Intrigas femeninas, miradas masculinas

Marta Torres | Park Chang-wook se ha despojado en La doncella de la gravedad de Old Boy o de propuestas tan exóticas y atrevidas como The Thirst para presentarnos una película de formas en apariencia más clásicas. En esta obra asistimos de entrada a un interesante cambio de punto de vista que traslada el relato original de la novela en la que se basa, Falsa identidad de la galesa Sarah Waters, de la Inglaterra victoriana a la Corea de los años 30, ocupada por las fuerzas japonesas. Este cambio, de entrada, permite una interesante adaptación de los motivos típicos victorianos, desde el fetichismo de las ropas y los encajes al mito de la mansión como ente que engulle y marca a sus habitantes, a los parámetros orientales. De esta forma, los encajes conviven con los kimonos de seda, los divanes con los biombos, y la moral victoriana con perversos cuentos eróticos de carácter exótico.
La película cuenta una relación a tres bandas entre una dama coreana joven y rica, un estafador ambicioso y la doncella del título. El filme está dividido en tres actos y cada acto cubre un punto de vista, una posibilidad narrativa y sobretodo, una expectativa del espectador avezado a la intriga y conocedor de las habituales trampas narrativas de las películas de suspense. El director no busca tanto sorprender al espectador como buscar su complicidad en un juego pactado en el que te dejaras engañar con gusto a cambio de puro placer estético. De la misma forma, el romance lésbico del filme, que en la obra literaria original tenía una finalidad liberadora y se leía, por tanto, en clave femenina, se ha transformado en La doncella en otro juego, en este caso dirigido al espectador masculino, en forma de relato libertino. Todo es un juego de posibilidades narrativas, intrigas femeninas y, lo más importante, miradas masculinas. La película es un mecanismo de posibilidades, de ocultación y exposición, que sublima el erotismo victoriano: obsesionado por el sexo y obsesionado en ocultarlo.