantener el nivel de interés y de tensión necesarios; Lovely Molly funciona mejor en los momentos dramáticos que en los terroríficos y deviene errática a medida que se acerca a un desenlace que en su desesperado recurso a la ambigüedad acaba por resultar absurdo.