boto

estrenos

publicado el 0 de de 0000

Kaiju Eiga en una mochila

Lluís Rueda | Nadie le puede discutir al realizador cántabro Nacho Vigalondo su atrevimiento y desparpajo como creador, guionista hiperventilado, cineasta underground capaz de hacer estallar los géneros en apuestas personales y únicas, sagaz comediante, maestro de la impostura e iconoclasta universal a la manera de cineastas asiáticos que construyen puentes entre la radicalidad, la desobediencia y la alquimia de la plástica. Todo ello no es poco en un panorama internacional cinematográfico acomodaticio, adocenado y formulario más allá de cuatro enfant terribles o algunos maestros reconocidos. Vigalondo es al establishment el anarquista que cae simpático, atesora talento y oficio e incendia con su verborrea entrañable o su capacidad para tirotear en las redes. Más allá de los que tildan su cine de oportunista y hipster, de “moderno” y proclive al postureo cabe decir que este tipo se está forjando una carrera tan personal y hermosa en su descomposición y decadencia que puede ya equipararse a la de Wes Anderson. Los cronocrímenes supuso un debut excepcional e iconográficamente impecable, Extraterrestre un regalo beodo, apetecible, y tan gonzo que arrebata, Open Windows su encaje subliminal en cierto clasicismo, algo parecido a conducir un porche con chándal de tartán y su último filme, rodado en Estados Unidos, es una comedia romántica disfrazada de tantas cosas diferentes y convergentes que el filme da verdadero vértigo, para bien.

Colossal es su película más perfectamente imperfecta, su mejor propuesta hasta la fecha, una montaña rusa de códigos cifrados y sueños alterados que consigue que al espectador le cosquillee el estómago de gusto y complicidad. Mezcla fresca y genial entre comedia romántica, melodrama y el subgénero japonés kaiju eiga, el film propone un recorrido por la desastrosa vida de Gloria, una joven fracasada en casi todas las parcelas sociales y existenciales, sensacional Anne Hataway, que regresa a su pueblo de origen en busca de redención. Con un desarrollo que podría pasar por Texasville (1990, Peter Bogdanovich); la mujer cosmopolita que regresa al ambiente rural de su juventud, Colossal compone un inicio de comedia amarga en que perfila con puño firme a su heroína desastrosa y dibuja sus relaciones entorno a un pub y sus personajes decadentes, con excelencia. Todo un señor arranque que por momentos recuerda a Beautiful Girls (1996, Ted Demme). Pero nada en este filme es lo que parece, y el elemento fantástico deriva en una explosión de imaginación que si bien, a priori, roza lo ridículo o impertinente, procura que uno esté disfrutando una cinta tan desdoblada como un viaje de ácido. Gloria es una superheroína en construcción a partir de los desechos emocionales y su arma o castigo es la telequinesis incontrolable que le hace desboblarse en un colosal monstruo atómico que aparece en la otra punta del planeta, en Tokio. Dicho planteamiento puede parecer osado, ridículo, inadecuado, pero funciona, entretiene, su justificación es hasta poética y de su mecánica derivan situaciones hilarantes, melodramáticamente impecables y siempre de un surrealismo portentoso.

Pero el filme, también es un canto a la feminidad, a su naturaleza tempestuosa y a su valores universales, tanto que Vigalondo parece crear en la figura de Gloria a la hermana y cómplice, a la compañera de copas, a la luchadora incansable. Y por otro lado, el guiño impúdico al fantástico japonés, a la mecánica del mecha como detonante de una catarsis que permite proyectar las pequeñas miserias de una comunidad aislada en una pantalla de cine de catástrofes y todo, gracias a un retruécano metalingüistico descomunal, colosal. Nacho Vigalondo está en forma y Colossal es fresca, luminosa, desacomplejada y divertidísima. ¿Qué más se puede pedir?


archivo