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publicado el 10 de noviembre de 2004

Juan Carlos Matilla | RECIENTEMENTE GALARDONADA EN EL FESTIVAL CINENYGMA de Luxemburgo con una mención especial del jurado de los premios Méliès, Dark Woods (Villmark, 2003) es una producción noruega de terror dirigida por el debutante Pål Øie, cineasta con una sólida carrera como cortometrajista en su país. Ambientada en un fantasmagórico bosque escandinavo donde un grupo de reporteros van a pasar un curioso casting televisivo, el filme es un esforzado, aunque bastante insatisfactorio, relato de suspense en el que se percibe la voluntariosa intención del equipo artístico por dotar al filme de un aire abstracto e intrigante, pero que, al final, se acaba diluyendo en un mar de convenciones y en el uso de una puesta en escena muy rutinaria y plana.

A pesar de todo, Dark Woods está muy lejos de ser un mal filme. El espléndido uso de la luz natural, los inquietantes planos de una naturaleza aletargada y sombría y los conseguidos (aunque muy esporádicos) momentos de terror, realizados sin ningún tipo de sofisticación formal (mención especial al intento de asesinato en la tienda de campaña, la aparición del cadáver de la mujer en la laguna o a la bizarra aparición final del "fantasma"), son elementos de interés que deben ser valorados en su justa medida. Quizás, el problema del filme venga derivado de la decisión estética del director de dotar de un exceso de ambigüedad al relato y de un elevado tono contemplativo, lo que perjudica enormemente al tempo narrativo (ya que lo ralentiza demasiado) y a la atmósfera del filme (que no consigue en ningún momento provocar alguna inquietud o amenaza).

Con ecos evidentes a filmes como Deliverance (1972), de John Boorman (del que toma el enfoque ambiguo, el tema de la naturaleza inhóspita y la crueldad de los nativos) o El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, 1999), de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez (del que hereda motivos como las apariciones de objetos extraños en el bosque, la supervivencia del grupo en un medio hostil o el tono fantasmagórico de la narración), Dark Woods no deja de ser una curiosidad en el actual panorama de cine fantástico debido, sobre todo, a su nacionalidad (reconozco que es la primera película de terror noruega que veo en mi vida, que yo recuerde) y, después, a su peculiar tono sostenido y moroso. Quizás no sean suficientes garantías para recomendar su visionado pero, tal y como está el patio de los estrenos direct to video (cada vez más vendidos a los intereses de la productoras de televisión estadounidenses), el filme de Øie bien merece la atención del cinéfago de videoclub.

Juan Carlos Matilla


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