publicado el 12 de febrero de 2006
Juan Carlos Matilla | La excelente respuesta en taquilla que tuvo hace un par de temporadas el filme Underworld (2003), terrible título dirigido por Len Wiseman, hacía prever la llegada de su consabida secuela: la floja Underworld: Evolution (2006), de nuevo realizada por Wiseman, un tibio producto de entretenimiento que desde luego no va a poner a su autor en la avanzadilla de los cineastas actuales de género fantástico que deban ser retenidos por los aficionados más despiertos.
La original Underworld fue uno de los títulos más exitosos de esa nueva corriente de terror estadounidense que suma los ropajes escenográficos tradicionales con las nuevas tecnologías visuales del siglo XXI. Dentro de esta tendencia encontramos obras como la saga de Blade o Van Helsing, filmes que recuperan algunas de las claves del cine gótico (circunscritas al ámbito de la ambientación y los elementos visuales más accesorios) para enclavarlas dentro de los modos visuales más execrables de los últimos años. Así, todas estas obras acaban siendo productos estetas en cuanto al diseño de producción pero totalmente insuficientes respecto a su madurez narrativa. Underworld: Evolution no es una excepción y de esta manera acaba convirtiéndose en una obra absolutamente servil a los imperativos de esta nueva moda y eso que, a pesar de su esforzada intención de apartarse de ciertos excesos de sus filmes hermanos, no logra zafarse de los convencionalismos narrativos que arrastran todos estos filmes.
Underworld: Evolution no es una excepción y de esta manera acaba convirtiéndose en una obra absolutamente servil a los imperativos de esta nueva moda y eso que, a pesar de su esforzada intención de apartarse de ciertos excesos de sus filmes hermanos, no logra zafarse de los convencionalismos narrativos que arrastran todos estos filmes.
Con todo, hay un buen número de aspectos interesantes en este filme que lo convierten en una obra muy superior a la primera entrega. En particular el aliento épico y legendario de su interesante prólogo, la voluntad por enfatizar los recursos más íntimos del relato por encima de los puramente espectaculares y, sobre todo, una admirable crudeza en el tratamiento del terror, no exento de cierta siniestra elegancia, que hacen que este nuevo Underworld sí se sitúe plenamente dentro de los márgenes del género de horror a diferencia del primer filme, cuya tibieza formal lo acercaba más hacia cualquier anodino producto de acción.
Por desgracia, todos estos atractivos acaban siendo devorados por el habitual estilo visual del cine comercial estadounidense (del que Underworld acaba siendo uno de su más tristes ejemplos), marcado por una puesta en escena precipitada y asolada por la narración sincopada, los efectos grandilocuentes y el montaje en corto. Y en este aspecto radica finalmente la peor conclusión que se puede extraer de un filme de estas características: la certeza de que, a pesar de la existencia de cierta voluntad de dotar de mayor enjundia narrativa al producto final, ésta termina por claudicar ante los desmanes visuales más paupérrimos del nuevo cine comercial hollywoodiense.