publicado el 16 de noviembre de 2012
Lluís Rueda | Repescada con cierto retraso pero siempre es bienvenida una nueva obra del singular Guy Maddin para degustar en la gran pantalla. A la manera de La Odisea de Homero pero incidiendo en los prelados de Jung, la estética del cine negro y una retahíla de fetichismos interminables, el realizador canadiense construye un relato hipnótico en el que el protagonista regresa a la casa de su familia para encontrarse con sus fantasmas y sus deseos. Se trata de un viaje arquetípico extrañamente dosificado y plagado de seres atormentados. Un excelente filme que bebe de las fuentes del mejor y más surrealista Raúl Ruiz sin perder un ápice el poso estético que siempre Maddin expone y propone como una manera radical de hacer cine a partir de viejas texturas y temas universales convenientemente dilatados en una suerte de pesadilla íntima. La propuesta es radical e iconoclasta hasta el tuétano, pero más allá de su solapada coherencia también puede degustarse como un espléndido ejercicio fílmico en que se dan la mano las varietés, las ghost histories, el cine de gangsters, el erotismo y todas las virtudes del cine mudo en un contexto sonoro. Siempre Maddin es como un bocado del mejor Buñuel y eso, hoy día, sin el citado Raúl Ruiz en activo es miel sobre hojuelas.