publicado el 4 de julio de 2014
Nacho Vigalondo tiende en sus películas a disfrazar de ciencia ficción el patetismo de las relaciones personales. Fue el caso de Los cronocrímenes, un film de viajes en el tiempo sobre la crisis de los cuarenta, o Extraterrestre, una película cómica de invasiones alienígenas que abordaba el drama de ser “el otro” en una relación a tres bandas. En Open Windows vuelve a la carga con un filme experimental de nuevas tecnologías que ahonda en la relación voyeur entre una mujer sobreexpuesta a que la miren (Sasha Grey), y un fan antisocial obsesionado con ella (Elijah Wood). Esta es la historia de fondo. En primer plano, asistimos a la descomposición del cine en manos de las tecnologías digitales.
Marta Torres | No puede decirse que el director cántabro se haya vendido a las exigencias del mercado en su primera película rodada en inglés y dirigida al mercado internacional. Si las producciones al uso apuestan por argumentos sencillos y una progresión dramática estereotipada, Vigalondo opta por una película enredada en sí misma y orgullosamente tramposa. A primera vista, todo gira en torno a un reto formal: construir toda una película desde la pantalla de un ordenador. En Open Windows no hay ni un solo plano que no pase por el portátil de nuestro protagonista, el autor de un blog especializado en fotos robadas de una actriz al que tientan con un acceso sin límites a su intimidad. El reto es doble ya que ese mirón con la conciencia tranquila que es el espectador se convierte en el espía del espía. Vemos todo lo que el protagonista ve. Nuestra mirada es tan subjetiva que podemos, y debemos, ser engañados vilmente por el director a base de pop-ups, llamadas externas, webcams y pantallas partidas, a la manera de un De Palma hormonado que lucha contra nuestro déficit de atención.
Un plano lo ejemplifica todo. El filme empieza con un zoom out que nos lleva de la proyección de una película de ciencia ficción a la presentación de esta proyección en una sala de cine para, finalmente, terminar en la pantalla de un portátil en la que nuestro protagonista sigue el acto por streaming desde su hotel. La metáfora visual nos hace traspasar tres realidades: la del cine convencional, la de la presentación en directo, y la de su retransmisión a través de Internet. Un solo movimiento nos lleva del cine de toda la vida a la realidad virtual de las pantallas negras, del acto social al ostracismo masturbatorio del adicto a las redes. Vigalondo nos ha colocado al otro lado del mundo, justo enfrente de la ventana por la que espían los voyeurs del nuevo siglo. Con este movimiento también pasamos del inocente cine de género a la manipuladora mente de Vigalondo, muy dado a fundir forma y fondo en forma de metáforas a veces chabacanas, a veces sutiles, ironías, giros exagerados y argumentos juguetones e inverosímiles.
Open Windows es una película manipuladora que habla sobre la manipulación, un filme sobre un voyeur que analiza el vouyerismo en las redes sociales y un filme feminista que tiene una de sus claves en una mujer objeto, la actriz Jill Goddard, interpretada a su vez por una actriz porno reconvertida en actriz de cine, la descarada e icónica Sasha Grey. Esto último es demasiado bueno para ser fruto de la casualidad aunque el director jura que no escribió el papel pensando en ella. En todo caso, querido o no, vuelve a repetirse la pirueta entre realidad y ficción, forma y fondo, que tanto parece divertir a su director. Open Windows es un escenario de pantallas múltiples en el que habita la mujer objeto, un ente que al principio es un reflejo sin substancia recreado en las mentes de quienes la persiguen (sea el púbico, su novio, su amante, su agente o nuestro protagonista voyeur) y que al final será el único personaje real, tangible y concreto de toda la trama. En este juego de reflejos infinito en el que está atrapada la representación audiovisual, cine incluido, sólo pervive la actriz, aunque solamente si toma conciencia de que en realidad es una mujer.