publicado el 21 de marzo de 2013
Marta Torres | Cuando los productores de la película escogieron a Walter Hill para dirigir Una bala en la cabeza, tenían en mente resucitar un tipo de cine de acción que en Estados Unidos se conoce como male-dominated action films (algo así como cine de acción de hombres duros). El tipo de películas que en los 70 protagonizaba Lee Marvin y en los 80, Nick Nolte. Un producto a medida del ya más que maduro actor protagonista, Sylvester Stallone, que si de algo presume, precisamente, es de ser duro, lacónico y muy hombre.
Una bala en la cabeza tenía, a priori, todos los elementos para brillar en manos de un realizador como Hill. El director de películas de acción míticas como Los amos de la noche (1979), Driver (1978) o Calles de fuego (1984), se enfrentaba a un material que parecía creado para él. Para empezar, la película es la adaptación al cine de una novela gráfica francesa de Alexis Nolent (Du Plomb Dans La Tete) en base a un guion escrito por Alessandro Camon. La historia es más que conocida por tópica: una pareja de hombres mal avenidos (un policía y un delincuente) deben trabajar juntos para sobrevivir y atrapar a los malos. De fondo, Nueva Orleans, una peligrosa ciudad sin ley, y enfrente, un grupo de políticos corruptos. Es el tipo de historia que permite trabajar con personajes al margen de la ley y que Hill aprovecha para evocar el western, el único género, según ha dicho en más de una ocasión, que permite ir más allá de los mecanismos de control social, una suerte de espacio de libertad para el cine. Es el caso de los pandilleros al margen del sistema de Los amos de la noche o los moteros terroristas de Calles de fuego.
Por otra parte, el guion, coescrito por Camon y el propio Hill, intenta copiar el estilo que gusta a Hill desde que leyó el libreto de A quemarropa (1967) de Alexander Jacobs y que él mismo definió como “lacónico, elíptico, sugerente en lugar de explícito, atrevido en el estilo de montaje que implicaba”; y que ha aplicado a todos sus guiones desde entonces. No obstante, en Una bala en la cabeza, este ir al grano deviene en esquematismo hasta el punto que la película es casi pura estructura cinematográfica, como una clase de “cómo debe ser un guion de acción” hecha en cinco minutos. A esto se unen unos personajes enclenques, por culpa de unos actores de cartón piedra en los que sólo se salvan Jason Momoa en el papel de sádico matarife y Christian Slater como abogado corrupto. No nos engañemos, Stallone no es Lee Marvin ni su compañero Sung Kang evoca el cine de acción oriental, a pesar de que le escogieron precisamente por ser coreano.
Lo curioso es que, a pesar de los actores y de una estructura tan enclenque y esquemática, Walter no ha hecho una mala película. Preciso, elegante y expeditivo, el cine de Hill tiene la virtud de mostrar a sus protagonistas en el plano como depredadores en una celda. El montaje es abrupto, masculino y respira al ritmo de una banda sonora que se ajusta a la acción como un guante… todo esto se encuentra en Una bala en la cabeza y la hace más que disfrutable, al margen de que los actores protagonistas parezcan más bien caricaturas y la historia sea algo floja y abuse de los tópicos.