publicado el 27 de diciembre de 2012
Casi sin quererlo, la obra de Paul Thomas Anderson se está convirtiendo en la crónica alternativa de los Estados Unidos, una suerte de álbum de fotografías hiperrealistas, algunas antiguas y otras hechas con polaroid, de las clases populares estadounidenses, de la génesis extravagante de su cultura. Si en Magnolia teníamos el puzzle enigmático de una comunidad de vidas cruzadas unida por la tragedia y la casualidad, si en Pozos de ambición eran las raíces ensangrentadas del poder y la fortuna de sus pioneros, en The Master nos encontramos con su dolorosa búsqueda de respuestas, porque lo que nos propone ahora el director es una brutal introspección al fondo de una (o dos) almas deformadas a cargo de las teorías de autoayuda desarrolladas por la Iglesia de la Cienciología, una suerte de filosofía religiosa laica (¿?) fundada por L. Ron Hubbard en 1952 y en quien se inspira libremente la película. Estados Unidos y la secta (iglesia) cienciológica como metáfora de este pozo sin fondo que es el alma humana.
Marta Torres | A trazos caligráficos, la película circula entorno a dos ejes poderosos, como un héroe y su villano pueden ser los ejes de un comic de los años 50, aunque en este caso los papeles se entremezclan en una oscura maraña de dependencias y culpabilidades. Empieza la película con un retrato esquemático y brutal, perpetrado a medias entre el director y un inmenso Joaquim Phoenix, de Freddie Quell, un marinero de la armada alcohólico (llega a beber gasolina), oscuramente dependiente del sexo y en cierto sentido, rabiosamente huérfano. Freddie se nos presenta como un ser volcado en sus instintos animales, adicto, violento y afincado en un sarcasmo sin grietas, lúcido a pesar de todo. En el otro extremo tenemos a Philip Seymour Hoffman en su papel de Lancaster Dodd, un ser humano convertido en dios a su pesar, poseedor de una gravedad física y personal que hace curvar el universo a su paso, al menos el pequeño universo formado por sus decenas de seguidores, el núcleo de una escuela ("La causa") fundada entorno a inextricables principios ligados a la introspección psíquica, la regresión psicológica y la reencarnación, los mismos valores de la Cienciología en la qual se inspira la película, fundada por esa época en Estados Unidos. Ambos terminan orbitando el uno al entorno del otro, necesitados de una salvación imposible que toma la forma de una dolorosa bajada al infierno de los abismos personales. Freddie necesita creer en Lancaster Dodd para sobrevivir y Dodd necesita que Freddie se salve para no revelar(se) su efigie sostenida por unos pies de barro, sus ansias destructivas y su perversa relación de dependencia con el sexo femenino. Ambos componen dos figuras inmensas, más allá de cualquier estereotipo, ni Freddie es un ser que "necesite ser salvado" ni Lancaster Dodd es un mercachifle de feria de moral intachable.
En los márgenes de esta insólita relación masculina basculan las mujeres, las novias de Freddie, su madre ausente, la hija de Dodd y la oscura e inmensa figura de su mujer, Peggy Dodd (Amy Adams) verdadero poder en la sombra de la secta-escuela en ciernes. Todas ellas forman un tejido invisible de relaciones y dependencias en las que se enredan los personajes masculinos, incómodos en un mundo con demasiadas reglas escritas a pie de página. En este mundo, ni un alcohólico sin responsabilidades ni un líder poseedor de la verdad pueden tener la libertad que anhelan. Ambos, un falso salvador y su falsa némesis, están tan atrapados como una araña en su propia red. Paul Thomas Anderson ha utilizado los principios de la Cienciología para psicoanalizar los Estados Unidos de los años 50 y mostrar el reverso tenebroso de sus años más prósperos. Pero The Master duele sobretodo porque es un intento sincero de conexión entre dos almas desesperadas, el maestro del título y un san Juan herido y alcohólico, que saben que en el fondo no hay salvación posible.