publicado el 6 de febrero de 2013
Pau Roig | Pese a que su última película se remonta al año 2008 –Hellboy 2. El ejército dorado (Hellboy 2. The golden army)–, Guillermo del Toro ha mantenido una actividad febril en los últimos años, dedicándose tanto a la preparación de El hobbit (The hobbit, finalmente dirigida por Peter Jackson) como a la producción de películas de géneros diversos pero con especial predilección por el cine de animación y el thriller y el horror, como atestiguan El orfanato (J. A. Bayona, 2007), Los ojos de Julia (Guillem Morales, 2010) y No tengas miedo a la oscuridad (Don’t be afraid of the dark, Troy Nixey, 2010). La coproducción hispanocanadiense Mamá se suma a la lista de títulos auspiciados por el realizador mexicano sin aportar nada nuevo ni relevante a su filmografía, por más que algunas de las principales señas de identidad de su cine permanezcan visibles (la asumida condición de cuento de hadas gótico y oscuro del relato, el retrato de una infancia trastocada por el horror, ya sea real o sobrenatural…).
La película tiene su origen en un cortometraje de idéntico título firmado por el debutante Andrés Muschietti –acreditado ahora como Andy Muschietti–. Mamá (2008) era un contundente ejercicio de estilo conformado por una sola secuencia de tres minutos escasos de duración, en la que dos niñas eran acosadas por su progenitora, un fantasma / zombie de larga cabellera negra que parecía salido de una película de terror japonesa. Mamá (2013) respeta de forma prácticamente íntegra el escaso metraje del corto –recreado de forma literal en uno de las escenas de mayor impacto–, pero amplia evidentemente su galería de personajes y dota a la monstruosa madre protagonista de un relieve mucho mayor y de un trasfondo, de una historia que en realidad podría ser cualquier otra (la ausencia de explicaciones y respuestas era, en efecto, una de las mayores virtudes del cortometraje). El arranque del filme, en todo caso, no puede ser más vigoroso: en menos de diez minutos Muschietti muestra con oficio y mucha tensión la desdichada suerte de las hermanas Victoria (Megan Charpentier) y Lilly (Isabelle Nélisse), que tras el asesinato de su madre a manos de su padre desaparecieron en un bosque cercano a la urbanización dónde vivían. Su tío Lucas (Nikolaj Coster-Waldau) y su novia Annabel (Jessica Chastain) las han buscado sin éxito durante cinco años, hasta ahora: sólo los espectadores han sido testigos de la misteriosa entidad o criatura que las ha “cuidado” durante todo ese tiempo en una desvencijada cabaña en medio del bosque que recuerda, quizá demasiado, a la de Posesión infernal (Evil dead, Sam Raimi, 1982), una presencia monstruosa a la que llaman “mamá” y que las acompañará hasta su nueva casa. En un contexto hasta cierto punto idílico, sin nada que ver con el infierno al que han tenido que hacer frente hasta ese momento, Lucas y Annabel tratarán por todos los medios a su alcance de ofrecer a las pequeñas la felicidad que les ha sido negada, la infancia que no han podido disfrutar. Hasta este punto, la historia interesa, el trabajo de puesta en escena del realizador argentino demuestra un cuidado exquisito en la planificación y en la consecución del tempo narrativo que requiere cada secuencia, alternando, como hará con mayor o menor fortuna a lo largo del resto del metraje, virulentos momentos de impacto con profusión de efectos especiales y visuales con apuntes ambiguos y sugerencias sutiles en las que los espectadores deben imaginar lo que está ocurriendo. Es en esta segunda vertiente en la que Muschietti se muestra más inspirado, también más seguro, consiguiendo algunos (escasos) momentos de antología, en especial el plano general fijo que muestra a un lado la puerta de la habitación de las niñas, en la que vemos a Lily jugando con alguien que permanece fuera de campo y, al otro lado, un largo pasillo a través del que Annabel se acerca a la habitación… La oportuna aparición de Victoria, al fondo del pasillo, impedirá que su nueva madre descubra el terrible secreto de las niñas, revelando al mismo tiempo la naturaleza sobrenatural, ominosa, que las acompaña / se cierne sobre ellas.
