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publicado el 15 de marzo de 2006

Un thriller errático

Lluís Rueda | Clive Gordon, realizador que proviene del mundo del documental y Paul Laverty, guionista de alguno de los filmes de Ken Loach, son los máximos responsables de Cargo, enésimo intento (fallido) de construir un filme-denuncia partiendo de estilemas propios del cine de terror.

Gordon sitúa a un joven polizón (Daniel Brühl) en un viejo y herrumbroso barco carguero, capitaneado por un Peter Mullan que se diría inspirado para su papel por el mismísimo Benito Cereno de Melville. El filme en su arranque tiene la solvencia y el ritmo de un buen thriller psicológico, con indisimulados apuntes hitchcockianos, como esos pájaros encerrados en las bodegas que crean un apreciable clima de peligro y advertencia o el extravagante comportamiento de los tripulantes del navío, casi muertos en vida.


El desprecio sistemático por las atmósferas turbias o por cualquier otro elemento que se aproxime lo más mínimo a la tradición del fantástico se convierten en la última obsesión de Clive Gordon, un realizador más inclinado a reinventar el thriller europeo a través de la asepsia del docudrama y de la concienciación antiglobalizadora.

Todos esos aciertos, de un esquematismo efectista no atribuible al mediocre hacer fílmico de Gordon sino al buen punto de partida del guión de Paul Laverty, derivan a menudo hacia unos terrenos francamente pantanosos. El tema de la inmigración, bien apuntado al principio del filme y mejor retratado en la figura del polizonte europeo que ha de pasar por las mismas penurias que los desfavorecidos exiliados africanos, acaba siendo el leit motiv principal de un filme que a la sazón resulta engañoso, afectado, exagerado y que termina por encharcarse en una barrizal de autoría de manual.

El desprecio sistemático por las atmósferas turbias o por cualquier otro elemento que se aproxime lo más mínimo a la tradición del fantástico se convierten en la última obsesión de Clive Gordon, un realizador más inclinado a reinventar el thriller europeo a través de la asepsia del docudrama y de la concienciación antiglobalizadora. No hay ni que decir que esta combinación de elementos procura que el filme resulte indigesto hasta decir basta.

El efecto de extrañamiento que persigue Cargo, con la intención de subrayar el estado de insania mental que afecta a los habitantes del barco, deriva en diálogos poco menos que absurdos y reiterativos. El modus operandi, muy poco cinematográfico, del realizador es tan poco eficaz emocionalmente y tan solemnemente tópico que no le queda otra opción que la de sembrar el corpus fílmico de innumerables elementos metafóricos, dado lo cual, Cargo, acaba por convertirse en un relato conrradiano cargado de ínfulas metafísicas. La película, desde luego, no precisaba de tanto fuego de artificio dada su nimiedad argumental.

En resumen, nunca un marco con tantas posibilidades como ese herrumbroso barco estuvo tan desaprovechado en la gran pantalla. Cargo irritará a partes iguales a fans del cine comprometido y a amantes del fantástico. Vaya, entre Balseros y Ghost Ship no acaba por establecerse una ruta de navegación fiable.


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