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publicado el 22 de noviembre de 2013

La estirpe maldita


Supuesto remake de la película mexicana Somos lo que hay de Jorge Michel Grau y digo supuesto porque, a excepción del título, tiene suficiente entidad y elementos propios para considerarse un filme original. La película parte de la misma premisa que su homóloga mexicana, una familia de connotaciones licantrópicas pierde al jefe de la manada y uno de los hijos deberá asumir este rol familiar, que consiste básicamente en buscar presas adecuadas. Aquí terminan los puntos en común.

Marta Torres | O quizá no. Ambas películas buscan un contexto creíble en su cultura para la posible existencia de un clan caníbal. En Somos lo que hay, Jorge Miguel Grau imagina una familia de clase baja y residente en un bloque de apartamentos en una gran ciudad mexicana. La miseria de los suburbios es el entorno adecuado para una historia de supervivencia, como si la miseria engendrara monstruos. En We are what we are el escenario del horror es una pequeña comunidad de Delaware, en la costa este de Estados Unidos, muy unida aún a la cultura de los primeros colonos americanos. En este contexto es el aislamiento, la tradición y una fe religiosa mal entendida lo que les lleva al canibalismo. La película puede recordar, de hecho parece inspirada, en las estirpes malditas que imaginaba el escritor Howard P. Lovecraft en Nueva Inglaterra. We are what we are dibuja un paisaje sombrío de bosques neblinosos que bien podrían ser los alrededores de la espectral Arkham del escritor de Providence. Por otra parte, la granja en la que vive la familia, donde a menudo se va la luz y deben emplearse candiles, tiene el tono gótico de las historias de colonos, con sus suaves claroscuros y una engañosa paz de connotaciones metodistas con la salvedad de que aquí es el rito de sangre y no la misa diaria lo que une a la familia.

Detrás de la película está Jim Mickle y Nick Damici, el director y el guionista de Stake Land, un filme muy entretenido sobre vampiros que se proyectó en Sitges hace tres años y que no escatimaba en sangre. Quizá por este motivo, We are what we are, pese a su tono pausado y su preciosa fotografía, es un filme muy realista y crudo en la plasmación de la violencia. Aunque quizá lo más terrorífico sea que el horror siempre tome la forma de inocentes actos cotidianos -una honesta vajilla de loza blanca que contiene un guiso de procedencia dudosa-, como si la familia hubiera querido civilizar un acto tan salvaje como el canibalismo. Al morir la madre, la persona que oficiaba el sacrificio, se acorta peligrosamente la distancia entre este relativo orden y el caos animal del cual proceden.


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