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publicado el 12 de diciembre de 2012

Muy buena mantequilla...

Empieza El Hobbit: un viaje inesperado con un portentoso juego de manos. Peter Jackson sitúa la acción sólo unas pocas horas antes del inicio de La comunidad del Anillo, la película que da comienzo a la trilogía de El señor de los anillos. En este tiempo suspendido, en las horas previas a su fiesta de cumpleaños, Bilbo Bolson decide recordar el viaje que hizo sesenta años antes y que le llevó muy lejos de la mano de un grupo de enanos expatriados. Empieza a escribir Bilbo sus memorias y los recuerdos se convierten en literatura y ésta en cine, y entre ambos hacen funcionar la máquina del tiempo: con un simple movimiento de cámara, Frodo deja paso a un Bilbo mucho más joven. Peter Jackson nos devuelve a una Tierra Media renovada con una facilidad pasmosa. Estamos en el mismo escenario, se trata de la misma historia, parece decir.

Marta Torres | Hace una década, Peter Jackson consiguió contra todo pronóstico llevar al cine la trilogía de El señor de los anillos, escrita por J.R. Tolkien en base a leyendas populares británicas y sagas nórdicas. El director australiano no sólo consiguió poner en imágenes una mitología que llevaba años tomando forma en la mente de millones de lectores sino que se convirtió en la única referencia visual de la obra del escritor británico. El logro, y la taquilla, todo hay que decirlo, le valieron diecisiete estatuillas de la Academia de Hollywood y convirtieron la trilogía en los filmes de fantasía heroica más reconocidos de la historia.

Jakcson retoma el proyecto con la adaptación de El Hobbit, una novela publicada en 1937 que narra los hechos sucedidos antes de la trama narrada en El señor de los Anillos y que en cierto modo, actúa como introducción y desencadenante de la historia. Si en El señor de los anillos el reto estaba en abreviar una cantidad ingente de material, ahora se trata de alargar una historia corta (el libro tiene apenas 300 páginas) hasta completar una trilogía.

Para ello se ha servido de la fértil mitología creada por Tolkien en otras novelas, sobretodo El Silmarillion, una suerte de génesis de la Tierra Media donde se hace mención al Nigromante, una manifestación de Sauron, el poder maléfico de El señor de los anillos. El personaje sólo se apunta en esta primera película, pero todo parece indicar que tomará protagonismo a poco que avance la trilogía, o al menos, así lo esperamos, ya que su corta aparición nos brinda uno de los momentos más aterradores de la película. Por lo demás, la estructura se adivina muy similar a la primera trilogía. El viaje del protagonista es el hilo conductor, hay un rey sin trono, elfos, trasgos y trolls, una comunidad rodeada de peligros, un destino difícil y un terror ominoso en el horizonte. Los personajes y los paisajes son los mismos, lo que crea una sensación de agradable deja vú. La nueva trilogía no busca sorprender a la audiencia más allá del uso casi obligatorio de las tres dimensiones y del famoso 48 fotogramas por segundo que pasa desapercibido para un público no iniciado en tecnicismos audiovisuales. Estéticamente, es aún más preciosista que la primera trilogía si cabe, y a la voluntad estética se une el uso del 3D, muy bien aprovechado en los gigantescos travellings que recorren los mundos subterráneos de la Montaña solitaria o el reino de los trolls y peor empleados en algunas escenas de acción tridimensionales que llegan a marear. No obstante, es en las escenas más fantásticas y tenebrosas donde este recurso, en el fondo tan artificial ya que no crea volúmenes creíbles sino sólo una sucesión de planos con distintos niveles de profundidad, funciona mejor. La primera aparición del Nigromante es un prodigio en el que, literalmente, vemos aparecer un fantasma de la pantalla.

Decíamos que El Hobbit se sitúa en el tiempo suspendido que imaginamos justo antes de que empiece la acción de El señor de los Anillos y que tiene más de literario que de real, ya que sólo conocemos lo que ocurrió a través de los recuerdos que Bilbo Bolson va escribiendo en su libro. Quizá por este motivo, la nueva película de Jackson se nos rebela más deudora del original literario que sus anteriores adaptaciones. Tolkien era filólogo, inventó multitud de lenguajes para su saga, historias y canciones hasta el punto que podría decirse que La Tierra Media es, ante todo, una gigantesca creación filológica. La obra de Tolkien es una celebración del acto de recopilar y contar historias fantásticas y El Hobbit parece participar de esta alegría por narrar. Los personajes hablan más, hay juegos de palabras y una fina ironía de raíz británica que alterna con canciones que parecen sacadas de un viejo recopilatorio irlandés. A este contrapunto de humor contribuye la soberbia actuación como Bilbo Bolson de Martin Freeman, actor inglés que es Arthur Dent en Guía del autoestopista galáctico (2004), Tim en la serie cómica The Office (2001-2003) y el doctor Watson en la serie Sherlock, ambas de la BBC. Tanto El señor de los anillos como El Hobbit, son sagas nórdicas vistas desde el punto de vista práctico de un pueblo que no cree demasiado en las aventuras épicas. Bilbo, el narrador de la historia, es la mirada contemporanea a una saga que podría caer en lo cargante sin este contrapunto vivo y desmitificador.

La película es una celebración del género, más humorística que las anteriores aunque en ocasiones da la impresión de ser, citando a Bilbo, como mantequilla untada sobre demasiado pan. Sin embargo, el dominio que tiene Peter Jackson de la imagen es simplemente prodigioso, las secuencias se encadenan con facilidad y los travellings y los giros de cámara estan cargados de sentido e intención dramática, solamente el encuentro de Bilbo con Gollum en las profundidades de una cueva ya justifica todo el metraje de la película: ver El Hobbit: un viaje inesperado es una delicia para los sentidos. Así que, si Peter Jakson quiere alargarse y convertir un libro de 300 páginas en una trilogía, estaré encantada de pasearme con él por la Tierra Media todo el tiempo que haga falta.


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