Como ya ocurría en la citada No tengas miedo a la oscuridad, el impecable look visual del conjunto se ve irremisiblemente lastrado por un guión que tras el brillante prólogo que precede a los títulos de crédito empieza a tirar de tópicos gastados y lugares comunes. Muschietti, y es de suponer que también Del Toro, describen con cariño y tacto a las dos niñas protagonistas, aterrorizadas con la idea que “mamá” no les permita vivir la vida feliz que el azar ha puesto de repente al alcance de su mano. Los actos y reacciones de los personajes adultos, sin embargo, brillan por su inverosimilitud y rayan en el absurdo en más de una ocasión: Jessica Chastain, nominada al Oscar este año por su esforzado papel en La noche más oscura (Zero dark thirty, Kathryn Bigelow, 2012), en ningún momento resulta creíble como miembro de un grupo de música punk salido de una revista de moda adolescente (pseudo)gótica de saldo, tampoco como madre abnegada incapaz de hacer frente a su nueva situación, mientras que su compañero / prometido aparece y desaparece de la trama de forma tan atropellada como injustificada, incluida una estancia en el hospital propiciada por una caída de la que se podría haber prescindido tranquilamente. No faltan tampoco el personaje curioso que pagará con su vida el excesivo interés mostrado en el caso de las dos pequeñas –el Dr. Dreyfuss (Daniel Kash)– ni la familiar rencorosa y reprimida que tratará de conseguir la custodia de Victoria y Lily a cualquier precio (Jean Moffat), pereciendo igualmente en el camino. El retrato de la infancia perdida de las niñas, abierto además a múltiples lecturas e interpretaciones, tiene garra y fuerza, pero el envoltorio que lo sostiene a duras penas alcanza el estatus de excusa.
Las cada vez más recurrentes / truculentas apariciones de “mamá” (interpretada por el actor español Javier Botet, recordado por su interpretación de la niña Medeiros en la saga [Rec]), acompañadas por una banda sonora atronadora que en lugar de inquietar o incomodar al respetable pretende simplemente dejarlo anonadado o sordo, constituyen el eje central de un desenlace previsible pero que parece que no va a llegar nunca –los 100 minutos de metraje se revelan harto excesivos, sobretodo en un tramo central aburrido e inoperante–; la repetición y el subrayado innecesario, de esta manera, terminan por anular la incontestable efectividad terrorífica de las primeras y bien medidas apariciones del monstruo, inspirado de forma más o menos descarada en el fantasma femenino de La maldición (Ju-on, Takashi Shimizu, 2003). Por si todo ello no fuera suficiente, en los últimos minutos Mamá naufraga de forma un tanto abrupta y sin duda innecesaria hacia la defensa de unos valores tradicionales políticamente correctos y como mínimo discutibles (la unidad familiar, la lucha de una madre capaz de hacer cualquier cosa para salvar a sus hijas, la redención “milagrosa” a través del amor entre padres e hijos, etc.), pero que le han servido, quizá, para conseguir un impresionante e inesperado éxito en la taquilla norteamericana.
FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA
Canadá / España, 2013. 102 minutos. Color. Título original: Mama Director: Andrés Muschietti Producción: J. Miles Dale y Barbara Muschietti, para Toma 78 / De Milo Guión: Neil Cross, Andrés Muschietti y Barbara Muschietti Fotografía: Antonio Riestra Música: Fernando Velázquez Diseño de producción: Anastasia Masaro Montaje: Michele Conroy Intérpretes: Jessica Chastain (Annabel), Nikolaj Coster-Waldau (Lucas / Jeffrey), Megan Charpentier (Victoria), Isabelle Nélisse (Lilly), Daniel Kash (Dr. Dreyfuss), Javier Botet (Mamá), Jane Moffat (Jean Podolski), Morgan McGarry (Victoria de pequeña).