publicado el 22 de noviembre de 2013
Marta Torres | Shane Carruth debe haber confundido la opacidad con la profundidad. Ya en su anterior filme, Primer, en el que abordaba los viajes en el tiempo desde una perspectiva indie, confundió a buena parte del respetable con una historia que oscilaba entre la genialidad y el más puro aburrimiento, aunque la película tenía una atmósfera inquietante que hacían adivinar algo más que mera vanidad cinematográfica. En el caso de Upstream color, no obstante, el rizo formal y el forzado oscurantismo de la trama sirven a una historia diáfana sobre manipulación social en la que el formalismo exagerado contrasta con la simpleza de una propuesta que no rebelaré, pero que recuerda vagamente a Rebelión en la granja.
Upstream color habla de personas que han parecido un extraño secuestro y, de alguna forma, siguen abducidas, aunque sea a través de una cárcel mental de la que no pueden salir. Entorno a esta idea, que a priori es bastante seductora, construye Carruth un filme abstracto y simplista, repleto de símbolos que pretenden ser existenciales o poéticos pero que se quedan en meras imágenes bonitas sin sustancia. Algunos críticos la han definido como existencialismo hipster y eso es exactamente lo que parece.